Nueva Pompeya

Pensar en este país, de alguna forma, como en la nueva Pompeya: vidas detenidas de golpe dentro de sus rutinas. Aquello que ibas a hacer mañana o la semana, el mes que viene (siempre después) y que has tenido que aplazar de forma indefinida, ahora sí, muy a tu pesar. Cosas tan insustanciales (o no) como recoger el zapato que llevaste al zapatero y que ha dejado un huérfano en el armario; hacerte los análisis,

que tocaban. La tarta que tenías pensada para el cumpleaños de tu abuela; las entradas del concierto que ibas a comprar en cuanto cobrases. Esa escapada para ver la Alhambra de nuevo (que imaginas tan abandonada como lo estuvo siglos atrás). La conversación pendiente con ese chico con el que no acaba de funcionar. La taza con restos de café que dejaste en la mesa de la oficina. Ese correo electrónico en la bandeja de borradores. Las cañas que debes a una amiga; la celebración de los cuarenta que aplazaste porque en enero no te venía bien.

Todo. Todo detenido y, de algún modo, petrificado por la lava del virus. Una Pompeya a escala mundial. Un nuevo Vesubio de este siglo que tampoco quisimos ver venir. Sin posibilidad de salir corriendo, de negociar el aplazamiento.

Somos pompeyanos petrificados en hormigón.

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