Miró el cielo colmado de estrellas, recordando los días pasados que jamás volverían. Todo había cambiado, incluso él mismo. Observó sus manos y pudo ver en ellas las cicatrices, arrugas y manchas de los hechos más significativos que habían marcado su vida los últimos años. Innumerables recuerdos llegaron a él entonces. Como un torpedeo de imágenes de su niñez, adolescencia y edad adulta. En aquellas visiones, que estaban colmando su mente, se vio a sí mismo sonriente, inocente y ajeno a todo lo que estaría por llegar. Ajeno a todo aquello que cambiaría el rumbo de la historia para siempre.
Se dio la vuelta instantes después, cuando el pasado se alejó de él, sintiendo las lágrimas caer por sus mejillas, y vio a un grupo de personas que lo esperaban al otro lado del camino. Era su nueva familia, que le miraba con admiración y también con el mayor de los respetos. Él era su líder, pero también su amigo, y sabía que le seguirían a cualquier lugar que les dijera. Sabía que le seguirían con los ojos cerrados y las manos atadas si fuera necesario.
El hombre se acercó a ellos y sonriéndoles con sinceridad les condujo a su nuevo hogar. Aquel que les daría cobijo de ahora en adelante, que les protegería miéntras él se encontraba fuera. Aún no había terminado su misión. En realidad acababa de empezar, y un largo viaje, incierto, oscuro y amenazante, lo esperaba más allá de aquellas fronteras. Sin embargo, no sintió temor, las miradas de amor y gratitud de su familia le hicieron sentirse más fuerte que nunca, con más valor y confianza para continuar un camino que determinaría quién llegaría a ser, quién era ahora.
Tras una inclinación de cabeza, a modo de reverencia, se alejó del lugar con la cabeza alta y la vista fija en el horizonte. Un horizonte oscuro que albergaba una esperanzadora nueva luz en su interior.
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