Ay señora, la veo cruzar la calle con su perrito en los brazos. Yo sé que está muy sola y su paso es posible que se detenga, tal vez justo cuando levante el pie para sortear el desnivel de la vereda. Yo la veo señora cada vez que su pelo cano se desprende de la peineta oscura que termina bamboléandose cuando sus caderas se mueven. Sí, la veo cada día con ese vestido que fue celeste como el cielo cuando está límpido, sin nubes, que tiene el dobladillo descosido y tres hilitos temblorosos cuando la brisa sopla. Yo imagino señora que tras la puerta que ha cerrado con dos vueltas de llave, ahora que ha salido a la misma hora de cada día, nadie sabe, estimada señora, qué oculta, qué protege, qué misterio se teje en sus laberintos hogareños.Yo veo a su perrita con la boca abierta, como usted, que busca aire para llevar a los pulmones. Veo el miedo en sus ojos turbios de cataratas como la mancha de los suyos. Yo veo y la siento a usted muy apresurada, como si saliera a buscar algo que ayer olvidó encontrar, algo de vital necesidad, y la veo cómo pasa a mi lado, casi corriendo con pasitos cortos y resoplando, igual que su perrita que lleva más enredado su pelaje que nunca antes visto, tal vez le pese a sus brazos ese cuerpecito tibio que incendia la tarde de verano.Tal vez alguien o algo la persigue, me quedo parado en una esquina, oculto en el dintel de una puerta para espiar al que la persigue inevitablemente, o para espiar qué busca o qué encuentra bajo el tórrido sol de la tarde. La calle permanece silenciosa y cómplice de mi escondite tan básico y precario, pero usted a nada le presta mucha atención, ni siquiera a los adoquines que le traban el taco de sus zapatos desvencijados. Hay un aroma que queda siempre cuando cruza a mi lado, no podría decir de qué olor estoy hablando, no tengo la nitidez suficiente y la deducción habilitada para distinguirlo. Me pareció ver dos gotas de sudor sobre la arruga profunda de su frente, justo cuando quedó por un instante con ese pie detenido, alzado para evitar el desnivel. Pensé Señora si esas gotas serían dos lágrimas expulsadas por glándulas inesperadas, fuera de horario y de acontecimiento programado.

Imaginé esas dos lágrimas, reptando hacia arriba por tubos tiernos, como lagrimales y despidiendo tal vez alguna duda o ternura en fuga hace demasiado tiempo. No tardará en regresar, después de dar esa vuelta a la manzana de Colón y Belgrano, como es su costumbre, mientras discurre algún recuerdo, así, hablando sola y en voz tenue y monótona. Seguro, como siempre sucede, la perrita, señora, le lamerá la mejilla derecha, diciéndole tal vez que sin usted no puede vivir. Y usted la abrazará con más fuerza y hará de pronto más lento su paso porque hay un destello tras la vidriera de una tienda, allí, sus ojos manchados de seda, sorpresivamente se han posado esta tarde en la estrella de navidad que se enciende y apaga titilando en la rama más alta del pino sintético con borlas plateadas y su mirada, que desciende, acaricia al niño en su cuna de pesebre de arcilla. Usted le dice algo a su perrita que da un primer ladrido registrado en la calle de su paseo. Su vestido que fue celeste provoca un pliego en su falda y los adoquines tiemblan. La veo regresar ahora sostenida por una vara de apoyo, tal vez la encontró desprendida de alguna rama, no sé, pero como un sostén vertical celebra ser ineludible y necesaria. Pasa otra vez a mi lado y me siento culpable en mi indiscreción de imaginarla en su privacidad, verla ahora entrar a su casa despintada, arrasada por los años, vetusta como sus manos arrugadas. Imaginarla encendiendo alguna hornalla, o haciendo un fuego en un brasero, no sé, tantas cosas se agolpan otra vez en la mente y el corazón. Y es navidad esta noche. Sé que cuando las campanas de la iglesia suenen, yo destaparé seguramente alguna botella de vino dulce y mientras levante mi copa y mire a los ojos a mis hijos ya crecidos, habrá una sombra en el brillo de la celebración y veré a su perrita con la boca abierta, agitada, tal vez por tanto calor, y a usted, adormecida bajo las estrellas del pedazo de cielo que seguramente entra por su ventana abierta, no sé, estoy seguro de que, como cada año de dudas que me asolan, de ausencia de madre que me atormenta, de hogar tal vez prestado, de amores recibidos como premio de haber nacido para deseo de alguien impedido, no dejaré de pensar en usted, señora.

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