Dicen que el alma pesa 21 gramos. Unos la perdieron aquella noche, otros la olvidamos en algún oscuro lugar.

La sala apestaba a humo y a perfume caro, el calor se mezclaba con el sudor del que se está jugando algo más que dinero. La luz mortecina acentuaba más el gris de las paredes que un día fueron de un vivo color marfil.

Largas horas llevabamos jugando al blackjack. La partida había llevado a pérdidas millonarias, desde restaurantes, acciones y relojes con precios de más de cinco ceros. Todo ello había cambiado de manos con la misma facilidad que ingeríamos drogas y tragabamos pastillas mezcladas con alcohol, psicotropos de las mas variadas familias, unos para estar en estado de vigilia, otros para controlar la concentración y la memoria, ya que contar cartas era nuestro oficio aquella noche.

Aunque el control de nuestras vidas fué lo que perdimos, afuera el frío y la niebla eran los aliados de la oscuridad, en nuestro caso, en aquella sala, estábamos quemandonos poco a poco en el Averno con el diablo en persona. Aquel diablo se llamaba Jon Uriarte y entró a jugar por primera y última vez aquella noche aciaga, nos desplumó a todos y decidió, que salvaría la deuda de cuatro de los cinco jugadores si seguíamos jugando; eso sí, con sus reglas, a mí, me pareció un buen negocio, pero algo en mi interior me dijo que no siguiera. Algo pernicioso flotaba en el ambiente, pero debía demasiado dinero, y no tenía opción. Cuando tocó mi turno dije que «sí», que seguiría jugando cuando en realidad en mi interior luchaba por haber dicho «no». Todos continuamos jugando. No había otro remedio,habíamos vendido sin saberlo nuestra alma a aquel condenado demonio.

las reglas cambiaron, ahora ya no se jugaba con dinero,ni con propiedades, aquel hombre maldito sacó una pistola y una bala y la colocó encima de la mesa, introdujo la bala en la recamara de la pistola e hizo rodar el tambor. Las reglas eran bien sencillas, quien se acercase mas al 21, dispararía a cualquiera de los otros jugadores.

El miedo entró como una ráfaga en cada uno de nosotros, pero nadie se levantó…los cinco nos estábamos jugando la vida, pensábamos que la suerte esta vez estaría de nuestro lado y que podíamos salir de allí por nuestro propio pie. Qué locura.

La densa niebla de la calle entró en aquella habitación, Jon hizo de croupier y repartió las cartas, tres para cada uno desde la parte inferior de la baraja. Yo era el quinto y último. Llegó el fatídico momento de descubrir las cartas, nos mirábamos ansiosos sabiendo que uno de nosotros no se levantaría de la mesa. los tres primeros jugadores no tuvieron suerte, su puntuación fué muy baja, cinco, doce y siete, el cuarto tuvo una buena mano en total sumó diecinueve, soltó una leve sonrisa, se veía ganador. No era para menos su mano era excelente, tocó mi turno, mis manos empezaron a sudar al descubrí la primera carta, un rey de corazones,la segunda un diez de rombos, mi corazón apretaba la glotis y casi no podía respirar, si sacaba un As ganaba, cualquier otra carta me haría perder, di la vuelta a la carta, fué un segundo que me pareció una eternidad, era un As de picas.21 Había ganado.¿Pero en realidad había ganado? No, ni mucho menos.

El diablo Uriarte deslizó el revolver hacia mi. Retiré mi mirada hacia la mesa, no era capaz de mirarles a los ojos, agarré la pistola y la amartillé con la mano izquierda, elegí un jugador al azar, como todo lo que había hecho en mi puñetera vida, levanté la cabeza, apunté y apreté el gatillo al jugador que estaba enfrente de mi con la esperanza de que el tambor estuviera vacío.

Me equivoqué, el arma disparó, vi como la cara de aquel hombre perdió su expresión humana, y su cabeza golpeó la mesa, un grueso hilo de sangre fué deslizandose por el tapete hasta tocar mis cartas.

El juego había terminado…Por hoy.

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