La casa de las goteras

La casa de las goteras

Daniela

31/03/2020

Primero, contemplé el lugar minuciosamente, aunque no tardé mas de 15 minutos en hacerlo.

Recordé el tiempo que había vivido allí, y algo golpeo mi cuerpo, mi pecho y mi estómago. Mi memoria proyectó de golpe todo ese tiempo en mi cabeza, como una película en blanco y negro.

No sé porque no me animaba a entrar, algo me hacia sentir ajena al lugar.

Escuché la voz de Elliot, detrás de mi, a lo lejos; me avisaba que debíamos irnos, me giré y le hice una seña con la mano, pidiéndole más tiempo.

Respiré profundo y abrí la puerta. Dudé, durante unos minutos; algo me molestaba en los ojos, pestañee y mi madre me llamaba a comer, mi padre desde la cabecera de la mesa servia vino en su vaso, de ese fuerte y amargo que siempre tomó. Mis hermanas terminaban de poner los platos y yo me acomodaba con apuro el camisón blanco, que mi madre había hecho, hacia bastante tiempo ya. 

Contemplé con cuidado toda la mesa, y sonreí mientras sentía el aroma de las papas al horno mientras el perfume de Fernanda, se colaba y peleaba por invadir mi nariz. Me reí. Me reí demasiado. Me levanté satisfecha, luego de una sobremesa de mas de veinte minutos y fui al baño; lavé mi cara, mis manos y me cepille el cabello. Giré, mientras observaba mi rostro pálido en el espejo, para luego fijar la vista en la pared desvencijada que siempre había estado ahí. Que siempre había mirado con rechazo.

Caminé por el pasillo frío y oscuro, y en dos pasos lo atravesé, para llegar a mi habitación. Recorrí las cuatro paredes y las tres ventanas con la mano. Habían pasado cinco minutos, cuando, acostada ya, comencé a oír como el techo crujía, levante la vista hacia el, con rabia: siempre había odiado ese techo. Una voz repitiendo mi nombre, me desconcertó, no lograba distinguir la voz, pero sabia que era mi nombre. El cansancio me invitaba a dormir, y la voz, comenzó a alejarse, mientras mis parpados caían. Oía el viento golpear la ventana, anunciando la lluvia, que a los pocos minutos se hizo presente en enormes gotas.

El agua comenzó a brotar de todos lados, y pronto el piso verdoso se inundó. Bajé de un salto de la cama, y corrí agitada a la cocina, donde mis padres y hermanas intentaban frenar la entrada, inminente, de la lluvia, que fluía en cataratas desde el techo. La casa comenzó a transformarse en una especie de piscina, cubriendo todo con agua. Corrí, prácticamente nadando y abracé a todos, mientras una inexplicable angustia desencadenaba el llanto, con una sensación de miedo y tristeza, una tristeza genuina e infantil, que parecía crecer cada vez mas, llenando mi cuerpo de desconcierto. Sentí angustia, sentí como ese sentimiento se hacia carne en mi, y sentí como jamas iba a abandonarme; sentí como una despedida implícita y agonizante se desprendía del abrazo que mis padres me daban, y sentí como me empujaban hacia afuera. 

Mi cuerpo se desprendió violento de la casa, como si la misma me hubiera escupido. Mi mano soltó con brusquedad el picaportes y todo mi cuerpo giro automáticamente, para quedar de frente a la casa. Contemplé lo que quedaba de ella, con solo la puerta en pie. Miré con desasosiego las paredes calcinadas, por el fuego que había acabado con todo hacia unos días. Elliot me llevó fuera del terreno. Mis hermanas me esperaban con rostros desencajados, con bocas mudas. Miré lo que quedaba de la casa que ya no contaba si quiera con techo o ventanas o un color distinguible, entre las cenizas y el negro quemado.

Nunca había sido un hogar, y seguía sintiéndome ajena, sin embargo siempre supe que podía volver, aunque nunca lo había hecho. Pero ahora, esa posibilidad ya no existía, ahora ya no quedaba nada.

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