Hay canciones que me transportan por las peripecias de la vida, me dirigen por caminos nebulosos en mi memoria, lugares que había olvidado por completo, regiones lúgubres y abandonadas ya hace mucho tiempo. Hay canciones que se convierten en una suerte de introspección generosa que me devuelven al redil y me incitan a visitar los mausoleos más antiguos de mi mente. Túmulos grandes y vastos, con muros polvorientos que se desprenden de mi memoria como bloques sólidos de pintura cayéndose de paredes antiguas y enormes, dejando ver la antigüedad del material del que se construye mi personalidad y mi existencia. Estas canciones me hacen sentir como hombre moderno visitando los vestigios de una civilización anterior, desde monumentos y monolitos que ocuparon páramos enormes, de abundante vegetación, hasta los rincones más extraños de mi naturaleza y, por alguna extraña razón, me hacen sentir en casa.
Alguna vez, en algún punto de mi vida, me sentí pertenecer en algún lugar. Tal vez sea solo una exageración o quizá solo un retazo de melancolía. Un pequeño trozo de tristeza que se adentra por mis oídos y me recorre por completo, corriendo por cada parte de mi cuerpo como pulsos eléctricos a través de mi sistema nervioso haciéndome sentir de esta forma. Nunca lo sabré con certeza, pero de algo estoy seguro y es que, en esta perplejidad, puedo verme con tanta extrañeza, puedo sentirme en mi juventud, puedo recordarlo todo, puedo sentirme completo.
OPINIONES Y COMENTARIOS