Apuró la copa en un trago redondo, profundo, desesperado… Paladeó el vino y chasqueó la lengua contra el paladar. Agotada, se dejó caer sobre la hamaca oxidada que formaba parte de aquel paisaje de tierra árida, rojiza y perfectamente ordenada en hileras. «Todos los días hay que encontrar un motivo para vivir, y hoy lo tengo en el contenido de esta copa».
Tenía la tormenta justo encima. La tierra se arremolinaba con el viento.
La conferencia con su marido, que trabajaba en el Hospital Presbiteriano de Nueva York, la dejó desolada. Ernesto no iba a volver y le exigía reunirse con él en la Gran Ciudad.
Ella era hija del suelo polvoriento de roca madre, de los racimos prietos, del aire juguetón…
Se levantó y tomó un grano de garnacha de una cepa vigorosa, opulenta… Un relámpago cayó sobre la hamaca. Se le escapó una risa nerviosa, se sirvió otra copa y supo que el cambio era definitivo…
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