La casa del campo

La casa del campo

Gigi Olivera

31/12/2019


Recuerdos de mi niñez

Cuando lo vi por primera vez mirando hacia afuera por la pequeña ventana del baño no le pregunté nada, aunque me intrigó bastante. Era de noche y en medio del campo nada podía verse más que oscuridad, ninguna casa a kilómetros, ningún poste de luz; entonces qué miraba?

La segunda vez tampoco le pregunté, pero entré al baño y me paré junto a él; al verme, apoyó su mano en mi cabeza y sólo dijo – parece que viene tormenta- y se alejó de la ventana llevándome consigo.

Él era un hombre callado, tranquilo, reservado. Daba la falsa impresión de ser poco demostrativo afectivamente, pero yo podía sentir su cariño en los pequeños detalles. Cuando íbamos a visitarlo él era el encargado oficial de prepararnos el desayuno, su mate cocido especial (aún recuerdo su sabor, su aroma). El perro de la casa, tenía la entrada absolutamente prohibida, a excepción de los días que estábamos allí que se le permitía entrar para darnos los buenos días a mi y a mi hermano; yo me sentía feliz cuando Jack (el perro) entraba, no solo por él, sino porque mi abuelo estaba rompiendo una regla muy importante para él, y eso era una demostración de cariño inmensa para mi. Yo era una niña de unos siete años que lo perseguía para todos lados, caminaba junto a él mientras cortaba el pasto quitándole las piedras del camino, y me sentaba a su lado cuando por la tarde se sentaba en silencio en las escaleras de la entrada de la casa, respetaba su silencio y no lo interrumpía, sólo me sentaba junto a él y mientras estábamos así, callados, uno junto al otro, yo era la personita más feliz del mundo; como niña me preguntaba -qué estará mirando?, allí no hay más que pájaros y árboles- Hoy como adulta me pregunto, “- qué estaría pensando?.

La tercera vez que lo vi mirando por la ventana del baño me preocupé, tuve la idea de que vigilaba, cuidándonos, y con ese pensamiento todos los monstruos de la infancia aparecieron. Él notó mi mirada y al instante me dijo -Buscá tu banquito de madera- Tomé el mío y él tomó el suyo; al rato estábamos sentados afuera, en medio de la nada, en la oscuridad absoluta, -es una boca de lobo – decía siempre y a mi me encantaba esa expresión.

-Sabés lo que busco cuando veo por la ventanita?- No-, le respondí, aunque creía saberlo, pero su respuesta me sorprendió.

-Mirá el cielo- me dijo, – cuanto más oscura es la noche, más estrellas podemos ver. Miré hacia arriba y me encontré con miles y miles de lucecitas. -Pero aunque son hermosas, yo no sólo miro eso, lo que busco es otra cosa- me miró haciendo una pausa, -yo busco Ovnis.

Bajé mi vista del cielo y lo miré alucinada, – Ovnis?, de verdad buscás Ovnis?- Si, me dijo, – y hoy si querés me podés ayudar. Decir que esas palabras me pusieron feliz es poco, – Si, quiero!- le dije con una sonrisa de oreja a oreja. -Bueno, pero tenemos que estar alertas, siempre mirando al cielo, así que mientras tanto vamos a hacer algo más, querés?- y sin dejarme contestar me dijo, “-vamos a contar cuántos satélites y estrellas fugaces encuentra cada uno y… mirá, ahí va un satélite, un punto para mi!- gritó contento. Volví a mirar al cielo y comencé a contar. Veintisiete años después aún no he bajado la vista del cielo.

P/D: Gracias abuelo por enseñarme a creer, por dejarme soñar, y gracias por no decirme que lo que buscabas por la ventanita no eran mis monstruos infantiles imaginarios, sino los reales.

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