Esta es la carta que nunca escribiré para decirte eso que ambos ya sabemos.
Lo nuestro llega a su final y te doy las gracias dado que con la perspectiva de la madurez, veo lo entrañable del terror que sentí por ti casi toda mi infancia.
Aunque tengo 14 desde hace tiempo , hoy he aprendido que los monstruos como tú no existen. Te echaré de menos el resto de mi vida, extrañaré ese tipo de terror que desaparece con la luz de la mañana o con el dulce beso de un buenos días . Los terrores a los que me enfrento hoy no desaparecen, no sin dejar huella y cicatrices.
Hoy ha vuelto a entrar en mi habitación, he pensado en ti todo el tiempo.
Ahora lo comprendo. Ahora sé que siendo dueño de aquel rincón de mi corazón quizá sin pretenderlo me protegiste de los verdaderos monstruos.
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