El niño invisible.
Tengo 13 años y soy invisible casi siempre. Mi madre sí que puede verme, sobre todo cuando no está trabajando, haciendo la comida o limpiando. A veces intento ayudarla pero me pide que la deje con sus cosas, así que me vuelvo a hacer invisible. Mi padre sólo puede verme cuando hago mucho ruido y no oye la tele. Yo prefiero seguir siendo invisible para él así que intento no hacer ningún ruido y no tropezar, y no tirar ni romper nada. Mi abuela nunca puede verme, ella siempre está leyendo. A veces se duerme con el libro en las manos. Una vez tuvo el libro boca abajo casi toda la tarde sin darse cuenta. A veces creo disimula con el libro para no ver a nadie. Mis tres hermanos son mayores que yo y no me ven nunca, yo lo prefiero. Pero cuando se aburren o les castigan pierdo mi poder y me encuentran en seguida.
En el colegio es igual, soy invisible casi siempre y para casi todo el mundo. Excepto para mi Némesis claro, para él nunca soy invisible. Siempre parece que me busque con la mirada. ¿Por qué se habrá fijado tanto en mí? ¿Tengo algo que él quiere? De hecho, parece que el resto del mundo es invisible para él y yo soy el único que puede verle. A lo mejor está muerto y como soy invisible para casi todo el mundo sólo puedo verlo yo. ¿Los muertos pueden tocarte? Yo creo que no, además seguro que los muertos tienen el tacto frío y él no está frío, casi siempre está rojo. Ojalá estuviera muerto, así no le vería. A lo mejor el también es invisible para casi todo el mundo como yo. ¿Entonces por qué me odia? ¿Querrá ser el único niño invisible del mundo?
A mí no me importa que haya más niños invisibles. A lo mejor los hay pero no puedo verlos. ¡Claro! Seguro que hay más niños invisibles pero yo no puedo verlos porque son mejores que yo en eso. ¿Por qué no puedo serlo siempre o sólo cuando yo quiera? De mayor quiero ser científico para mejorar mi poder y elegir cuando ser invisible. Entonces sólo me materializaré delante de quien yo quiera y en el momento que me apetezca. Así no podrán cogerme si no quiero.
De momento seguiré así, sin hacer ruido y siendo más rápido en el patio del colegio para que mi Némesis no pueda cogerme aunque me vea. Y si me llega a coger, al menos no dejaré que encuentre mi miedo, creo que eso le gusta. Lo tendré que esconder en un lugar inaccesible, donde nadie pueda dar con él. Hasta que yo mismo olvide que una vez lo tuve.
Cuando eres invisible
Esto de ser casi siempre invisible tiene sus ventajas, siempre y cuando no hagas demasiado ruido y despiertes al dragón dormido sobre su montaña de oro, entonces podrá dar contigo olfateando el aire cargado con tu miedo.
Las hadas son mágicas y pueden verte si prestan atención, o si las llamas claro, pero están muy atareadas haciendo su magia y rara vez reparan en ti.
Los enanos son seres especiales, si no les molestas no advertirán tu presencia. Pero cuidado, si no encuentran otro entretenimiento puedes acabar siendo su juguete.
En el bosque hay que andarse con cuidado aunque seas invisible chaval, no eres invulnerable y ni mucho menos eres inmortal. Sobre todo debes cuidarte del sátiro, ese bromista puede verte en cualquier circunstancia y lugar, y advertirá de tu presencia a los demás para hacer sus bromas y hacerles reír a tu costa. Pero lo peor puede ser encontrártelo a solas, sin testigos. Será cruel, así que mantente alejado si puedes, aunque él es más rápido que tú.
Puede que haya más chicos invisibles por ahí, quien sabe. A lo mejor no eres tan especial. Lo mejor es mantener el miedo a raya, ese es tu punto débil chaval.
Suerte.
Nadie puede verle
Ella apenas tiene tiempo de tender la ropa y poner otra lavadora mientras se hace la comida para toda la familia en la olla, a fuego lento. Está inmersa en sus pensamientos mientras se organiza para poder ir a trabajar después de comer. Siente a otra persona con ella y un escalofrío le recorre el cuerpo, ya que no hay nadie más allí. Pero no puede evitar sentir esa presencia, como cuando sale de su casa y sabe que se ha olvidado de algo, pero no acierta el qué. Es algo que le anuda el alma en un puño, pero contra lo que no puede luchar.
Él viene de tomar una cerveza con sus amigos y se sienta a ver la tele mientras su mujer termina de hacer la comida y Dios sabe que más. Le gusta escuchar las noticias mientras sus hijos juegan en la habitación. No puede evitar la inquietud de sentirse observado de vez en cuando, como si alguien tratara de evaluar su estado, pero allí no hay nadie más. Una calada profunda a su cigarro y esa sensación se desvanece como el humo, adhiriéndose a las paredes, las cortinas y los muebles que le rodean.
Los tres hermanos están jugando y hablando de su música, de chicas y de la película que van a ver en el cine el sábado. La puerta de la habitación se cierra de golpe y los tres se asustan. Salen a toda velocidad detrás de la corriente de aire que seguro ha cerrado la puerta con estrépito, ya que allí no hay nadie más.
Docenas de niños juegan en el patio del colegio, la actividad es frenética durante esa media hora. Excepto en aquella esquina, debajo del pino. Allí no hay nadie. Nadie pasa su tiempo mirando el hormiguero que hay en una grieta de la corteza del pino. Nadie se come su bocadillo compartiendo unas migajas del almuerzo con las diminutas hormigas. Allí nadie se encuentra de golpe con nadie más, y entre golpes nadie piensa en cómo escapar.
Miguel Ángel Payá Giménez, 26-11-2019
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