Hace días vengo escuchando una voz pequeña en mi cabeza. Unas manitas que raspan las paredes de mi interior; pequeños rasguños me hieren hace unas semanas. Me he dejado estar, porque es raro, porque no sé cómo explicarle al doctor los síntomas de la que parece ser una enfermedad muy rara. Lo siento en distintas partes del cuerpo, el domingo pasado por ejemplo, lo sentía en la cabeza, esas pequeñas manitas rasmillaban mis ojos y mi cien; hice como que no sentía, hasta que comencé a llorar, y lloré y lloré del puro dolor y extrañeza. Otro día la sentí en el cuello, me raspa la laringe a veces, y ni si quiera me deja hablar, siento como si tuviese algo gordo y oscuro dentro, avergonzada no me quedó otra cosa que guardar silencio.

Las pequeñas manitas que raspan aparecen en las noches, es como si vivieran entre las paredes de mi habitación y tuviesen gigantes madrigueras entre el adobe. Me huelen y saben cuando estoy sola y logran amedrentarme, tengo miedo que un día se organicen y decidan comerme o rasparme entera sobre mi cama.

Resulta que estoy rodeada de ratas, por dentro y por fuera, sé que hay una que está utilizando mi cuerpo de madriguera, haciendo túneles, vaciándome, y como si fuera poco, también me atacan en mi habitación. ¿Cómo puede ser posible que un ser 10 veces más pequeño que yo logre tenerme así de coartada? Tiene sentido cuando pienso en su organización y estrategia, y es eso a lo que le temo, que su colectividad logre desestabilizarme, enfermarme o matarme.

Sin saberlo, la gata comenzó a dormir conmigo, como si ella telepáticamente entendiera mi desesperación y hubiese decidido protegerme. Las noches en las que ella venía eran las más reconfortantes, lograba descansar y parecía que hasta mi rata interior se acobardaba con la presencia felina que de seguro emanaba un olor a gato que solo las ratas pueden reconocer.
¿Cómo no iba a amar a esa dulce gata que había llegado a calmar mi desvarío con sus ronroneos y compañía nocturna? En forma de agradecimiento comencé a alimentarla, le traía todo tipo de regalos, peces, leche, frutas, carne, cereales, todo lo que la hiciera sentir feliz porque ella me había salvado, era mi protectora y yo su sierva.

Ella se transformó en una especie de deidad para mí, yo le hacía ofrendas y ella me ayudaba a vivir tranquila, era la diosa a la que me encomendaba, mas las ratas habían estado demasiado silenciosas y tranquilas que ya empezaba a preocuparme.

El día lunes después de la universidad fui al mercado en busca del pescado semanal de la gata, ahora gorda, que cuidaba de mi. Llego a la casa, dejo el pescado sobre su plato y comienzo a llamarla, voy al patio, busco en las habitaciones, salgo a la calle, pregunto a los vecinos; ni un rastro de ella.

Lloré, como si me hubieran arrancado a mi madre y empecé a sentir de nuevo esas manitas dentro de mi, rasmillando mi cien y mis ojos, y más lloraba de la angustia de volver a sentir a esas malditas ratas.

Estuve tres días en completo delirio; me rehusaba a dormir, a cerrar los ojos, a pestañar si quiera, estaba atenta que ninguna me invadiera, había intentado de todo, y las noches en que la gata venía a dormir a mi pieza eran tan agradables; ya no estaba y la vida había vuelto a ser oscura y chirriante.

Recordé que solo había un lugar más en donde la gata podía estar, escondida quizás o muy gorda como para moverse; en ese lugar del patio que escondía colchones y muebles detrás de una gran tela. Me levanté a eso de las tres de la madrugada porque el ruido de las ratas era ensordecedor y necesitaba, desesperadamente que la gata me protegiera, cuidara de mi, por favor lo necesitaba, corrí al patio y como un animal encolerizado arrasé con la tela y con los colchones y muebles que allí estaban; la gata estaba ahí, cubierta de ratas que despedazaban los últimos trozos de carne y huesos que le quedaban.

Me quise morir con ella, sentí tanto odio porqueesas ratas horribles habían matado a mi amiga, a mi diosa, a mi protectora y comencé a pisarlas, y a tomar palos y piedras y arrojarlos encima de ellas, aplastarlas , quería verlas morir a todas y que me dejaran en paz. Un dolor punzante detuvo el ímpetu de mi locura, venía de mi ombligo, inmediatamente supe que era la rata que tenía dentro que estaba furiosa porque estaba matando a sus compañeras: yo también estoy furiosa y no quiero dejar de estarlo.Me di golpes en el abdomen tan fuertes que lograron aturdirla un momento, no solo tenía que deshacerme de las ratas que estaban ahí fuera, sino que también de la que tenía dentro mío; y desde los rincones, los muros, las puertas, la tierra salían decenas y más decenas de ratas rabiosas que tenían como único objetivo atacarme. Intenté resistir, pero su organización era tal que en cuestión de minutos ya me tenían en el suelo y me mordían el estómago tratando de liberar a su amiga atrapada.

Perdí la conciencia, pero habrán bastado minutos para que alguien me encontrara.

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