Migración Vampírica

Migración Vampírica

Davemoniac

06/03/2020

Nunca hemos sido aceptados por la raza humana. Tampoco nosotros los hemos admitido. Esa es una verdad inobjetable. La falta de aprobación es mutua y perenne. Siempre ha sido así, desde que la Luz mintió a la Inmensidad Oscura del Tiempo y el Espacio e insufló en las arenas primigenias para con ello, esculpir imágenes y semejanzas que degeneraron en lo que hoy es la especie humana.

Nosotros espíritus originarios, fuimos arrojados a este mundo como sombras malditas. Aquellos que reclamamos las arteras traiciones de la Luminiscencia fuimos condenados al repudio universal de todo lo creado y lo no creado. Pero subsistimos con el pundonor del libre albedrío y nos hicimos, a punta de rechazos, discriminaciones, golpes y fracasos una raza poderosa. Trocamos, en sacrifico tras sacrificio y a través de los siglos, la repulsión originaria por el miedo, el asombro y la incomprensión y lo hicimos nuestro verdadero alimento. La sangre no es, no ha sido y no será más que la exigencia de un tributo por los lapsos de ignominia y de felonía.

Los draguliam o nephilitas hemos convivido con la especie humana y entre altibajos, ambos podríamos considerarnos satisfechos por las condiciones naturales de nuestros dones, de nuestros vicios, virtudes y maldiciones. La supremacía minoritaria de nuestro linaje se difumina en la superpoblación, el progreso y la evolución consentida de la raza humana. Sin ser de ninguna manera parecidos hemos sabido desplegar un camuflaje ideal para pasar desapercibidos, sin alterar la burda razón de la coexistencia humana y vampírica: materia y alimento versus energía y venganza, respectivamente.

Pero eso está a punto de terminar.

Los seres humanos en su extravagante evolución han distorsionado toda idea original de lo que somos y de lo que es, de lo que podemos y lo que debe ser, y el universo comienza a retrotraerse en el temor de que estos seres inferiores en todo sentido sean capaces de destruir todas las dimensiones cósmicas. Pero en ese retroceso, nosotros Draguliam, comenzamos a padecer. El maldito humano ha dejado de temer.

La esencia del miedo, del terror o del pánico en las personas, y que era el principal nutriente de nuestra espiritualidad manifiesta, hoy no es más que simple confusión, indiferencia o incluso admiración banal, incluso la cáustica búsqueda de una discordante amistad.

Tenemos que migrar.

Estos ambientes de antaño sombríos y en una naturaleza de por sí extraviada, con sus bosques inundados en la neblina y colapsados por el frío y la soledad hoy no son más que postales de excursión extrema y campiña bárbara. Los Cárpatos ahora son lugares turísticos y no el umbral de lo siniestro. El medievo de nuestras residencias son escueta piedra e historia. Transilvania no es más que la nostalgia descolorida y rancia de castillos en una región casi olvidada por el mundo. Dracul es un mito y un pésimo nombre. Nuestra monstruosidad sanguinaria ahora puede ser el tosco motivo de un estudio filantrópico y de la investigación de nuestra estirpe. Nuestra velada enemistad hoy pretende convertirse en novela romántica, película de superación personal o superfluos reality shows.

Debemos movernos de aquí. Y no será fácil. Si el humano ha dejado de temernos y no podemos alimentarnos, la travesía será un tormento.

Siendo yo Draga Pater en mi familia me corresponde sondear, resolver e informar. No hay vuelta de hoja: Los draguliam debemos emigrar.

Movernos significa volver a desarrollar estrategias de traslación pues, aunque podemos tele-transportarnos resulta imposible hacerlo si no hemos estado alguna vez en el lugar destino. Y el destino es inexplorado e incógnito para nosotros del otro lado del Océano.

Si bien existen miembros de nuestra especie allende el mar, en la parte septentrional del Continente, en la famosa Colonia Inglesa hoy hegemónica, la verdad es que nadie de los nuestros, ha avanzado jamás hacia donde se parte el sol para inundar de fuego y mentira la faz del suelo. No obstante que el astro no repercute en nuestra corporeidad de manera alguna, como falsamente se cree, el sol es el enemigo natural de nuestra conciencia por representar a la luz de la traición. Y nuestra conciencia es como el corazón humano. No hay razón de ser sin ella, sin él. Vamos entonces, a intentar emigrar al lugar que los ancestros llamarán el Ombligo de la Luna. Intentaremos vampirizar y colonizar, en ese sentido, al Tercer Mundo.

La nocturnidad antes aliada para emprender cualquier viaje hoy podría ser contraproducente porque el humano tampoco duerme, no cede a los caprichos de la naturaleza para regular su otrora, exacto reloj biológico. Será difícil pasar desapercibido y no ser presa del fastidioso interés, del insidioso morbo hacia nuestras costumbres, de la aberrante indiscreción, de la imagen, la entrevista, del asedio digitalizado y simplemente, será difícil sufrir hambre en un mundo que rebosante de humanos y por ende de alimento, agasajo, bacanal, gaudeamus… no exista ya el miedo, el pánico, el terror.

Entre nosotros y entre los humanos conocidos la idea es similar. Suponemos que en aquellos territorios miserables no ha llegado la civilización y la gente vernácula es aún inocente y natural. Eso sabemos. Quizás sea un asunto aún más primitivo y el miedo sea simplemente un desconcierto, lo que implicaría el deber y la posibilidad de generarlo. Recuerdo esos viejos tiempos en que la sangre y el alimento eran comparsas. Cuando la muerte y el pavor iban de la mano y teníamos que ser sanguinarios para dar génesis al miedo. Es algo antinatural obviamente porque somos espíritus supremos, no necesitábamos asesinar a nadie, pero debimos hacerlo porque de otra forma nuestra inmortalidad sería infame, decrépita y puesta en tela de juicio.

Iremos directamente a las fronteras racistas del Impero y desde ahí nos infiltraremos hacia el Sur, adoptando como siempre lo hemos hecho, los rasgos, lenguajes, vestimentas, hábitos, costumbres, tradiciones e idiosincrasia de la víctima.

Cosas tan simples no distraen, no entretienen a nuestra raza. Son asuntos despreciables y deleznables para nosotros. Pero debemos sobrevivir y defender una perpetuidad vigorosa y no famélica como ya empieza a ocurrir.

Nos intriga la capacidad humana para segregarse por sí sola, para discriminarse y formar grupos con valores y jerarquía social distinta. Intentaremos hacer de ese tercer mundo el mundo perfecto… para nosotros.

México es un extraño nombre, por cierto.

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