El problema no fuiste tu.
El problema era yo, que tenía el instinto enfermo
que te elegí cuando tu no me elegías.
Y cuando lo hiciste, yo estaba
demasiado rota
demasiado dañada
demasiado pérdida de mí.
Por haber intentado, todo ese tiempo
que me vieras sin tu querer ver.
No tenía nada que ofrecer para entonces.
Estaba en el limbo
sumida en el dolor
de haberme abandonado por ti.
De haberme permitido
tanto desprecio, tanta angustia
por alguien que no estaba.
Lo único que me quedaba
al final
era hundirme o apostar por mí.
Y eso fue lo que hice,
aposté por mí.
Decidí que nadie iba a venir a rescatarme.
Que lo tenía que hacer yo sola.
Así que, cerré todas las puertas hacia ti
para poder sanar.
Y me puse a recoger todos los pedazos
de lo que había quedado de mí.
Algunos los conserve y otros los deseche.
Ya no quería ser eso.
Necesitaba llenarme con algo nuevo
con cosas buenas, positivas.
Y así surgió otra.
Y vamos,
de allá hasta aquí ha pasado mucho tiempo.
Cada tanto me desarmo y me vuelvo a armar
de manera distinta.
Con otros elementos.
Y aquí voy, cambiando, evolucionando y avanzando.
Con mis caídas cada tanto.
El problema no eres tú.
Lo que pasa es que no vas a encontrar a la misma persona.
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