Los perros de la impuntualidad

Los perros de la impuntualidad

Muchas veces no somos los protagonistas de las historias que contamos. El boca a boca termina deformándolas, descarrila los hilos de la trama de tal forma que produce una historia falsa, una contraria a la original o una totalmente nueva, que quizás haya sido real, en este barrio, en otro país o en otra parte del tiempo. En este caso, la historia que les traigo es netamente real y soy yo quien la ha vivido.

Se dice que en San Antonio de Padua los visitantes poco habituados a sus calles se pierden, que aun encontrando la calle se sienten en otra y peor aún, encontrando la calle y dirección de la vivienda están en otra calle y otra dirección totalmente distinta, lo cual es verdad. También se dice que quienes están en la obligación de madrugar a la mañana siguiente son visitados por “Los perros de la impuntualidad” para evitar que concilien el sueño y lleguen a sus obligaciones con algunos minutos de demora, o en el peor de los casos, que directamente no asistan a ellas.

Es muy conocido el dicho “Al que madruga, dios lo ayuda”. Hay quienes creen que estos perros no son más que ángeles que impiden a las personas que madruguen y así aliviar un poco a dios en sus tareas diarias, es por eso que algunas viejas religiosas les tiran un churrasco o un hueso pelado. Yo los he visto y puedo afirmar que son perros comunes y corrientes, pero con características especiales y detestables, se podría decir que son como los pensamientos que ayudan a nuestro desvelo, como los que nos traen las personas que ingresan a nuestras vidas y de un día para el otro deciden no formar mas parte de ella.

No les importa la hora que sea, lo que les importa es la necesidad por dormir que cada uno tenga. En mi caso particular, la necesidad pasa por despertar temprano martes y miércoles y, aunque no me quieran creer, los perros de la impuntualidad me visitan los lunes y martes por la noche. Se paran en el techo, se los escucha correr de lado a lado, te ladran en la ventana y hasta aúllan, pero son veloces, uno sale a «pispiar» y ya no están. La forma en que suben a los techos es un misterio, por eso algunos cuentan que tienen alas, también podrían tener patas de canguro, pero para las viejas es más fácil decir que son ángeles a decir que son marsupiales, no solo por motivos religiosos, sino también porque a mas de una que intentó pronunciar la palabra “Marsupial” se le terminó cayendo la dentadura adentro de alguna bocacalle, porque dicho sea de paso, las viejas de mi barrio chusmean en la esquina y nos controlan vida, días y horarios.

Si capturarlos es una tarea difícil, agredirlos es imposible. Tienen un oído sensible que les permite oír el ruido del picaporte y las dos medias vueltas de llave para salir disparando quien sabe a donde. Una noche fría apoyé una escalera contra la pared y me preparé para esperar su llegada. Pude ver como asomaba sus orejas, estábamos acechándonos mutuamente, pero él no sentía el frío que yo sentía y me ganó. Cuando me cansé, bajé de la escalera y me fuí a dormir, o a intentar dormir, ya que sus ladridos no me dejaron pegar un ojo hasta las 4 y media de la mañana. Obviamente me desperté tarde, en realidad me despertaron, y llegué corriendo a la parada del 238 ramal Vergara para llegar a tiempo a la Universidad.

No sé que son en realidad, para mi son perros que tienen 4 patas, mueven la cola y dicen “Guau”, pero lo que si se es que por las noches, cuando me decido a no dormir, escucho algunos ladridos, algunos más cerca, algunos más lejos, y se me llena el alma de angustia, porque lo he vivido y sé que bajo ese techo hay una pobre persona con obligaciones que es perturbada por los peludos perros de la impuntualidad.

Escrito el día 18 de junio de 2012

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