Donde la infancia quedó perdida.

Donde la infancia quedó perdida.

ARTURO SOTELO

02/02/2020

Seguramente recordamos aquella película mexicana que se estrenó en 2004 del productor Luis Mandoki que relataba la infancia del escritor salvadoreño Óscar Torres, y reflejaba la dura situación que se vivía en la década de 1980, en medio de la guerra civil en el Salvador. Durante esa época, al cumplir los doce años, los varones eran reclutados por el Estado para servir en el ejército militar, era allí cuando la infancia terminaba. Las escenas eran devastadoras y, aunque sabíamos que se trataba de un filme, no podíamos evitar llorar, sentir tristeza, rabia, basado en hechos reales ¿qué carajos le pasaba al mundo? Sin embargo, también nos ayudó a reflexionar, respirábamos agradecidos por no haber vivido un infierno así, ¡pero qué alejados de la realidad! «Voces Inocentes», para quienes no la hayan visto y les despierte interés.

Traigo a cuento esta película porque es en lo primero que pensé cuando llegaron a mis ojos las primeras imágenes de niños armados en una comunidad del estado de Guerrero, México…otra vez.

Esta vez el reclutamiento no es por parte del ejército, sino por los mismos comuneros, de la misma población, indígenas que, tras la brutal ausencia del Estado para garantizar paz y seguridad, no quedó mas que formar sus propias organizaciones de defensa, Policías Comunitarias, como acá se les conoce. No son criminales, son defensores de su territorio.

Es doloroso ver estas imágenes y fácil sería ignorarlas y hacer como si no pasara nada, pero como dijo alguien que ahora no me viene a la memoria su nombre: ¨no hay nada peor que el apabullante silencio de la gente buena¨. ¿Quién recuerda cuando se decía que la niñez era el futuro? La frase ha quedado obsoleta, por lo menos en esta zona de Guerrero.

En México, el crimen ha infiltrado hasta los más remotos rincones, ya nada importa, sólo mantener el control y ser mejor que la banda enemiga a costa ya de todo, y frente a esto: la autodefensa armada.

Las risas, los sueños, las ilusiones y las ganas de ser astronauta o doctor al ser grande las han arrebatado, las arrebataron cuando asesinaron a sus padres, a sus madres y cuando violaron a sus hermanas, algo que sucede con mucha frecuencia, hay que decirlo. Los sueños fueron arrebatados el pasado 18 de enero cuando 10 indígenas fueron asesinados y quemados por una organización criminal, eran padres y hermanos de los niños que ahora vemos cambiar los juguetes y los lápices por escopetas, a veces casi imposible de sostener y de disparar, aún les hace falta fuerza física para lograrlo, aunque la rabia y la sed de venganza sobran.

¨Acto de fantochería¨ dar armas a niños, así lo calificó el presidente en días anteriores, el mismo que debería velar por la seguridad de todos y todas, el mismo que debería garantizar una niñez justa y feliz. Verlo de manera satanizada es mucho más fácil que ver el trasfondo, lo que hay detrás Ante esto, qué podemos esperar sino el mismo desprecio que siempre se ha dado a los indígenas hundidos en la miseria y el abandono. La responsabilidad de heredar a nuestras próximas generaciones un planeta con las condiciones necesarias para vivir es de todos, evadirla no es más que la muestra de nuestro rotundo fracaso. El estado de Guerrero, México: donde la infancia quedó perdida.

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