La barra de pan estaba dura y olvidada tras haber pasado varios días sobre una mesa negra y cuadrada.

Con algunas cicatrices y marcas blancas quedaba demostrado que habrían sido descuartizados sobre la misma, en un pasado no muy reciente y relativo, algún que otro polluelo de ideas hormonadas pero de mente sana y sin rastro alguno de otro tipo de vertidos, no habiendo sido estos ni centrifugados, ni aislados.

El pájaro marcaba que todo estaba duro, destacando en el radar una zona roja homogénea que cubría toda la rumba, desde la catalana a la gaditana, existiendo un equilibrio en el contexto que nos presentaba a continuación.

Me propuse en el antiguo marzo antes del c y no antes de Cristo, llenar mi casa de cactus y de ajos, pensando que con esto podría salvarme del tan temido ataque zombie, como del bombardeo de gases prolongado en el tiempo, pues el vampiro es un murciélago en descanso y el mayor problema suelen ser los zombies en discoteca, mucho menos adictivos que unas migas con panceta o sin panceta y con unos boquerones fritos, que es lo mediterráneo y saludable, mas sin ser fritos y siendo seres vivos propongo comer melón, como mecenas mecido en una hamaca entre rejas.

Cenicienta con zapatos de cristal desinfectados en su última compra de pimientos verdes se sorprendió cuando Jack el destripador, el cajero de la tarde, le pidió perdón por haberle tocado el fruto. Se habían infectado de ignorancia al pasar por caja y el causante señalado era el lector de infrarrojos. Un error en la lectura del código, que provocó un mal precio con el desenlace fatídico de la mala compra.

Todo es esperpéntico, como una navidad de tanques bajo luces de colores.

Tenía claro que el pan y vino sería cambiado por el ajo y agua y esto solo sería el inicio.

Tenía claro que si leías mi texto sin mascarilla quedaría completamente censurado. Lo tacharon de viral y no ganó ningún premio, tan solo el del contagio.

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