Se hace humo la tarde

con el batir de pájaros

que saben

que su nido es nuevo

y que las montañas

son lejanos espejismos

ansiosos por ser conquistados.

Los ocasos ya no son

esa grácil manifestación de vida;

son meros eslabones

de una cadena interminable

e indistinguible.

No hay azules teñidos

de púrpura

ni las nubes cargan

en su vientre tormentas de luz,

sólo hay gris y cotidianidad,

uniformidad y vacío.

Y aquí estoy

sumergido en ella,

en esta tarde de plomo,

relatando los segundos

y sintiendo lejana tu almohada

que no huele a mí

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