Juega conmigo

No suelo ser inquietado por extraños sucesos, incluso mi grado de superstición es mínimo y por tanto la percepción de las cosas extrañas nula, pero este caso no había sido inquietante, sino completamente siniestro y perturbador, el cual estimado lector, confieso que siento completa pena y angustia al tener que redactar dichos y posteriores acontecimientos.

Caminaba por la acera del 22 Boulevard con plena luz de luna incidiendo sobre mis hombros, cargando conmigo sólo con las usuales cosas que suelo portar, más que una mochila con libros y una computadora llevaba conmigo el cansancio y agobio de diez extenuantes horas sin respiro en la oficina, una sola idea era la que quedaba en mi antes repleta cabeza de información, dormir.

Me disponía a escuchar algo de música con los auriculares, pues mi destino aún no era próximo, fue ahí cuando todo comenzó. Debía cruzar a la siguiente avenida por un callejón, ese tipo de escenario sombrío ideal para cualquier película de horror o crimen fatal, sucio y con un olor penetrante a humedad y desperdicio, sin embargo era algo rutinario para mí atravesarlo, incluso la sensación expectante había desaparecido con el pasar de las noches, y jamás pasaba nada… Nunca ocurría…

Justo a la mitad del trayecto, un extraño ruido que apenas pude percibir debido al volumen de mi música llamó mi atención, un tambo de aluminio había caído, me detuve por un momento a mirar, admito que había sentido un poco de inquietud, la cual desapareció en el instante de escuchar los maullidos, suspiré, era un gato, un blanco y tierno gato si se me permite ser detallista. Volví mi vista hacia el camino y entonces lo vi por primera vez.

Era pequeño, estaba en cuclillas, vestía unos shorts cortos verdes y una playera a rayas, ¡un niño!, me quedé paralizado, ¿qué hacía un niño a la mitad de la noche en ese horripilante lugar? Era lo único que pasaba por mi mente pero no podía decir ni hacer nada, estaba totalmente petrificado, el sólo verlo me llenaba de angustia y suspenso, me encontraba horrorizado.

Apenas podía distinguirlo, tenía la cabeza baja, era de un aspecto desecho, estaba sucio y desaliñado, fue entonces cuando me vio. Su mirada era tan penetrante y perturbadora, aun cuando no podía percibir completamente su rostros por la oscuridad, se puso de pie y claramente pude notar que ocultaba algo redondo debajo de su playera, no podía tener más de seis años, era sólo un niño, uno extremadamente siniestro. No lograba soportar mirarlo, pero no dejaba de hacerlo, me es imposible describir tal sensación de agobio y miedo al estar frente a él, porque para entonces seguía siendo él.

Comenzó a reír, una tenue carcajada que a cuatro metros de mí apenas lograba apreciar, entonces se acercó tanto como pudo, cada paso que daba sentía que algo se vaciaba de mí violentamente, como si la vida misma se escurriera de mi cuerpo en una cascada. Sostenía eso de su estómago como si fuera un balón, algo goteaba de él, levantó la mirada y fue cuando supe que eso no era un niño, aquello era un monstruo.

Sus ojos no eran más que oscuridad, oscuridad que sangraba, abismos huecos y profundos que pareciera drenaban hasta la última parte de mi temple, de sus oídos brotaban gusanos e insectos que eran devorados por tales abismos y entonces el monstruo habló, con una voz dulce y chillona.

-Mi mami solía jugar conmigo, decía que nadie iba a lastimarme, que yo era su pequeño angelito… Ahora mi mami me acompaña siempre.

De repente descubrió lo que todo el tiempo ocultaba debajo de su atuendo y lo levantó con una sola mano.

-Ella es mi mami, ahora siempre está conmigo, ella prometió nunca dejarme, así que todo el tiempo la cargo conmigo. Ven, juega con nosotros, juega con nosotros… ¡¡¡Ven con nosotros!!!

Su voz radicalmente se tornó tan siniestra, tan fuerte, tan horrible. Algo se activó dentro de mí, desconozco si por instinto o por alguna fuerza extraña emergente de tan bizarra situación, pero tomé mi computadora y lo golpee con todas mis fuerzas. El monstruo cayó y yo seguí golpeándolo, no podía detenerme, de repente mi cuerpo no sentía miedo, tenía furia, estaba molesto, enfadado, frustrado, lo golpee hasta que pude sentir como sus huesos tronaban, hasta ver su rostro siniestro completamente aplastado, y seguí golpeando, no podía contenerme, por más que rogaba que parase, finalmente patee la cabeza casi podrida, aquello que él llamaba madre. Hasta que hui, era un monstruo, y él sólo un niño.

Tiene todo el derecho de juzgarme estimado lector, cuento con ello, no estoy narrando algo razonable ni lógico, he aprendido que en esta mundana existencia nada cumple con esas restricciones.

Vacío de culpa y arrepentimiento seguí mi trayecto, devolví los auriculares a mis oídos y caminé, no me importaba mi aspecto, estaba cubierto de restos y fluidos de esa cosa que había masacrado. Simplemente subí y dormí, profundamente, como pocas veces solía hacerlo.

Volví en mí justo al sentir la luz del sol, vestía mi ropa de dormir y estaba limpio, pero yo recordaba todo. No fue un sueño, me repetía a cada instante, sé que lo viví. Recordaba con repudio todo lo que hice, ahora en lugar de sentir en mí esa furia que me poseyó aquella noche, sentía culpa, arrepentimiento, volví a aquel lugar sin encontrar vestigios de recuerdo alguno.

Seguí con mi rutina diaria, sin embargo una depresión sombría invadía mi ser, pareciera que ya nada tenía sentido, nada excepto aquella noche, no podía pensar en nada más. Para mi había sido real, y con eso bastaba. Trate de responder esto estimado lector ¿desde cuándo la realidad carece del derecho de ser relativa? ¿Quién decidió alguna vez hace mucho tiempo que debíamos creer en aquí y en el ahora?

Mi existencia parecía ser endeble, dividida, mi percepción había cambiado, perdía toda capacidad de distinción, sentía una pequeña parte de mí atrapada en un enorme ente sin vida. Hasta que esa noche me encontré de nuevo con él. Una vez más, un ruido extraño tomó toda mi atención, yo me postraba recostado en la cama, nuevamente el gato, ahora parado en mi ventana y al girar la vista al frente estaba de nuevo él, esta vez distinto, su aspecto para nada era sombrío, vestía de igual manera, pero reflejaba una luz cálida y de confianza, y yo estaba feliz de verle, de verlos, pues su madre le tomaba de la mano parada a su lado, ambos sonreían, me llamaban y no pude contener mi llanto, hacía años que no habitaba en mi esa rareza tan buscada, eso tan extraño que solemos llamar felicidad.

Desperté con lágrimas, estaba helado, gritaba que volvieran, desesperado comencé a arrojar todo, ¿dónde están? ¡Vuelvan por favor! En vano, todo en vano. ¿No le parece estimado lector qué la justicia por más mimetista que pueda siempre se torna ingrata y fría? Masacré a golpes a aquella criatura, y ahora mi única felicidad era estar a su lado, pero no podía hacerlo, pues era justo que no fuera feliz por mis acciones.

Esa noche me reveló que somos sólo fugaces impulsos, actos emergentes de n-ésimas entidades alojándose dentro, que toda percepción y realidad es verdadera, basta que alguien la crea. Degollé a mi esposa Lidia Marín hace ocho años, mi hijo Augusto Jr. presenció todo, le pregunté por qué miraba, ¿por qué miras hijo?, ¡Quién le dijo que mirara! Te advertí que tu mami y yo íbamos a jugar, ¡que no salieras de tu cuarto! Así que tomé una cuchara y le saqué lentamente sus verdes y hermosos ojos, así no me miraría, jamás iba a desobedecer otra vez, después estrangulé su delicado cuellito hasta que se quebró. Irónicamente ahora mi único deseo es que me mire de nuevo, y por esa razón le escribo estimado lector, me esperan, ya sea para ser absuelto o condenado, y no planeo ser descortés.

Encontrará los restos enterrados en la calle álamo #225, solía ser un terreno vacío, hoy es un asilo de ancianos. En cuanto a mí, los peces del lago Gris ya deberían estar dándose un festín con mis intestinos. Fue un placer estimado lector, deseo que encuentre su realidad…

Último testimonio y confesión de Augusto Llanos

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