La doctora Ofelia

La doctora Ofelia

Miguel Ángel

07/03/2020

Dice mi madre que cada vez que la doctora estaba por tomar un medicamento, ofrecía con agradecimiento las palabras «en el nombre sea de Dios», y acto seguido tragaba la píldora con la devoción que una persona como ella, una mujer con sufrimiento suficiente en su vida, podía tener.

Madre de cuatro hijos, pero uno murió días después de nacido. De carácter firme, reacio, me parece que fue causa de las vivencias de la ingrata infancia. La doctora no era muy bien recibida en casa porque era «diferente» a las señoritas de su época. Su madre se encargaba de instruirla en el arte de ser mujer, y a lo que podría aspirar en las etapas de su vida: de niña bien portadita con sus padres; de joven, sus estudios que tenían que corresponder a los de una mujer decente, y ya de grande a «encargarse» de la familia, es decir, su esposo e hijos.

La doctora Ofelia cumplía con el primer requisito de amar a sus padres pero no porque estuviera en el manual, sino porque así lo decidía. En cuanto al segundo, ella eligió una profesión para «hombres», la medicina. Para el tercero, eligió a un compañero de vida algo independiente que no necesitaba de cuidados, un profesor rural que no fue el amor de su vida pero que complementaba su vida.

Morena, con rasgos indígenas, y con una sonrisa que no podía pasar desapercibida, le tocó nacer en el estado hermoso de Puebla, México. De mente ávida por aprender y un corazón muy noble, de ese tipo que sacrifica su beneficio en favor del otro, aún sin obtener alguna gratificación verbal, pues la doctora Ofelia sabía, gracias a los horrores de la Revolución Mexicana, lo que era hacer las cosas sin esperar algo a cambio.

Su consultorio era su casa, donde curaba heridas físicas pero también del alma. Sus pacientes eran su propia familia, y algunos vecinos y personas de la iglesia metodista donde se congregaba. Como no era tiempo para mujeres doctoras, tuvo que cambiar el bisturí por las palabras, el estetoscopio por abrazos que le proporcionaban información de la salud interna de sus pacientes. Y sus recetas las cambió por palabras de aliento, oraciones y su compañía cuando sabía que se necesitaba.

Siempre deseó una familia unida, siempre soñó con ver a sus hijos hechos. Pero la vida no es cuento y poco podemos manipular en ella para cumplir con lo que nuestra mente quiere, y la doctora Ofelia lo sabía. Se contentó con tener a sus hijos vivos, con verlos hechos «personas de bien» como decía.

Hace rato que la doctora Ofelia dejó este mundo, en el que ella aporto su puño de arena. La llamaban Ofe o doña Ofelia o señora Ofelia o mamá pero nunca se le reconoció el esfuerzo, el gran esfuerzo que hizo por ir en contra de decenas de voluntades por asistir a la Facultad de Medicina cuando pocas mujeres se «atrevían» a desafiarlas. Cuando sólo un puñado preguntaba ¿porqué no?, y ¿qué se tiene que hacer para cambiar este país? Ah, por cierto, la doctora Ofelia fue mi abuela.

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