La sombra que proyecta el tubo fluorescente te indica que ya es hora de cerrar el aula, que hoy te has retrasado de nuevo. El cuento que comenzaste se quedará en un comienzo triste: a, s, d, f, g…, el personaje que solo habla con su mano izquierda.

Porque tampoco hoy encuentras la inspiración para continuar la historia, si no es al dictado de lo que indique tu mano izquierda, de forma automática.

– No sé porque te empeñaste en comprarme una Studio 45

– ¿Se lo has preguntado a tu madre?

Siempre has sospechado porqué tu madre te obsequió con este regalo envenenado: las clases de taquimeca.

– ¡Sin ellas no llegarás nunca a nada¡ ¡Mira tu primo Alberto, ya tiene trabajo en La Preventiva! Y total, con un ratito que le dediques por las tardes en lugar de encerrarte en tu cuarto leyendo novelas que te llenan la cabeza de pájaros.

Las tardes de taquimeca se han convertido en el reducto para purgar las culpas familiares y amortizar un regalo made in Italy.

Pero por más que intentas desplegar las velas, buscando entre sus letras el itinerario de la isla del tesoro, acabas naufragando frente a los arrecifes, con un golpe de mar, amarrado fuertemente al timón con la mano izquierda o con de la derecha: ñ,l,k,j,h ….

– ¡Nunca llegaras a nada, si tienes la cabeza llena de pájaros ¡

Mientras tanto, miras absorto cómo las gaviotas levantaban el vuelo, en algarada, desde la pez oscura del teclado llevando en el pico el muñón brillante del Capitán Garfio.

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