TERROR DE MEDIA NOCHE

TERROR DE MEDIA NOCHE

Willians Valdez

11/02/2020

Llevaba mucho tiempo en la cama, observando la oscuridad, oscuridad que se hacía cada vez más clara por la ausencia de luz en la habitación; podía ver las sombras de las cosas, en tonos más oscuros en relación a su espacio, la silla, el tocador, podía ver los cosméticos en un desorden de figuras simétricas pequeños rectángulos cilíndricos, cuadrados al azar, y la ropa colgada en el perchero que siniestramente se figuraba una persona allí, sentía que me observaba, que esperaba el momento oportuno de atacar; ¿pero para qué? No tengo dinero ni cosas de valor más qué, una pulsera de fantasía que me regaló el piojoso de mi novio (pensó) y si sus intenciones son otras, ¿tal vez es un psicópata, violador y asesino? ¡No! Estúpida qué estás pensando, ¡solo es una pinche sombra! Estuve debajo de las sabana cerrando los ojos ignorando todo contacto visual con el fin de quedar dormida; no sé cuántos minutos pudieron pasar, como esperando ese momento de suspenso para gritar en una película de terror, la intriga bajo sabanas era tan desesperante como ver en la oscuridad.

–esta sugestión me va ser orinar en la cama si no prendo la luz.

Sentí aquella presencia que avanzaba hacia mi, era demasiado intimidante sabiendo que estaba sola en aquél cuarto, no me sentía segura; debo levantarme rápido de la cama y encender el foco, y confirmar que el único acceso a la habitación, estuviera cerrado.

El silencio era abrumador, me dolía los tímpanos por tan agudo silencio; solo escuchaba el rose de las piernas con las sábanas al llevarlas a la orilla de la cama para buscar las pantuflas, e intentaba respirar lento, muy lento por el sonido que ocasionaba el inhalar y exhalar de mi respirar, era agotador y asfixiante. Mi corazón en su loco palpitar exigía más oxígeno; estaba aterrada por levantarme para ir a encender la luz.

Estando acostada, esforzaba mi cadera en ser más flexible dándole presión y un agudo dolor a mi espalda, intentando buscar las pantuflas con mi pie derecho, y la otra pierna estirada y rígida en la cama, me causó más tensión en la cadera; tal incomodidad, me hizo ver el ridículo que estaba haciendo.

–¡pero que tonta soy..! mejor, levántate y sentada, se pone las pantuflas ¡pendeja!

valiente en mi decisión, de un jalón me senté colocando ambos pies en dirección al suelo; el izquierdo encima de una de las pantuflas y el otro, en el frío y liso piso provocando un escalofrío en todo mi cuerpo. Eso provocó que la figura siniestra se empezara a mover, paralizando mi cuerpo de la cintura hacía arriba, movía frenéticamente el pie derecho como si tuviera voluntad propia buscando desesperado la otra pantufla, fue muy frustrante sentir, patearla debajo de la cama.

-¡No puede ser!

En ese instante, aquella siniestra figura se empezó a desprender de la pared, levitando en dirección a mí. Aterrorizada jadeaba intentando buscar la pantufla con el pie, sentada muy rígida agarrada del colchón, como si mis manos fueran garras de águila.

Entonces, un pinchazo en el pie, detonó un dolor y grito muy agudo de terror desde mi pecho, parándome de un salto de la cama con la intención desesperada de llegar al interruptor de la luz… pero terminé en el suelo, golpeando fuerte mi rodilla con la silla, saliendo de mi un quejido, ahora, grave y largo como si un demonio saliera desde mi garganta para atormentar a las almas; estirando mis brazos para sujetarme con lo que primero agarrase en medio de la caída… solo logre, llevarme el tocador lleno de cosméticos produciendo así, un estruendo mayor de cristales rotos.

Al minuto sentí, que abren la puerta y era mi mamá, armada con la escoba, despavorida gritando mi nombre.

–¡María! ¡María! Hija ¿dónde estás? ¿qué te a pasado?

Yo intento salir de debajo del tocador, tomando mi pierna lastimada y apoyando mis manos en el piso y así levantar el mueble de mi espalda para inclinarlo al lado opuesto.

–¡Maldito…! ¡deja a mi hija! –Empezó a golpearme en aquella oscuridad con la escoba, llena de temor sin fijarse primero quien era el que estaba debajo del tocador.

–hauuu..! mamá, mamá, espera, soy yo, soy yo no me pegues.

–pero ¿Qué te paso mija?

Con mi rodilla lastimada, un alfiler incrustado en mi pie y luego golpeada por mi madre, no tuve otra elección que llorar como niña chiquita.

Ella prendió la luz y me ayudo a sentarme en mi cama mientras revisaba mi pie y la rodilla.

–perdón cielo, pero ¿que paso aquí? Tus gritos y el estruendo de las cosas cayendo, me aterrorizó al pensar, que alguien estaba haciéndote daño en tu cuarto.

–me asusté mucho ma’ sabes que le temo a la oscuridad y vi ahí una imagen de alguien que estaba en la habitación pero era mi ropa colgada en el perchero.

–¡ay bebé! casi me matas del miedo, pero ya mi niña no sientas temor, ya estoy aquí, mejor no vuelvas a poner ropa ahí o mejor te compraré mañana una lámpara para que duermas con una luz encendida.

–esta bien madre.

En ese momento escuchamos un ruido, como algo pesado cayendo dentro del clóset.

–¡Ay ma’!

–tran… tranquila hija, pudo haber sido alguna maleta llena de cosas caerse.

Yo me puse detrás de mi madre y ella detrás de la escoba como escudo, y en dirección al clóset, fuimos haber…

Nos sorprendió al ver un cuerpo desplomado, recostado en un lado de la pared del clóset, un hombre corpulento de playera negra, que llevaba en su mano empuñada, un cuchillo de carnicería. Sentimos deseos de correr espantadas, pero noté que estaba inmóvil, su cara húmeda por el sudor con sus ojos bien abiertos como si quisieran salirse de las cuencas de su cráneo, se veía tan espantado como nosotras.

Su otra mano sujetaba fuerte la playera a la altura del pecho del lado izquierdo… Al parecer, murió de un paro cardíaco

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