Rozo la madrugada en las cortinas. La vigilia inocula chasquidos de luz que perforan intersticios en las sombras. Una temeridad rasga bujías bajo la cama. Crujidos de sueño musitan salmos y reanudan el vino en un ayer ya marchitado e intocable.
Ahora es tiempo de la espera. Un sílice pacífico otea otros bramidos en el ronquido de alguien que ha procurado la nostalgia, el fiero ornamento del olvido. Temor de golpes en las puertas donde nadie ha visitado desde entonces. En los muros, la idiosincrasia de un lamento que malquiere la escritura y confiesa su estrabismo incongruente.
Huir de nadie, pues nadie vigila el sueño de los vivos. Huir y ascender en modos de ser ausencia, crepúsculo, despedida. Claror del alba en los dinteles atestigua la celeridad, la costumbre ajada de otro día entre penumbras y zumbidos.
OPINIONES Y COMENTARIOS