La infinita venganza

La infinita venganza

Juan Galdames

11/01/2020

En una mañana común y corriente, uno de los pequeños lobos – el más desobediente – se alejó sin darse cuenta de su manada, había ido de forma traviesa por un poco de agua a un pequeño estero que corría cercano a su guarida. Mientras bebía tranquilo en la orilla, comenzó a escuchar una serie de ladridos y gritos guturales que lo alertaron abruptamente. El pequeño lobo, asustado, decide volver de forma cautelosa hacia dónde se encontraba su familia. Sin embargo, cuando se acercó al linde del lugar, vio la desgarradora escena de su manda completamente masacrada; había sangre y extremidades de lobos repartidas por doquier. Unos cazadores habían llegado para asesinarlos por sus hermosos pelajes. El pequeño lobo, desconcertado, indefenso y temeroso se quedó escondido en los matorrales, implorando por no ser descubierto e intentando concebir lo que había encontrado. No podía creer lo que veía.

Mientras observaba con agonía cómo los hombres cruelmente desgarraban las pieles de su manada, se quedó clavado con el rostro del cazador que despellejaba a su madre sin miramientos. El pequeño cachorro se memorizó el aspecto de ese despiadado cazador, y juró por su joven vida que un día se vengaría.

Cuando los cazadores ya se iban con las pieles de su masacrada familia. Solo por su ferviente instinto, con sigilo, el pequeño lobo siguió al hombre que llevaba la piel de su madre. Lo escoltó en su camino sin descanso, con una mirada nublada por el rojo de la ira. Hasta que después de un largo viaje el hombre se adentró a una cabaña. El cachorro supo que el asesino había llegado a su propia <<guarida>>.

El pequeño lobo se quedó observando, agazapado entre las hierbas, intentando calmar su rabia. En ese momento, vio que el hombre tenía una familia: una esposa y una hija. En su lobezna mente, ya comenzaba a figurar una venganza.

A pesar de todo, solo guiado por su instinto animal, el lobo se asentó en los alrededores de la cabaña, esperando su momento idóneo para cazar.

Con el tiempo, el pequeño lobo fue creciendo en solitario, cazando y cuidándose de los hombres que vivián en el pueblo colindante. Siempre observaba al asesino de su madre partir a cazar, veía cómo mataba a otros animales y luego volvía a su hogar para hacer desaparecer los cuerpos de sus presas. El lobo sabía que el cazador daba de comer a su manada con lo que obtenía del bosque.

A medida que los amaneceres transcurrían, el lobo sentía más próxima su venganza, ya que él poco a poco iba creciendo y tornándose peligrosamente fuerte. Cada día, se volvía un depredador más imponente, alimentando una sed de sangre inexpugnable.

Un día, tras haber terminado su típica caza matutina, como siempre, fue a observar al hombre en sus quehaceres. Dicho estudio, le servía como yesca para encender su ira cada día que pasaba. No obstante, esa vez, el lobo sintió que su madurez y el momento que tanto ansiaba había llegado. Juzgó salvajemente que ya tenía lo suficiente para cobrar lo que le debían. Entonces, se preparó para depredar. Su pelaje gris se crispó como si fuese un centenar de terribles agujas. Sus patas se tensaron vigorosamente para acometer con poderío. Su consciencia se había diluido en un manto pintado por la furia, la ira y la venganza. Se dejó llevar, y esperó.

Cuando el cazador salió de su guarida, con él, iba su pequeña cría. Comenzaron a divertirse el uno con el otro, con algún juego infantil que el lobo no pudo comprender. El lobo, agazapado y espiando la inesperada escena, un atisbo de consciencia lo hizo dudar en su propósito. Sin embargo, las memorias de su manada despellejada sin piedad le hicieron borrar cualquier asomo de compasión. Para el lobo, el cazador había escrito su fatídico destino aquel horrible día. No importaba nada más.

Como si fuese el inicio de su esperado ritual, el lobo mandó un gruñido gutural que hubiese hecho estremecer a cualquier presa frente a él. Entonces, comenzó su tan añorada cacería embriagada por la venganza.

Mientras el hombre jugaba despreocupado con su pequeña hija, el lobo se abalanzó con rapidez y brutalidad en una feroz carga contra su enemigo. Dio un potente salto, y con sus fauces totalmente abiertas, mordió con salvajismo el hombro del cazador.

En la terrorífica escena, el hombre comenzó a forcejear con el poderoso lobo, intentando apartarlo lejos de su cuerpo. Sin embargo, por más que lo intentaba, el hombre no lograba tener éxito contra una inexpugnable ira. Los filosos dientes del animal rasgaban sangrientamente la piel del cazador, acercando poco a poco la rabiosa boca del lobo hacia su cuello. Por más que el hombre empujaba, él destrozaba cada vez más. La sangre ya se derramaba por todos lados, y con los espasmódicos forcejeos de la batalla, el rostro de la pequeña niña – que observaba aterrada – se iba manchando de rojo.

Después de un tiempo, la fuerza del hombre fue menguando, y con ello, las esperanzas de sobrevivir. Hasta que, después de debatirse entre la vigilia y la muerte, cae al suelo sin vida y con una desgarradora y fulgurante herida en su cuello. El lobo, con su boca ensangrentada y respirando con tediosa dificultad, se quedó en el suelo observando el cuerpo de su presa despedazada. En ese momento, sintió una nimia sensación de felicidad y justicia que él hubiese deseado fuese más placentera, sin embargo, no lograba encenderla. Después de contemplar su venganza realizada, se percató que cerca de él estaba la pequeña niña. Con urgencia y esfuerzo se levantó apoyándose de sus cuatro patas. De pronto, la madre aparece detrás de ella, quedando conmocionada al punto de la locura por la macabra imagen que tenía en frente.

El temible lobo, con un aterrador gruñido y mostrando sus imponentes colmillos, les hizo saber que también podría despedazarlas a ellas con suma facilidad. Lo que provocó que la madre se abalanzara hacia su hija en un acto de protección y desesperanzador sacrificio. No obstante, el lobo ya no tenía más motivos para asesinar. Ya había cumplido con su propósito en la vida, su venganza había sido cobrada. Entonces, en una sangrienta sacudida de su pelaje, se da media vuelta y se interna en el frondoso bosque que les rodeaba.

Pasaron los años, y el joven lobo a pesar de haber saciado su venganza, no lograba sentirse pleno, ya que todo lo que amó se había ido. Pero el destino y la naturaleza decidieron que él tendría una oportunidad para llenar ese vacío, permitiéndole encontrar su propia manada.

Con el transcurrir de los inviernos, el gran lobo adulto ya tenía una cuadrilla constituida, donde él era el macho alfa. De alguna forma, el ser parte de una familia, lo había traído de vuelta a una felicidad que había olvidado tiempo atrás. Ser parte de un grupo al que ayudar y sentirse necesitado, era uno de los vítores que nunca pensó podría alcanzar.

Pero, así como el destino da oportunidades, parte de su esencia es quitar algunas otras. Entonces, un día cualquiera, la jauría de lobos fue emboscada por un grupo de enardecidos humanos con terribles armas. Herramientas tan temerarias que no dudarían en quitar la vida de cualquier ser vivo que se les cruzase. Era un gran número de hombres y mujeres acechando sin temor a la humilde manada.

La emboscada fue tan sorpresiva, que no les dio tiempo a los lobos para defenderse, ni mucho menos contraatacar. Lamentablemente, otra vez había ocurrido una despiadada y horrible masacre. El gran lobo, en los últimos instantes de su vida, logró captar algo que lo dejó consternado. Una de las personas que había masacrado a su familia, era la pequeña hija del cazador, que ya se había vuelta tan adulta como él. Entonces, cayó en la cuenta de que ella había vuelto por su propia venganza.

La mujer asesinó con crueldad al gran lobo, despedazando su enorme cráneo con furiosos y descontrolados mazazos, esparciendo su sangre y sesos por todas partes. La cazadora no se cansó de acometer con su arma, hasta que su enérgico ataque se disolvió por la fatiga. Solo entonces, se tranquilizó fríamente.

Cuando terminó con su frenética venganza, al ver a todos los lobos asesinados. La mujer le ordena al grupo de humanos que les arranquen la piel y corten la cabeza. No obstante, lo que ella no sabía, es que había sobrevivido una pequeña loba que, por los extraños caprichos del destino, se logró esconder a tiempo.

La pequeña loba, por instinto, y temblando por el miedo a los ominosos humanos. No lograba abrir sus pequeños ojos para ver la terrible masacre a su manada. Sin embargo, antes de sumirse en una agónica conmoción, se memorizó con furia y fervor el rostro de la mujer en su frágil mente.

Cuando los humanos terminaron de saquear sádicamente a los yacidos lobos, la pequeña loba los siguió. Los estudió. Se hizo más fuerte. Y esperó su venganza.

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