Robert Grinch era un ciudadano normal, habitaba una pequeña casa con jardín a las afueras de una gran urbe. Amaba la naturaleza, y por eso había elegido ese hogar aislado en medio de un imponente acantilado, a la que sólo podía accederse a través de unas sinuosas escaleras de piedra caliza que dejaban sin aliento al más fornido de los atletas.

Robert no tenía familia, sólo un perro llamado Puzzle. Así lo llamó porque para él, ese perro estaba hecho de piezas de otros perros, era un mil leches que, a sus ojos, tenía incluso genes de conejo y lobo. La otra razón para elegir tal nombre es que ese chucho sin raza encajó en su vida como si fuese la pieza que le faltaba.

Todos los años el señor Grinch decoraba su casa cuando llegaba la Navidad, se esmeraba muchísimo a pesar de que nadie podía verla y que las visitas eran, cuanto menos, anecdóticas. En alguna ocasión y, para disgusto de su chucho remixado, incluso había disfrazado a Puzzle de reno.

Es complicado establecer el momento exacto en que su gusto por la Navidad se torció. Se podría decir que un cúmulo de circunstancias, experiencias propias y ajenas, unidas a su especial sensibilidad frente a las injusticias y su inherente capacidad para restablecer el orden y el equilibrio a su mundo, hicieron que Robert Grinch -a partir de ahora Grinch Hood- tomase una serie de decisiones que lo convirtieron en una leyenda, un antihéroe del que todos decían que odiaba la Navidad con todas sus fuerzas, habladurías sin razón.

La verdadera historia es que Grinch Hood se hartó de los ciudadanos de la gran ciudad de Moneytron. Sus gentes habían perdido todo rasgo de humanidad, sólo les movía su amor al dinero y el apego a las cosas. La razón de vivir de esos seres era acumular cosas, cuantas más mejor, aunque fueran inútiles. Y en Navidad, este problema y deshumanización se agudizaban más aún.

A 20kms. de la aislada casa de Hood había una aldea costera a la que solía llevar a pasear a Puzzle. Su perro-conejo-lobo amaba esas playas de una arena tan fina y blanca como la harina. Si las playas eran bellas, sus vecinos no se quedaban atrás, gente amable, bondadosa y siempre dispuesta a ofrecer ayuda. En más de una ocasión algún habitante de la gran urbe lo perdía todo por sus ansias consumistas y era acogido en la pequeña villa y tratado por todo el pueblo cómo uno más de la familia.

Esta aldea, Villa Afortunada, fue antaño un paraíso, pero, desgraciadamente, hace unos meses fue totalmente destruida por un río de basura y escombros procedente a todas luces de Moneytron, aunque la investigación se cerró sin ninguna conclusión clara. Sus ciudadanos lo perdieron todo, nadie acudió en su ayuda, incluso los antiguos habitantes de Moneytron a los que habían ayudado se fueron del pueblo y les dieron la espalda.

Grinch Hood no podía soportar que esa buena gente viviese en tal estado de depresión, ellos que meses atrás tenían el brillo de la ilusión en la mirada y el calor de la bondad en sus corazones, ¿cómo iba a dejarlos sumidos en ese estado catatónico? No señor, tenía que hacer algo.

Así que, aquel 24 de Diciembre nuestro antihéroe tomó una decisión, iba a coger “prestada” la decoración navideña de las casas de la gran ciudad e iba a decorar Villa Afortunada como se merecía, y no sólo eso, también iba a tomar prestados algunos regalos, al fin y al cabo los niños de la pequeña aldea no merecían tal desdicha y los de la ciudad tenían sus casas repletas de jueguetes que no usaban, además, ¿cómo podía el gordinflón de Papá Noel olvidarse de aquellos nobles niños? Viejo gordo, borracho y vago…Todo por no recorrer esas abruptas carreteras de montaña y bajar a la costa…

Así es que el señor HOOD cogió un viejo mono de trabajo y lo customizó con corcho, pequeñas ramas, hojas y hierba y…Por supuesto, también le hizo un disfraz a Puzzle, su malvado cómplice.

Esa nochebuena, él y su perro, que ahora parecía más bien un lobo sarnoso poseído por algún dios nórdico, salieron de su casa y se escondieron en la ciudad, hasta que una a una se apagaron las luces de todas las casas. En ese instante entraban por una ventaja o una chimenea y se llevaban todos los adornos y regalos que podían. En una de las casas fueron sorprendidos por un rottweiler que mordió la mano de Robert, y del que sólo pudo liberarse ofreciendo al can su guante como trofeo; Puzzle no pudo más que hacerse pis mientras observaba la escena escondido tras un sofá. El ruido despertó a una niña de 9 años que había pedido unos lápices de colores a Papá Noel, quería ser diseñadora. La niña les vio saltar por la ventana a toda velocidad.

Una vez su vieja furgoneta estaba hasta los topes de muérdago, guirnaldas, lucecitas, bolas y paquetes de regalos se dirigieron a Villa Afortunada. Allí, una a una decoraron todas las casas del pueblo. Una vez las decoraron, colocaron todos los regalos robados junto a las chimeneas, calcetines, o árboles de navidad.

A la mañana siguiente, los habitantes del pueblo no daban crédito, rebosaban alegría, ¡milagro navideño! Pero…¿quién era el autor de semejante hazaña?

Los periódicos de Moneytron eran un hervidero de rabia y odio, ¡alguien les había robado la Navidad! Ni una pista, sólo pudieron encontrar un guante en el que se podía leer Grinch bordado en algodón y el testimonio de una niña que decía haber visto a los malhechores. La niña incluso hizo un dibujo, parecía un abominable ser de un color marrón verdáceo y…¿un lobo? ¿Un chacal? ¿De qué infierno habían salido esas dos criaturas? Fueran lo que fuesen, no eran de este mundo, su maldad no conocía límites, ¡habían robado la Navidad!

Y así es como la gente de la ciudad empezó a sacar sus conjeturas, comentaban que unos seres de otro mundo habían venido a darles un mensaje aquella noche, debían cambiar sus insulsas y banales vidas y volver a los orígenes. De esta manera comenzó la leyenda del Grinch, el ladrón de la Navidad, aunque yo prefiero llamarle Grinch Hood, el justiciero.

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