Cada día se levanta
a las 05:30 sin falta,
se baña, se alista
no hay tiempo sino prisas.

Mientras talla el piso sucio
recuerda sus días de estudio,
promesas de un buen futuro
desvanecidas por el mundo.

Sesenta años de edad tiene ella,
con la pensión a sus hijas alimenta,
sin el apoyo de aquel hombre enfermo
quien un día fue su complemento.

Algún día tuvo casa y vestimenta,
era una vida casi perfecta,
todo pasó por un error,
dejó su empleo y su empleador.

Comenzó a vivir en arriendo
cada vez era más tremendo,
Quinientos veinte mil pesos
el techo para cuatro sesos.

No terminó la universidad
ser abogada fue su ansiedad;
al ver series de investigaciones
renacían sus ilusiones.

Pero su vida se sostenía
por pensar solo en sus hijas
a quienes tuvo ya mayor
y que de inmediato, amó.

Su buen corazón
sin duda la amargó,
prestó dinero
y su historia continuó.

Su hermana la trataba,
le regalaba y la visitaba;
al observar su dificultad,
pensó en tal vez ayudar,
y con la excusa de una empresa familiar,
la tía de las niñas la puso a limpiar.

Ahora ella se esfuerza,
mata su columna a los sesenta;
todo para encontrar la paz
y que cada hija sea capaz.

Ella sonríe y ayuda a quien está peor
la amabilidad es su mal mentor
parece amargada y arisca
restos de una vida maldita.

Otras veces es tierna y solidaria
el amor es el motor de su alma,
y en la diversidad de dificultades
es obvio que ella es la mejor madre.

Sin duda sus hijas tienen una misión,
demostrar a aquella madre su amor
mostrándole la verdadera felicidad
antes que a la tierra vaya a parar.

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