EN BUSCA DE UNA IMAGEN

EN BUSCA DE UNA IMAGEN

raul basail

04/03/2020

EN BUSCA DE UNA IMAGEN

Si bien el día se mantuvo nublado, y con algunas lluvias por momentos tenues, que parecieran no mojar; y en otros con una mayor intensidad, no quiso salir de su casa esperando una gran tormenta que, si bien no estaba pronosticada, él aseguraba que llegaría. Las nubes habían aparecido la noche anterior en el horizonte, desde un punto cardinal conocido. Esa noche, al salir de la casa de sus amigos, les auguró la tormenta, inmortalizando un viejo comentario que un amigo siempre repetía; que las nubes “venían del hipódromo”, por lo que seguramente llegaría la lluvia en no más de veinticuatro horas.

De todos modos, hasta ese mediodía sólo habían resultado ser algunas lloviznas, tan inofensivas, como irritantes a su pronóstico. Tras el ventanal de la sala, con la pipa en su boca, leyendo el libro, esperó inútilmente, hasta que decidió recostarse a descansar luego del almuerzo. Como ocurría habitualmente el dormir de su siesta era más profundo que el de la noche por lo que no escuchó los primeros truenos. Cuando la tormenta eléctrica se desató, su despertar resultó un sobresalto, pero, al escuchar el sordo ruido de la intensa lluvia, se transformó en un alivio. Una alegría por su victoria. Su diagnóstico pronosticador, como tenemos todos, en él no falló esa tarde.

Volvió a sentarse en su sillón de la sala, a observar, con satisfacción aquella cortina de agua que caía frente a él.

En un primer momento se presentó como una sombra que se movía con el ir y venir de las cortinas que se arremolinaban con el viento de la tormenta sobre el extremo derecho en donde la ventana dejaba un resquicio abierto. Luego, aunque ellas llevaran un movimiento autónomo e irregular, sobre aquella pared de su derecha, que apenas vislumbraba, llamó su atención que ese movimiento ondulatorio fuese haciéndose mas lento, y que del tenue gris se iba transformando en un profundo negro, que fue lo que en realidad detuvo su atención.

Advirtió que la calle se transformaba, en pocos minutos, en la absoluta oscuridad de una noche cerrada, si bien las campanadas de las siete aún no habían sonado en el reloj que, a sus espaldas, pendía de la pared. Sin querer mirar a su derecha, veía, por el rabillo, cómo esa negra, ondulante sombra, que se había mimetizado con la oscura tarde, comenzaba a transformarse, en su propia levedad y lentitud, en un tornasol que viraba con parsimonia demorada a un blanco que alteraba su ondulante presencia. Había dejado de ser una sombra de algo, había dejado de ser un producto de otra circunstancia para decidirse a ser ella misma, para transformarse, por propia decisión, en una realidad concreta y probablemente, definitiva.

Durante los primeros minutos pretendió ignorarla, pero esa paradójica sombra blanca se fue tornando más definida a cada minuto. Reconoció que no cabía otra opción, y se volvió frente a ella. Fue entonces que, como si hubiera esperado su mirada franca, fue presentándose, sobre la pared, la imagen de una mujer cuya nitidez se delimitó completamente en escasos instantes. Permanecieron interminables segundos observándose uno al otro. Imaginó, por un minuto que, si alguien lo estuviese observando desde otro ángulo, hubiese supuesto que su locura había llegado al máximo de su expresión, al advertir su mirada estática y asombrada, dirigida a una pared.

En un principio, aun en ese inédito tiempo, sería coherente hasta hacia él mismo. Pero el cerebro y la memoria trabajan, en ocasiones especiales, a mayor velocidad de lo que uno mismo se imagina. Poco tiempo pasó para que aquella situación a la que le había otorgado tanta importancia en ese momento, pasara a un absoluto olvido.

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Esa mañana, como tantas, la discusión cotidiana con su esposa no había salido de la rutina. El mes de enero era caluroso y el sol castigaba sin piedad. Las nubes, muy a su pesar no aparecían, y la playa era la única opción. Ese día se negó a sacar el auto por lo que fueron a una playa cercana. Terminados los preparativos y una breve caminata, dejó a ella tendida al sol y el decidió caminar por el centro. A esa hora, llegando el mediodía, Gorlero era casi un desierto por lo que decidió caminarla con la tranquilidad que era imposible en horas de la tarde. Una cuadra antes de la Galería Redonda, y desierta, se detuvo frente al negocio de artículos para hombres, uno de los pocos en toda la calle, y que, en ocasiones, encontraba algo para comprar. Ese día no era su intención. Sólo caminaba descansando de todo y hasta de sí mismo. Sin advertir, hasta que ella se dirigió a el, la presencia de esa mujer a su lado, había pasado inadvertida. Su ropa, los típicos “claritos” de su pelo, su nariz, y su soberbia actitud, hizo que reconociera que era del otro lado del río.

-Tengo que hacer un regalo y no me decido. Usted que es hombre podría ayudarme- dijo como hablando sola, o como ordenando la respuesta.

El se mantuvo en silencio, como si no hubiera escuchado, como negándose a recibir ese comentario tan imperioso, sin lugar a dudas muy Argentino.

-Disculpe la molestia señor- dijo por fin, enfrentándose con él cara a cara- Tengo que hacer un regalo para un hombre. Y como estábamos viendo la misma vidriera, quisiera saber, siempre que no sea una molestia para usted, si pudiera ayudarme a tomar una decisión adecuada.

-Con gusto la ayudaría ¡Pero eso depende de tantos factores!- respondió, relamiendo su venganza.

-No le entiendo.

– Y, es así. No es lo mismo un hombre de veinte, que uno de treinta, o uno de cincuenta. Eso además de sus gustos habituales. Existen por ejemplo quienes llevan un pañuelo prolijamente atado al cuello, y otros tantos que lo detestan. ¡Y no hablemos de los colores!

Ambos, que habían comenzado aquel diálogo, más como si fuera una competencia, que un tema amable de colaboración, fueron bajando las guardias a medida que se fuedesarrollando.

-¿Porqué no hacemos una cosa?- dijo él con naturalidad- vamos a la esquina, y mientras tomamos un café, me da datos más concretos. Por supuesto esto no pretende ser una incursión en su vida privada. Le aseguro que para mi va a resultar un verdadero placer poder ayudarla, sin ninguna otra intención.

Comenzó a caminar dando por aceptada la invitación. Ella se demoró unos segundos, el tiempo de reponerse de su sorpresa. Luego apuró el paso para alcanzarlo.

Se sentaron a una mesa en elCafé, pidiendo, ambos, una bebida fresca.

El principio de la conversación fue frío, cauteloso, no solamente como un estudio mutuo, sino fundamentalmente, pensando en las amistades que podrían tener. Sabían que el mundo era tan grande como pequeño. Y ambos venían de un mismo origen. Fue por eso que, en lugar de comenzar con el tema que los había llevado, cada uno fue indagando todos los lugares comunes que podrían unirlos, con el mayor recato y disimulo. Cuando llegaron al tópico del colegio al que concurrían sus hijos, fue que ya era suficiente como para continuar dando vueltas sobre los mismos temas.

-Bueno- dijo por fin- necesitas un regalo para tu marido.

-Sí, es una fecha importante para él.

-¿Y qué edad tiene ese señor?

-Más o menos como la tuya.

-Bien. En ese caso, ignorando cómo serán sus gustos, a mí me parecieron buenas unas camisas que estaban sobre la izquierda de la vidriera. Unas con cuadritos pequeños.

-Las vi, pero tenía mis dudas.

-A mí me parece que a él le va a gustar cualquiera de esas.

-Bueno. Gracias. Me has sacado de un lío.

-No será para tanto- respondió- Yo soy Eduardo Solano.

-Yo soy Emiliana- dijo mientras se levantaban de la mesa y se despedían.

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De pronto, su pared se había transformado en eso, una pared lisa, uniforme, casi un hueco de su espíritu. Apenas una soledad.Ni siquiera atinaba a decirse, una fantasía. Se había detenido unos instantes en aquella lluvia, y al regresar su mirada a la pared, solo quedaba eso, nada más que él, sólo, en la habitación. Como resultaría una reacción natural, jugó a girar su cabeza de un punto a otro, pero como ya había supuesto, lo único concreto, la única realidad con la que se encontraba era aquella tormenta, con la que tuvo que resignarse.

En más de una oportunidad encontró excusas para levantarse, deambular por su casa y volver a su sitio como para reiniciar aquel encuentro. Pero todo resultó inútil. Aquella imagen que no alcanzó a relacionar con nadie había desaparecido. Es más, comenzó a creer que nunca había existido.

La lluvia fue cediendo y la oscuridad de la tormenta se confundió con la de la noche, que ya había llegado. Ignoraba el motivo pero estaba inmerso en una sensación de desasosiego. Se advertía nervioso, incómodo consigo mismo sin reconocer una causa precisa que lo justificara.

Caminaba de un lado a otro mirando por momentos hacia la pared. Intentaba reproducir esa imagen sin lograr su objetivo. Hasta que, dejándose caer en un sillón, reconoció que todo aquel juego no había sido otra cosa más que un producto de su fantasiosa imaginación.

Un día cualquiera, pasados varios meses, yendo a su sillón, con un libro en la mano, y tras el humo de la pipa que salía de su boca, sin siquiera recordar aquel lejano acontecimiento, se dijo que esa pared se encontraba demasiado vacía, por lo que decidió que debería colocarle un cuadro. Esa decisión, como en todas a las que arribaba, tendría realizarse en el menor tiempo posible. Conocía sus características y advertía que había ingresado en un camino nada fácil. Sabía que a partir de ese momento tenía una ardua tarea que cumplir. Fue así, que concentró todo su esfuerzo en encontrar un cuadro que pudiese ocupar ese espacio. También sabía que, por sus características obsesivas, no iba a resultarle nada fácil encontrar el objeto que pudiera cubrir esa pared.

Su primera tarea fue concurrir a todas las nuevas exposiciones que leía en el diario. Luego continuó en las subastas de aquellas engañosas casas que publicitaban las familias extranjeras que remataban todo por volver a sus países. Recorrió galerías y museos esperando encontrar algo que le atrajera, aunque solo fuera para lograr, al menos, una idea para seguir.

La casualidad hizo que lo visitaran unos amigos que vivían en Entre Ríos, que lo obligaron a llevarlos a la Plaza Dorrego. Con el desgano de tener que visitar esos sitios organizados para el turismo, no pudo negarse. Comieron en un lugar de la zona, y luego recorrieron la Plaza y sus alrededores. Ingresaron en una gran galería en la que, oficiando de guía turístico, explicaba que allí, si lo observaban con detenimiento, había sido uno de los conventillos de los que tanto se habla, o hablaba, en los libros y comentarios de mediados del siglo anterior. También les decía que, aunque pareciera hablar de historia antigua, aún existían muchos.

En un momento, lo impresionó un cuadro en una de las tantas vidrieras por las que se habían detenido. Se trataba de un óleo en el que observaba el trabajo de la pequeña espátula dando, uno tras otro, los toques de distintos colores que, aunque parecieran arbitrarios, constituían un armonioso conjunto. Al mirarlo no era nada más que eso: un conjunto de colores armónicamente diseñado, pero que emanaba una sensación de calidez, de tranquilidad, de paz. “Es lo que estoy buscando”- se dijo. Preguntó el precio que le pareció excesivo y lo regateó.

-Yo no soy turista- argumentó- los turistas son ellos- dijo señalando a sus amigos- Si vengo el lunes seguro que me lo dejás mas barato, pero no me hagas regresar. Luego de una larga conversación consiguió un precio razonable, y compró su cuadro. Lo dejó en el baúl de su auto, y con alegría volvió a reunirse con sus amigos dejándose llevar, ya sin molestias a los sitios que quisieran visitar.

Tras un minucioso análisis decidió el lugar exacto en que lo colocaría. Una vez puesto el clavo del que pendería, advirtió como en un recuerdo remoto, que era el mismo sitioen el que se había presentado aquella imagen el día de la tormenta. Sin otorgarle ninguna significación al hecho, colocó el cuadro, observándolo desde distintos ángulos, quedando conforme tanto por su adquisición como el lugar que ocupaba en la sala.

Encendió la pipa y se sentó, no en su sillón habitual, sino en el que se encontraba frente al cuadro. Tras las sombras del humo, advirtió que un rostro de mujer podía ir delimitándose entre ese torbellino de colores. Le impresionó, no sin previsión, que este rostro no era otro que aquel, que el día de la tormenta, se reflejara en aquella misma pared al virar al blanco. Una sensación de intriga lo invadió. Sacó el cuadro y miró en su reverso, que hasta entonces no había hecho.

En el borde inferior, en un pequeño papel de etiqueta se leía “Emiliana-Julio/2002”

Debajo de ese título, la firma del autor.

Colocó nuevamente su cuadro y volvió al sillón. Había resultado casi un accidente, una actitud impensada el encuentro con ese cuadro que sólo tenía el propósito de cubrir la pared en la que sobrevivía aquel extraño relámpago de un día de tormenta, pero advirtió que su tarea no había sido concluida. Recién comenzaba.

Reconoció, entonces, a Emiliana como una realidad concreta. Que no sólo había sido una imagen onírica en una tarde de tormenta. Que no sólo había sido un sueño soñadoen Punta del Este.

A partir de ese momento, se encontraba frente a otro único objetivo. La imperiosa necesidad de encontrar a Emiliana.

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