Bajo el agua y sin branquias

Bajo el agua y sin branquias

Elenafm25

27/04/2017

Siento una presión en el pecho, como cuando estás mucho tiempo bajo el agua y falta el oxígeno. Lo raro es que no hago más que respirar profundamente. Aún así no encuentro alivio. No sé qué es lo que me presiona los pulmones ni lo que acelera mi corazón. Tal vez sean las millones de ideas que tengo en la cabeza y no soy capaz de sacar. Como la impotencia que siento al abrir los ojos y mirar al mundo. Algo rutinario. Cuando hago eso, la verdad es que siento algo más que impotencia. Rabia y vergüenza supongo.

Me duele como una llaga en la piel cada minuto desaprovechado, cada hora mirando a una pizarra que no me aporta nada. Ni conocimientos, ni valores, nada. Pero sigo levantándome cada mañana. No lo entiendo.

Me falta humanidad. Me falta locura entre tanta realidad. Ya no la encuentro en casi ningún sitio. Sólo veo a gente borracha. Bailan y beben para escapar de su realidad. Ni verdaderamente borrachos se atreven a hablar de algo más profundo que su nuevo móvil. Me incluyo entre esa gente a veces. Es triste y lamentable por mi parte pero, ¿qué me queda? Si no soy capaz de romper la cuerda que rodea mi cuello. Porque sinceramente, puede que me esté ahogando realmente y no sea una metáfora.

Me ahoga el miedo, esa es mi cuerda. Me presiona la garganta y me desgarra la piel. Pensé que la había cortado cuando salí del pueblo pero me equivoqué. Todo es mucho más complejo; o más sencillo. Simplemente no soy capaz de verlo, no veo la salida. Cada puerta que tomo, me lleva siempre al mismo sentimiento de asfixia que cada vez se vuelve más real.

Sí veo la salida. La salida es marcharme, coger la mochila y tener la valentía para alejarme de lo que siempre creí correcto. Y es que estoy decepcionada. Muchos años estudiando para dar lo mejor de mí, porque me gusta aprender y porque me satisfacía la recompensa al esfuerzo. Pero una vez en el mundo real, te das cuenta de que el esfuerzo no siempre tiene su recompensa. A veces, solo trae decepciones. Lo bien que lo hagas y lo mucho que te esfuerces, no decidirá si trabajas en lo que quieres, si ganas el dinero que mereces, si serás feliz. Puede que si hago caso a mi corazón y me marcho a ver el mundo, no sea alguien el día de mañana. La verdad es que no quiero ser alguien, quiero ser yo, quiero ser medianamente feliz. Quiero que al llegar el final del día, sienta que ha merecido la pena levantarme para vivirlo. Creo que el ser humano tiene la obligación de vivir la vida.

Además de mi cuerda, que más bien parece una cadena de acero; se presenta en mi cabeza y taladra mi conciencia, el terror que me produce imaginarme vieja. Más que vieja, sin tiempo. Creo que es mi mayor miedo, el que me ha movido hasta donde estoy, que guía mi día a día. Me hace hacer cosas que a lo mejor no haría sino pensase en ello continuamente. Las oportunidades se van, y no vuelven.

He de reconocer que le he cogido cariño a ese miedo. Tengo que darle las gracias por las muchas aventuras que me ha hecho vivir. Pero siento que me envuelve, que poco a poco se apodera de mi vida. Ya controla mi corazón, casi ha invadido mi cerebro y con ello, mi parte racional. Si la cadena es el miedo a marchar, el miedo a quedarme sin tiempo es el que me la ata al cuello y aprieta. Para que sienta que se me escapa de las manos, para que pierda el control.

Lo que no era capaz de ver, por estar tan cerca que escapaba a mi pupila; pero que ahora veo con verdadera perspectiva es, que quien da la orden de apretar la cuerda es mi subconsciente. Soy yo, realmente quien me pone la soga al cuello, soy yo realmente quien la aprieta y al mismo tiempo, quien da la orden de ahogar. Soy yo la que crea el miedo, porque verdaderamente tengo alma aventurera, porque no ha sido una ilusión creada por el miedo al tiempo. Porque lo que realmente temo es tener la responsabilidad de mi vida y de lo que en ella ocurre. Si me voy o me quedo y meto la pata, no será culpa del miedo, de ninguno de ellos, será enteramente mía. Y eso asusta.

Es casi una paradoja que esta responsabilidad me haga sentir la misma sensación que tengo cuando me baño en mar abierto. Coges aire, metes la cabeza en el agua y abres los ojos. No ves nada claro ni debajo, ni a un lado, ni a otro. Sólo una inmensidad que te hace sentir pequeño y débil. Es el miedo a la debilidad el que te empuja a salir del agua y respirar. La inmensidad del mar, son tus sueños y tus problemas. Están mezclados en un azul turbio y grisáceo. Te asustan porque no puedes distinguirlos y tampoco ves el camino para alcanzarlos. Es más fácil volver a la zona de confort, donde el oxígeno es gratis.

Lo que hago para superar el miedo y poder seguir buceando es pararme y pensar que sólo es mi naturaleza humana, que me grita: ¡Esto te supera, ponte a salvo! Pero no, sentirme débil no hace que lo sea. En el mar no hay caminos, por esa razón no hay que buscarlos. El camino se hace al andar; o al nadar. Machado se refería simplemente al valor de avanzar. Tampoco distingo si en la lejanía, una mancha oscura es un sueño de mi infancia hacia el que dirigirme; o un problema más. Como un tiburón acecha; y si tengo miedo, atacará.

Creo que estoy alcanzando el límite que puedo aguantar. Cuando el sentimiento de asfixia se torna realidad. Se apodera de mi personalidad, de mi bienestar y hasta de mi forma de mirar. ¿Llegaré al límite? La verdad es que no tengo ni idea. Sólo sé que sobrepasarlo, significaría quedarme inmóvil y hundirme. Después de darme cuenta de lo que ocurre… ¿qué es lo siguiente?

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