Era realmente extraño tenerle tan de cerca, juro que en mi otra vida le habría sujetado fuerte y no le hubiese permitido irse, pero, allí estaba de nuevo mi yo temeroso, ese que no da un paso sin cerciorarse de que el camino esté seguro, ese que simplemente se cuestiona hasta para hablar, no puedo soltar silaba alguna sin sentir que estoy fallando, le temo a todo. De nuevo esta maldita inseguridad me persigue, vacío siento mi cuerpo, no sé si me estoy desvaneciendo o si ya no tengo nada adentro, y la idea de que no me iba a soportar lo suficiente me asustó aún más, ya no sabía hacia dónde ir o qué hacer para arreglarlo todo, pero había llegado a mi límite, y limité todo lo que estaba a mi alrededor, fui egoísta y pensé siempre en mí,  y se suponía que funcionaría pero me olvidé de quien me dió la mano cuando estaba asustada, y era hora de que pagara por mis actos. No siendo más emprendí mi marcha, si iba a arreglar las cosas debía comenzar con lo más importante, con lo más esencial e indispensable, me debía perdonar primero para perdonar todo,y no era tan fácil como se veía, realmente me ha costado mi vida entera el hablar de mis problemas y sensaciones, no me expreso con facilidad y él lo sabía, y viendo que mi miedo siempre fue más grande que mi amor por él,  supo que ya nada podía hacer por mí,  y partió,  se fue junto con mis pocas esperanzas, no me permitió ni titubear, ya se había desvanecido, y mi alma con él,  pensé que esta vez era diferente que realmente me atrevería, pero fallé y me di cuenta tarde, tardé tanto en aceptar mis sentimientos que ya no supo cómo seguir esperando, ya no supo como manejar la situación, no supo como manejar a un huracán, como vivir con una tormenta y salir ileso de ella, y cuando el sol quiso salir ya había ido en busca de su paz, y estaba lejos de llegar a serlo, preferí soltarle al fin, no me permití seguir con eso, preferí seguir con mis reparos, tenía mucho que arreglar en mi vida, y si para aprender la lección debía perder algo, valió la pena, porque al menos le tuve, y le quise y sé que él lo supo, aunque jamás lo escuchó siempre lo supo. Ese fue el elogio de mi locura, la crónica de mi muerte anunciada, fue mi la vorágine y mis cien años de Soledad, después de todo, no fue tan malo, vivir un sueño despertando en un viaje astral de inhibiciones erradas.

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