Los aero-protestatarios

Los aero-protestatarios

Inca Moyachoque

12/06/2024

Pasó como pasa siempre que la aerolínea se quebró. Todo se vino por tierra. El hombrecito aquel de corbata roja y camisa azul, que se creía el avatar de Rockefeller, no le dio más su mediocridad. En herencia de su torpeza, le quedaban deudas por doquier, nóminas de empleados incontables a lado y lado del Atlántico, aviones chatarra que nadie le iba a comprar y unas ganas terribles de hacerse el harakiri y dejar una carta en Facebook.

Todo esto pasa a puerta cerrada, con algunos confidentes que dan consejos gratis, creyéndose el avatar de Donald Trump, que se creen que se las saben todas especialmente cuando aconsejan a otros, diciendo lo que ellos mismos no pueden hacer.

Y pasó que Rodolfo regresaba con su mujer, la Maryory y su hijita de 12 con su osito peluche y mil maletas, entre Madrid, España y Medellín, Colombia. “Ah nos vamos pa la tierrita porque aquí las cosas se volvieron muy malas” y entre su acento algunas notas ibéricas, como tzetas casuales aquí y allá, como ki’ubo puetz, joooder, venga chabal y todas esas cosas. Porque Rodolfo era un tío clever, de pelo en pecho, un teso pa la buena jugada, que se las sabía todas, aunque no pudo acomodarse a la vida de España en donde trabajó de barman mientras su mujer limpiaba casas. Trabajos humildes y loables, pero la cosa que pasa con Rodolfo es que decía en Medellín que era tremendo empresario, con empleados a su servicio y con lujos imaginarios que ponía también en su Facebook.

Para regresar al rancho de sus ancestros en esas tierras sudamericanas de Medallo, pasó que le tocó por mala fortuna el último vuelo de la compañía en Bancarrota Airlines. El último vuelo y se cancela. Todo estaba listo: Madrid – Bogotá – Rionegro. ¿Qué más podría faltar?

Rodolfo y Maryory entraron con su niña al aeropuerto y sus veinte maletas, cajas, cajitas y cajones, con regalos pa los viejos, pa los suegros, pa los hermanos, pa los sobrinos, pa los tíos, pa los vecinos. La ropa se la pusieron toda encima y las joyas y exhibían todas sus tarjetas de crédito. Nada malo, en verdad, no confundan, que no es por criticar. Muchos hacen eso, muchos llegan al aeropuerto así y ¿qué de malo ha de tener? ¿por qué alguien tendría que criticar eso? La fila se acrecentó en el Barajas y el tiempo y nadie atendía y Rodolfo y Maryory hablando duro como saben, pa que todos oyeran que eran gente importante, que trabajaron duro en España como empresarios y que ahora, anda puetz, volvían a la tierra natal a camellar en forma para hacer empresa. Y en su monólogo sonoro estaban cuando sale aquella mujer de uniforme azul, con una bandita roja al pecho, mirada seria y ojos rojos de llorar, a decir “damas y caballeros, atención por favor, para comunicarles que el vuelo Tos Ty TU Taratatú de la empresa Bancarrota Airlines se suspende. Por favor permanetzed en la fila y cada pasajero va a recibir un nuevo itinerario.

Ante el anuncio de la acongojada mujer, se dejó oír un murmullo desalentador. Cuando se suspende un vuelo, casi nadie se alegra. Quedan por el suelo tantas citas, tantos deseos de llegar a casa o al país a donde se vaya. ¿Cuántos viajan a participar en seminarios o tienen una reunión importante? Con todo, los empleados de una aerolínea no tienen la culpa de ello en absoluto. ¿Si vos trabajás en una aerolínea de azafata tenés la culpa que el avión tenga fallas técnicas?

¿Qué quieren decir fallas técnicas? Quién se inventaría unas fallas técnicas para cancelar un vuelo con qué fin o qué beneficio se gana con suspender el vuelo si después tenés que devolver la plata o tener que poner a tus pasajeros en otra aerolínea. En fin, el que más pierde es la compañía misma con un vuelo cancelado. Si dicen que el avión tiene una falla técnica y la gente queda infeliz, como siempre pasa ¿te subirías en ese avión si el piloto te dice: “¿Está bien, está bien, hermanos, el avión tiene fallas técnicas, pero para que no se sientan tan mal, vamos a volar de todas maneras? ¿Te subirías en ese avión para calmar tu ego y tu afán?

Ah no y si hay mal tiempo en mitad del océano y dicen que se cancela el vuelo, porque un ciclón podría poner la aeronave en el fondo del mar ¿es culpa de la azafata? Y si el piloto tiene un ataque de diarrea a última hora y ya no hay más pilotos, podrían decir “damas y caballeros, como el piloto tiene diarrea, le pedimos a la secretaria de la compañía que ella vuele la aeronave a su destino final” ¿te subirías?

Pero eso no lo entienden Rodolfo y Maryory, afanados por llegar al Barrio Popular para cañar con su vida de éxitos empresariales en Europa y meter la Tzeta aquí y allá, sin un patrón fijo. Vamos, arread la horda de este mundo, mirad que paso yo. El murmullo que causó el anuncio de la compungida empleada de la Break Airline
comenzó como una dulce lluvia sobre un césped tropical marino y fue en crescendo, con una gota más dura que la anterior. Los sentimientos de frustración se fueron contagiando, con razones cada vez dichas más a viva voz, compartidas con el mundo. Como cien razones de las cien personas más importantes del mundo, con cien cosas para hacer al otro lado del Atlántico que no se pueden posponer, que no pueden esperar, que tienen que darse como se planearon.

Ya esta señora que tiene que ir a ver a su mamá que lleva años en cama y que ya se muere, ya este señor que tiene una cita con un banquero, ya aquel que va al matrimonio de un primo, ya aquella que hace años no va a Colombia… Ante el desespero, cada quien comunica más de lo que debiera, cada nota privada es gritada en la gran sala del aeropuerto sin vergüenza, sin medida. Esa es la introducción del desastre del vuelo cancelado.

La segunda parte es la peor. Todos se acercan a los empleados de la aerolínea para indagarlos. Es aquí en donde comienzan los gritos. Las bien delineadas razones compartidas con la masa anónima, comienzan a exponerse a gritos a los empleados impotentes que no saben qué hacer. ¿Quién puede reparar un avión en 15 minutos o detener una tormenta tropical sobre el Atlántico o aprender a pilotar un avión en dos horas?

¡Rodolfo alza su voz masculina, que se va volviendo primero militar y termina con voz de sicario, diciendo muchas groserías delante de su hija y exigiendo que las señoritas de la aerolínea le resuelvan el desastre, pero es ya!

“¡Vea mujer, tenemos que llegar a Medellín mañana temprano, porque mi suegra está muy enferma y yo tengo una cita de empleo mañana en la tarde!”

“¡Esta empresa es la más mala que hay, ya lo sabía, pero uno que es bobo y se pone a viajar con vosotros y ahora nos dejan en la calle!”

“¡Me devuelven el pasaje o les meto una denuncia que no la veréis venir, porque vos nos sabés quién soy yo, puetz soy hijo del alcalde!”

“¡Esto me lo tenés que resolver, vieja hache pe, porque si no, mañana te hago ir a trabajar al Chocó, muchos desgraciados de hambre!”

Mientras el marido hace su trova, la mujer se mete detrás del mostrador, al lado de la señorita y le quiere manipular el computador. La mujer abre los ojos asustada: “Por favor se retira o llamo a seguridad”, le dice a la Martiza, la cual también comienza la voz: “¡Llamá a quién querás, perra hache pe, pero nos tenés que resolver el problema, porque mi mamá está muy enferma y mañana tengo que estar en Yalí!” Cuando las fuerzas de seguridad se hacen presentes, ponen un perímetro entre los energúmenos y los asustados empleados. Un hombre de la empresa detecta a los pasajeros más calmados y los llama aparte. “Mirad, vosotros, pedimos disculpas por los inconvenientes, por favor seguidme que os pondremos en vuelos, ya que os habéis comportado como vuestras mercedes ameritan hacer”. Los pasajeros bien manejados – porque en el mundo de aerolíneas, además de los rangos de clase económica y primera clase, también hay las de buen comportamiento, las cuales tienen que ver básicamente por cuán obediente sos a las normas de las aerolíneas y las autoridades aeroportuarias y cómo tratas a las personas que trabajan en ese mundo de aviones y aeropuertos.

Después de horas de discusiones álgidas, calientes y de todo tono, entre los cuales ciertas personas desahogan sus frustraciones y muestran sus caretas, los pasajeros obtienen nuevas opciones de vuelos que no siempre cumplen sus expectativas, como esperar más horas de las anheladas en el aeropuerto o hacer vuelos a otros destinos para obtener las conexiones convenientes. De mala gana, Rodolfo, Martiza y su hija obtuvieron un vuelo a la ciudad de Quito, a donde debían llegar y esperar por otra oportunidad para volar a Medellín. Insultando a todos los empleados de la aerolínea, se subieron al avión, con maldiciones dichas con acento sicarial, como si tal acento les diera estatus o los hiciera ver muy heroicos, muy a lo Patrón. Diez horas después la aeronave de otra compañía llegó a Quito con tanta carga de penas y penurias. Adormilados en una fría mañana ecuatoriana, la familia caminó hacia la zona de tránsito para esperar noticias de su siguiente vuelo. Como era de esperarse, la fila se extendía y los funcionarios de la otra aerolínea disponían de los pasajeros en diferentes vuelos a las Américas como mejor sabían. Un hombre ecuatoriano se acercó a la fila y pidió los tiquetes de la pareja. Maritza se los entregó con cara de mala amiga y esperó con impaciencia a que el hombre los mirara. El hombre les comunicó que los pondría para un vuelo ¡de la noche hacia Bogotá y a la mañana siguiente hacia Rionegro! Los dos abrieron los ojos cuán más grandes podían y Maritza se acercó al hombre, le arrebató los tiquetes y enseguida le dio un bofetón tan sonoro que hizo temblar las mismas bases del aeropuerto.

El hombre se veía aterrado y corrió hacia la oficina, mientras la mujer era abrazada por su hija y su esposo como si el hecho hubiera sido un deber moral: Había que golpear a alguien para hacerle sufrir la ansiedad que los llevaba desde Madrid. Al diablo que la empresa se hubiera quebrado, que el dueño de la compañía se haría harakiri en cualquier momento, al diablo todos los empleados que posiblemente se quedarían sin salarios, al diablo todos, lo que importa es el ego, la careta social, mostrar que se tiene poder, que se es un teso, que no se tiene miedo insultar para defender los derechos del individuo egoísta, el nuevo héroe de nuestra era antropocéntrica y tecnócrata.

La policía ecuatoriana llegó bien pronto. Unos hombres altísimos, como si el hombre agredido hubiera llamado a Rambo para vengar su ofensa. ¿Esperaría aquel hombre recibir semejante bofetada cuando se preparaba para trabajar en una aerolínea? Su uniforme era blanco, impoluto, con una corbata negra, bien peinado, en sus veintes. Su mirada seria y altiva. ¿Qué habrá pensado cuando la energúmena levantó la mano en el aire y se la asentó en su cachete derecho, con toda la fuerza de su frustración? Detrás de la policía venía él, con los brazos cruzados y mirando cómo los dos policías corpulentos se acercaban a la pareja.

Rodolfo, que era un hombre más bien de baja estatura, seguía abrazado a su mujer y a su hija que seguían susurrando un llanto sin justicia. El hombre miró a los dos gigantes y ya no tenía la mirada arrogante cuando insultaba a las mujeres de la compañía en Madrid. Los policías lo miraban como a una hormiga que había que pisotear. “Señor, señora, sígannos por favor”, les ordenaron. Rodolfo sacó la última exhibición de su masculinidad tóxica y con la voz mucho más suave que en toda su función trasatlántica, dijo: “Miren, señores, el problema es conmigo, dejen a mi esposa y a mi hija en paz, yo voy”. Los policías no quedaron impresionados. De nuevo, uno de ellos, como un autómata, les repitió: “Dije que me sigan, los tres”. Sin mayores discusiones, los tres siguieron a uno de los policías, mientras el otro iba atrás. Arrastraban las maletas de mano y no miraban a la multitud apesadumbraba que los observaba con curiosidad.

El hombre agredido los seguía también con su mirada, impávido, como una estatua de mármol, con un dejo de dignidad. Sus cachetes parecían sonrojados, no había muestra de la palmada. Sus ojos brillantes siguieron a la familia que se alejaba hacia la estación de policía. De pronto los ojos del hombre se cruzaron con los de la niña, la cual sostenía su osito de peluche. La niña miró al hombre sin rencor y él pareció sorprendido.

“Mire usted, esa gente, muy bravos porque les queríamos ayudar con nuevos vuelos. No querían esperar mucho aquí, ahora posiblemente tengan que esperar días en un calabozo ¿los va usted a demandar, señor oficial?” le preguntó uno de los empleados de la empresa que ya estaba en los albores de su jubilación. “No sé… Tal vez no”, dijo el hombre y, por primera vez, se sobó el cachete mientras seguía con la mirada a la niña del osito de peluche.

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