El esfuerzo de convertirme en maestra

El esfuerzo de convertirme en maestra

1. CAMINO AL TÍTULO

Fue en mil novecientos setenta y nueve, cuarto y último año de Magisterio.
Empecé en el turno de la mañana, pero en mayo me tuve que pasar al nocturno porque entré al Ministerio de Trabajo por concurso.

Así que, escuela de práctica de mañana, un mundo de público y problemas laborales de tarde y… Filosofía de la educación y Didáctica de la Matemática entre otras materias, a la noche.
Volvía a mi casa cerca de la medianoche.

Me tocó la Escuela República Argentina, en el centro y con práctica de adscripción de ocho a doce, en horario completo.

Después del mediodía y en el Ministerio, atendía reclamantes, empleados de distintas empresas que se quejaban porque no recibían sus pagos correctamente y pedían consulta con un abogado. Con veintiún años recién cumplidos y durante seis horas de mi día, cumplía mi rol de funcionaria pública (tarjeta mil seiscientos sesenta y tres), con túnica verde o azul.

Por la noche, cuando llegaba al Instituto Normal (I.NA.DO. Centro I) con el otro uniforme, el azul de polera y pantalón y túnica blanca, estaba cansada y muy mal comida. Porque no me alcanzaba el dinero. Tenía que pagar todos mis gastos además del transporte, las fotocopias, la sociedad médica, ahorrar para comprar la casa y así poder casarme.

En aquella época,  la Directora de Magisterio, nos recordaba a cada rato que concurríamos a un instituto de señoritas que exigía dedicación total y que no era compatible con otras actividades laborales ni con la vida de casadas. Tampoco había lugar para madres con hijos que quisieran estudiar.

En el gobierno había una dictadura. Muchos profesores eran militares o esposas de militares de alto rango, que además de su materia, nos acercaban al pensamiento del régimen de la época.

No fue un año fácil ni terminó bien.
Otro día contaré el resto porque recordar eso es muy amargo para mí.  Un trago que tuve que pasar para cumplir mi sueño de siempre de ser maestra, aún cuando mis padres se habían opuesto desde un principio y me habían advertido que como docente, iba a morirme de hambre.

2. BOCHORNO SIN TÍTULO

Cómo ya dije antes todo empezó en mil novecientos setenta y nueve,  aunque mi título lo obtuve el catorce de noviembre del año siguiente, con enorme esfuerzo.
¡Sí!. Porque aunque parezca difícil de creer y aunque nunca perdí un examen, en la República Argentina y frente a un grupo hermoso de quince niños de sexto, me eliminaron en la práctica.

A la Profesora de Didáctica de todo el año la ascendieron a Inspectora en el mes de setiembre, y ya no pudo orientarnos en la escuela.
En su lugar, nombraron por el restante mes de octubre, a una maestra titulada que nunca ejerció y que se ocupaba de cuidar el observatorio de astronomía del Instituto. Una persona con mucho carácter y muy poca cintura docente, nada amable, enérgica y un poco burlona cuando se dirigía a nosotras, las chicas de la noche.

En el examen final me tocó en suerte, un tema de Historia Nacional: «Biografía de Juan Antonio Lavalleja».
Preparé mi clase con dedicación y mucho material como siempre.
Pero esa vez el tribunal dijo «¡NO!». Y agregaron con voz bien alta y de pie:

-«¡FUERA! ¡RETÍRESE YA!
¡LA PATRIA ES LIBRE Y NADIE LA LIBERA!».

Es que en mi discurso mencioné por error que al desplegar la bandera de la Cruzada Libertadora, los orientales juraron «liberar la patria o morir por ella». Y la palabra «liberar» en la dictadura, no se podía usar. No estaba permitida.

Mis calificaciones altas y más que suficientes de todo el año no sirvieron de nada.
El bochorno fue total y sentí una tristeza sin límites. Mi carrera había llegado a su fin antes de empezar. ¡Y frente a los niños!…

Desde ese día y durante todo el verano sufrí mucho, mientras me dedicaba a full, con horas extras incluídas, a atender a mis reclamantes de siete a diecinueve horas, todos los días.
Ni siquiera me di cuenta si afuera había sol o hacía calor. Sólo intentaba buscar una solución.

Por eso al llegar el mes de marzo, intenté rescatar mi sueño de ser maestra, como fuera y al precio que fuera.
Tuve que bajar la cabeza y humillarme.
El turno nocturno no estaba más y si quería recibirme, debía renunciar al trabajo público que me había ganado y que tanto necesitaba.

La Directora del Instituto nos había advertido a las once de quince compañeras bochadas, que no nos presentáramos al supuesto período de abril que por reglamento iban a habilitar. Porque desde antes de anotarnos, para nosotras, el examen estaba perdido. No estábamos aptas para ejercer la docencia.

¿Qué haría entonces?. Además, debía casarme pronto y el tiempo se agotaba.
Difícil decisión …¿no?. Siento de nuevo la angustia de aquellos días.

3. MAESTRA TITULADA POR FIN

Empezó mil novecientos ochenta y contra mis planes de futuro, todavía no había logrado el título. Aún no me recibía de maestra y no sabía que sería de mí.
Bajé la cabeza y con una falsa simpatía,  fui a hablar con la Directora del Instituto para decirle que me indicara qué debía hacer. Y prometí cumplir lo que fuera desde el primer día.

Así llegué al grupo de la más severa y temida profesora de Didáctica, la Mtra. Ivonne Ronzio, esposa del Cnel. Mata. Cursaría en su grupo de la mañana las clases teóricas y, por la tarde ella nos orientaría en la práctica docente en la Escuela Francia, a tres cuadras de mi casa.
Había que aceptar eso o perder todo.

¿Y el Ministerio de Trabajo? Fui a hablar con la Directora Nacional de Trabajo, la Sra. Angela Chiola de Píriz Pacheco, tan temida por los funcionarios como la Directora de Magisterio.
Pero ella enseguida me escuchó y comprendió mi situación. Dispuso un lugar para mí en el «Grupo de Actualización Salarial» que estaba creando y me autorizó un horario especial.
Es que en ese verano, yo había concursado y había logrado ascender a «copiladora de salarios». (Porque en la dictadura no había consejos paritarios y los sueldos aumentaban mínimamente con decretos del Poder Ejecutivo.)
Ella dispuso entonces que ese año, cumpliría mis seis horas diarias, marcando tres entradas y tres salidas de a dos horas a partir de las seis de la mañana, cada jornada.
Así podría llegar a las ocho en punto al teórico y a las trece horas a la escuela, todos los días.

En la Francia, me asignaron el grupo de cuarto de la maestra Susana. Y, como ya era mayo, mi primer clase crítica para el veintidós de ese mes: «Explicar el proceso de potabilización del agua que abastece a la población».

La Ronzio venía matando a todas, con calificaciones que con suerte y a veces, apenas llegaban al tres.
Llegó el día y me tocó a mí. Preparé todo además de mucho material que conseguí con mi tío en la O.S.E.

En la clase, lo primero que hice fue escribir la palabra «potable» en el pizarrón. Y mientras explicaba a los niños su significado, miré de reojo a la profesora que me sonreía satisfecha.
Suspiré aliviada y di rienda suelta a mi trabajo, como lo hacía siempre. Me sentí veterana en mi profesión y todo salió bien.

Cuando terminé y llegué a la puerta del salón, Ronzio me esperaba junto a todas mis compañeras.
-«HOY SUENAN CAMPANAS EN ESTA ESCUELA… ACABO DE VER UNA MAESTRA DE VERDAD»- decía con tono glorioso. Me preguntó por qué no me había recibido todavía y agregaba: -«Usted debería estar ya en una escuela ejerciendo». 

Y me puso seis.

Desde ese día, la temida Ronzio no me exigió nada más. Mis escritos y mis prácticas siempre tuvieron la nota máxima. También el examen final.
Porque con «Nuestros indígenas» en Historia Nacional, pero esta vez en primer año, el catorce de noviembre de mil novecientos ochenta, en la escuela y frente a los niños, me recibí de maestra.

En el tribunal estaba la Directora del Instituto que aplaudía y murmuraba lo mucho que había ganado con repetir.
Y yo, que no me callo nada, cuando la fui a saludar le dije: -«Lástima que por usted perdí un año de mi vida».

En febrero del ochenta y dos, me casé. Ronzio fue invitada a mi boda. Porque quedó en mi recuerdo su sonrisa y la calidez de su abrazo del día que egresé.

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