No me rehusó a la confianza y es por esto y aquello que mi llanto sea tan desagraciado.
Arranco de mis ojos los ríos amorosos de la dicha que visita a mi vecina.
Tengo heridas en la espalda por la ausencia de abrazos prematuros.
Si mi infancia no fue para probar mi fortaleza no tendría sentido toda la sangre que he derramado para demostrarme que la adversidad no era mi enemiga.
Amiga del placer químico de adolescente e insolente
Llevaba chasquilla chiquilla, si chasquilla, chasquilla llevaba.
Teñía mi pelo para teñir mi aspecto de colores con el fin de complicarme menos.
Llevo la sentencia a muerte de seguir con vida y que lo peor de morir de amor es que uno no muere, si, se que no llueve y que anhelo que Andrés llegue y me lleve lejos con solo un balazo, digo abrazo.
De todos modos yo siempre llego lejos, en sentido abstracto y concreto.
Lo complejo de todo esto es que siempre que la inspiración me llega a los dedos tiene que ser con este sentimiento de vacío frío al que le permito ser escrito.
¡Yo exijo escribir también cuando me sienta feliz!
O, ¿es acaso, la condena del poeta dejar que la desdicha lo bañe y empape del talento que solo emerge desde la habitación más oscura de nuestro cuarta interno?
¿Hablan en serio cuando me dicen que mi tristeza será premiada?
¿Llegaré al éxito solo a través de la puta vida que me parió?
¿De estos beneficios me hablaban colegas poetas?
Entonces acepto.
Escojo regocijarme de dolor y regalárseles en formas de letras.
Yo no quiero nada de esta vida más que aprender para compartirles.
Escribirles no para complacerlos, si mi lectura te complace te exijo dejarme.
Como le digo a mi amiga bárbara;
“Nietzsche decía que con los amigos tenemos que ser un catre donde puedan recostarse, un catre duro, incomodo, que le haga doler la espalda, para que desde la incomodidad ellos puedan moverse como única opción”.
Yo no quiero esta vida mía si no la comparto.
Tengo el talento de la penumbra, del rechazo, del aislamiento, del poco humor, del mucho humor, y no todo lo que termine en mor.
Me di cuenta que era diferente al resto cuando bajaba hacia la playa a la misma hora que el sol decide esconderse por miedo a sonrojarse y fue en nuestro encuentro cuando exclamo al viento;
¡Oh! ¿Acaso sus ojos no ven un poema en el cielo?
El silencio de ese momento me advirtió que no todos tenían la fortuna de ver poesía donde otros ven solo una puesta de sol ordinaria.
He logrado conseguir una colección muy nada de gorros de la aventura que me permiten tomar un poco más de confianza a los desafíos inoportunos de la vida en familia.
Pero ese día le echaba toda la culpa al gorro de la aventura por haber terminado llorando bajo un sauce llorón solo por empatizar, dado el contexto.
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