Tal vez si sí, tal vez si no o reflexiones patéticas de cafetería

Tal vez si sí, tal vez si no o reflexiones patéticas de cafetería

Guillermo García

31/03/2020

Tal vez si estuvieran en el norte de otro lugar. Tal vez si su vida fuera esta pero otra. Quizá si los autos, los perros y la ciudad con su movimiento de paredes blancas. Tal vez la luz amarilla de sus farolas, o quizá las voces calentado el pavimento, el humo de la tarde translucida. Tal vez si el sí. Tal vez si el no ¡pum! El caos. La caída. Hubieran podido evitarse.

La historia de B no es como todas las historias y solamente por decir esto es exactamente igual que el resto, ni con mayor ni menor relevancia. Ni con mayor ni menor sentido. Consiste en una noche de acantilados e incendios, de estrellas alucinadas corriendo en todas direcciones y escenas prefabricadas por el mercado aspiracional. La historia de B es la noche en que dos sujetos se despiden en la azotea debido a que el amor es tanto que temen reventarse el pecho y las constelaciones (y respiran despacio, y respiran despacio); de dos sujetos que giran, y giran para electrificar la ciudad desde el temblor en sus pantorrillas y las toxinas que liberan sus cuerpos (se cuenta con un café tibio, los labios semipegados a la taza, los ojos hacia arriba, dos cubos de azúcar y mucho temor a los que no comprenden). La historia de B son rostros alternados, pero siempre el suyo (¡Ah, A! ¡Tanta vida y color para tu ausencia! ¡Ah, A! ¡Tanto mundo para cargar tu nombre en la espalda!) en la mitad de la noche iluminada por la metamorfosis viciosa de las luciérnagas.

¿Cómo convivir con esa ausencia? ¿A dónde mandar la soledad que arde?

Luego de que A se fuera, a B le comenzó a crecer una suerte de moho azul en los pulmones, su casa se llenó de grietas y por ahí se asomaban gardenias donde su nombre brotaba. Un hongo. Le habían dicho, algo que se tragó o respiró o algo a lo que se expuso constantemente. Medicamentos de prescripción para dormir: nada de mirar directo a las aristas.

Quiso reventar los cristales la ciudad, pero hasta su llanto era pobre. Nuca le ajustó el coraje. Audicionó para dos o tres aventuras, pero terminó manchando sus rodillas con el aceite derramado de las gasolineras a las que llegaba tras su jornada de hoteles.

Entendió en andar cansado de los perros, la sensación de fatiga diaria. Comenzó a odiar el paso garboso de las personas.

A lo que iba es a que la historia de B se cuenta con besos de furia al anochecer, con la incertidumbre del amor al día siguiente: tanta luz puede encandilar, tanta realidad de pronto abruma.

La historia de “B” se cuenta con una mirada de coquetería en exposiciones DaDá. Un ligero baile moviendo de a poco los hombros. Suave, terso. Acariciando el aire lentamente.

Pasó poco, poco, muy poco; para que B comenzará a buscarse (nunca se enteró de que estaba perdido). Alguien vino a decirle que tenía que salir de casa, que la razón de sus males era el encierro. La reafirmación.

La historia de B se basa en un montón de malas decisiones que no hubiera querido tomar, experiencias de burdel y sobredosis.

Hubo una noche en que A volvió tangible como el recuerdo de la primera infancia. Llamó a B desde la calle y B salió al balcón para encontrar su imagen adherida a la ciudad. Se presentó como una situación predictiva. El cuerpo de A poco a poco se elevaba y sus rizos cubrían la calle, se enredaban a los árboles: experiencia de piedras verdes. La ciudad entera estremecida ¡Cómo juguetear con los muslos de un ángel! ¡Cómo no vibrar la vida con sus espasmos!

La historia de B se cuenta con tristeza en los ojos y el corazón apretado en la mano izquierda (finge que es bonito, finge que es bonito). La historia de B es nada menos que la esperanza rota, que la pronta resignación ante los días, que la nostalgia de un hombre que nada vale y no sabe hacia que sitio va.

O por lo menos eso piensa mientras alguien al otro lado de la ciudad se oculta tras la porcelana de la taza, tímida. Levanta de a poco los ojos, suspira, da un sorbo al café, ríe y, antes de comenzar a hablar, recuerda haber olvidado tanto, que ni siquiera pidió los dos cubos de azúcar. 

Después pensaremos en el hongo.

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