No puedo dejar de caminar ni de mirarla, me siento seducido por su brillo, atraído por su frialdad y convencido de su perfección. No sé si llevamos trescientos años caminando hacia ella, pero su proximidad es la misma, el frío es mayor y los exploradores somos menos. No recuerdo cuánto tiempo ha pasado desde mi muerte. Rodríguez arrastraba los pies a lado mío, quise preguntárselo. Me pasé la lengua por los labios agrietados y tragué saliva.
—Montiel, ¿recuerdas hace cuántos años morí? —dijo primero que yo dentro del eco de su casco. Me giré hacia él y era yo el que estaba dentro de su traje.
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