Caminó largo tiempo, tan extenso fue que al mirar sus zapatos, éstos ya habían desaparecido por completo; a medida que el errante avanzaba se iba cerciorando que parte de sus piernas también se perdían por el camino, esto no le impedía avanzar, como el fuego entre la espesura, como el velero en alta mar.

Observó que sus manos también iban desapareciendo, como la mirada en el agua turbia, como una neblina en el bosque más profundo, como los sentimientos que se quedaron en la nada.

Un forastero regresaba a su pequeña cabaña , la noche cayó sin avisar, el valle olía a vida, un estruendo le hizo mirar hacia el bosque de hayas, pudo avistar una luz brillante, color blanco seda, esta luminiscencia atravesó la arboleda con tanta premura que se perdió vertiginosamente.

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