Estimados lectores: Hoy les presentaré este cuento que pertenece a mi colección de CUENTOS URBANOS, espero que sea de vuestro agrado.

TÍTULO: El día del pago.

La casa estaba toda revuelta, el día anterior se había realizado un aseo general: Se habían abierto todas las ventanas de par en par para que penetraran los tibios rayos del sol otoñal, por eso, la habitación de la abuela presentaba un aspecto limpio y ordenado, incluso, le habían cambiado las sábanas de su lecho y mientras la anciana se preparaba para levantarse y vestirse, los niños de la casa jugaban en el antejardín, mientras que los mayores les advertían continuamente que nometieran tanta bulla con sus juegos.

Doña Mercedes, a sus ochenta y cinco años, se mantenía muy bien, aún gozaba de buena salud, exceptuando los achaques propios de su edad, como ser, una sordera que le impedía comunicarse de manera normal con sus familiares, aunque ahora ya se estaba acostumbrando a usar los audífonos que le habían entregado en el Consultorio Público. Ella vivía de manera muy humilde en aquel rancho que había construido su difunto esposo, fallecido hacía ya tantos años, que casi no lo recordaba. Allí, en esa casa había criado a sus tres hijos: Dos mujeres y un varón, éste último se había marchado hacia el norte en donde había formado su propia familia, mientras que las dos mujeres aún vivían con ella, ocupando las habitaciones principales de la casa y relegando a la anciana a un pequeño cuartucho, que antes había servido como taller y bodega para guardar cachureos. La anciana había consentido en dejarles los dormitorios a sus dos hijas, pues éstas tenían niños de diversas edades, en total cinco nietos, que a la fecha de nuestra historia ya habían crecido, convirtiéndose en jóvenes adolescentes.

Ambas hijas eran solteras y habían criado ellas solas a sus retoños, trabajaban en las ferias libres de la comuna y aunque dicho trabajo era muy inestable y precario, les había servido, al menos para sacar adelante la crianza de sus hijos; de los padres de ellos…Sólo aparecían muy de tarde en tarde y no era mucho lo que podía esperarse de aquellos.

Pero ahora era un día especial: Era el día en que Doña Mercedes debía de concurrir a la Oficina Pública para cobrar su escuálida Pensión de Sobrevivencia o Montepío, como se le llamaba.

Por esa razón toda la familia se había preparado desde muy temprano para acompañarla. Después de tomar un magro desayuno, no muy abundante ya que los recursos menguaban, todos acompañaron a la abuela hasta su lugar de pago.

Mientras ella descansaba en un banquillo de madera, las dos hermanas se turnaban para mantenerle su puesto en la larga fila de pensionados que esperaban frente a la ventanilla.Los dos nietos mayorcitos se entretenían observando a las mujeres que pasaban por la concurrida avenida, también estaban los bisnietos,: Una parejita, cuya madre estaba en su trabajo, por lo cual, aquellos niños quedaban al cuidado de la hija mayor de Doña Mercedes, o sea, eran seis las personas que acompañaban a la anciana y ella se sentía muy contenta de ser, aunque solo fuera por ese día, el centro de atención de su familia.

Cuando al fin le tocó el turno a la anciana, sus dos hijas la acompañaron hasta la ventanilla y cuando ella, temblándoles sus ajadas manos, puso su firma en el documento y recibió los ocho billetes de diez mil pesos más unas monedas, ambas se apresuraron a escoltarla hasta la salida, aduciendo que » Había que andar con mucho cuidado, ya que siempre, por los alrededores había pillos que se aprovechaban para asaltar a las mujeres solas»

La abuela llamó a sus dos nietos adolescentes y les pasó a cada uno, un billete, pues ambos le habían solicitado «un préstamo», luego ambos jóvenes partieron raudos y se perdieron en la entrada del Metro, enseguida el resto del grupo se encaminó hacia el supermercado más próximo, allí compraron algunas mercaderías básicas como azúcar, aceite, arroz, fideos, etc. También les alcanzó para comprar un pollo para preparar un buen almuerzo ese día y algunas golosinas para los niños, quienes eran los más felices y se lo demostraban a su bisabuela de manera muy efusiva.

Luego el grupo, cargado con las compras del supermercado, se encaminó hasta la casa, allí, las hijas de Doña Mercedes se encargaron de preparar el almuerzo: Pollo con arroz y ensaladas, mandaron a uno de los niños al almacén para comprar una bebida gaseosa. Un lujo, que en esa casa no se veía todos los días…Pero aquel era un día especial: Era el Día del Pago de la abuela.

Doña Mercedes comió poquito, ya que su estómago no funcionaba muy bien últimamente, pero se le antojó un capricho. Una porción de helado de piña, por eso, una de sus hijas corrió al almacén, regresando con una casata de helados, el cual fue rápidamente repartido a toda la familia.

La abuela se sentía muy cansada, aquel esfuerzo la había agotado, de manera que la acompañaron hasta su pieza y allí la dejaron, descansando, luego, todos regresaron al comedor y se olvidaron de ella, como solía ocurrir todos los meses.

En su pieza, Doña Mercedes descansaba en su lecho, desde allí escuchaba las voces de sus hijas y las risas de los bisnietos que jugaban felices, ella, a pesar de lo cansada que estaba, también sonreía pues se sentía contenta y feliz, ya que al menos por un día cada mes se sentía querida y apreciada por los suyos, ahora, sabía que debería de esperar todo un largo y aburrido mes para que todos volvieran a acordarse de ella, pero eso no la amargaba en absoluto pues sabía que era siempre lo mismo, antes de dormirse, echó un vistazo al velador, sobre ´su cubierta estaban las monedas que habían sobrado de su pago.

Tito Fabio.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS