Oídme, oídme todas las buenas gentes de este lugar

la increíble, la maravillosa historia que os voy a narrar.

No oyerais en vuestra vida otra más asombrosa

aunque mil años vivieseis hasta oír esta cosa.

Ocurrió este extraño suceso en la lejana Wártaga,

lugar do habitaba una por todos temida gran maga.

Mujer conocida que por sus terribles conjuros y maleficios

que a niños y grandes asustaba, temiendo sus perjuicios.

Sufrió la malhadada ciudad, para su desventura, la ira

por ofender sin advertirlo a tan peligrosa hidra.

La pérfida mujer, furiosa, prometió cruel venganza

y tal fue que aún en Wártaga lloran hasta do memoria alcanza.

Quiso la maldad infame de la maga crear el más terrible

de los castigos que a todos la vida hiciese insufrible.

Creo para ello un monstruo en la historia nunca conocido,

Ni en griegas ni en más lejanas tierras jamás tal fue visto u oído.

Ni de Moloch, ni de Talos, ni de nada antes sabido de tal criatura

fue la perversa argamasa del monstruo elaborada pura.

La rabia, el odio, la inquina, el rencor de la mujer más profundo

fue el dolor, la desesperación, la angustia, el miedo gemebundo.

Estaba en cada casa, cada cara, cada palabra, cada mirada

nada quedaba fuera de su malvada influencia airada.

La masa informe de la criatura destilaba su pútrido odio

hacia sus víctimas en cada gesto, en cada trágico episodio.

Nada lo paraba, a nadie temía, ella y sólo ella imperaba

sobre todos los atemorizados a los que la vida arruinaba.

Fue la miasma que en cada respiración escapaba

la que alertó con pavor lo horrible que se avecinaba.

Al principio de poco o nada se percató la buena gente de Wártaga,

sólo, quizá, una ligera pérdida de alegría, una sensación muy vaga.

Nadie sospechaba la gran amenaza que sobre todos se cernía,

que cuando la desgracia fue evidente ya poco o nada hacer se podía.

Las miradas se enturbiaron, las palabras amantes se agriaron,

las caricias se enfriaron, las sonrisas se helaron.

A la lejanía de los sentimientos se pasó al odio y en nada al rencor,

nadie quería parecer débil, dulce, amable, cualquiera era del otro acusador.

¿Qué pavoroso maleficio había destilado la malvada maga

en los corazones de los wartagenses para tanta ciénaga?

La envidia, mis queridos oyentes, la biliosa y ácida envidia,

la maldita, borrascosa, putrefacta que a todos dividía.

Así, que ahora oídme, buenas gentes de este lugar:

Lo que destruyó a los wartagenses y su hogar.

No fue un monstruo, ni epidemia, ni máquina infernal,

sino la más vil de la emociones como arma mortal.

Mirad a vuestros amigos, vecinos, ciudadanos todos de este lugar,

nunca dejéis de alegraros por su bien e id con ellos a celebrar.

Y ahora, terminada la triste historia, aprended de ell,a y si os gustado

dejad en mi ajado sombrero unas monedas, que mi hambre siempre han necesitado.

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