Una calle que nunca necesitó de ciudad, ha sido cumbre de un sin número de celebraciones familiares, cumpleaños, bodas, de las generaciones perdidas y de los genios; desafiante desde su inicio, relegada al silencio y la soledad, libre de tráfico y ojerosa en puertas de madera, dispuesta con detalles de lúcida memoria, sin exuberantes fachadas ni adoquines fulgurantes; guarda una especie de complicidad cósmica con los recuerdos, aguarda por el más distraído transeúnte que de golpe llegue a sus viejas casuchas que llevan almismo camino que la concha de un caracol, casas apacibles y taciturnas; algunas con sus fachadas de adobe pálido y tejas de alfarería resquebrajada y seca aparentemente por el sol, pero en realidad es el reflejo del trasegar indómito del tiempo en ellas.
Amarillenta y con talante medieval, evocaba los recuerdos de viejas canciones, esas que hacen temblar las piernas ante la primera estrofa del recuerdo, con melodía sincopada en el segundo correcto, en la estrofa indicada. En ocasiones se veían personas bailar un fugaz vals sobre el andén. Muchos que pasaban por allí sentían el escozor de los recuerdos, que llegaba siempre de manera muy íntima, si se acercan por la esquina adecuada se puede oír el pasado que se resume en una y otra canción.
Es común que el petricor de abril se cruce por el camino de los más curiosos visitantes,haciendo recodar los aromas más elocuentes que han pasado por su vida, pocas personas se imaginan la poderosa conexión entre el aroma y los recuerdos, lo fácil que es revivir décadas a través de ellos. El vapor de café en una mañana de lluvia, humeantes viviendas con pan recién horneado, arboles de tiempos donde las huertas estaban detrás de casa, las bolas de naftalina, agua recién hervida con espuma de afeitar, aromas de chaquetas de pana y sombreros elegantes.
Para aquellos que perciben más fácil el mundo a través de su visión, los faroles de luz tenue alumbraban las pérgolas sobre el camino que dejaba entrever imágenes, se podía distinguir carteles de resistencia, evocando épocas revolucionarias de su vida, de la gallarda juventud, espíritu revolucionario y vigorosa rebeldía, cartas de guerra con las palabras más bellas que nunca llegaron a sus amantes, frenéticas de poesía.
Pero no se deber exceder su estancia en esta calle, el distraído transeúnte no debe permitirse exponerse tanto tiempo a este tipo de nostalgia tan antigua y poderosa, corre el riesgo mortal de quedarse atado a ella por siempre.
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