Irene…, su cuerpo se balancea hacia la derecha y pareciese tocar el suelo con la diestra, abundante cabello renegrido le cubre…De rostro pequeño y ojos obscuros y penetrantes parece estar abstraída en mundos distantes, habla sosegada y con sabiduría, piensa cada palabra que habrá de pronunciar. Su ser rechoncho y averiado no condice con una cabeza pequeña, de pómulos hundidos y enormes ojeras, muy blanca, siempre de negro, de sandalias y tatuada en su brazo izquierdo, colgando amuletos e invariablemente hablando de sus gatos…

La obscuridad le ha salvado, así pretende hacérnoslo creer…, aquí no existe salvación ninguna, solamente la noche, que se interpuso, fue el atajo no deseado, el que se presentó sin ser llamado, el único disponible. De allí en más una constante y lenta decadencia, un camino sin rumbo, un vegvisir confuso y obsoleto, el llevarle colgando siempre del cuello de nada sirvió, marcó un rumbo, pero solitario y meditabundo, ahogado en soporíferos. Fue madre y no supo serlo, los vástagos marcharon para no volver…Una quieta melancolía, mecida de arrullos felinos y enorme cantidad de plantas ocupando su balcón, ocupa sus días sin amor. El amor le llevó a odiar y amar la noche, pero no se atrevió a dar el último paso. Se abraza a sus demonios, los mastica, machaca sobre el mismo tema una y otra vez, día tras día, sueño tras sueño, no consigue exorcizar aquel sortilegio, la amante del marido ausente destroza sus amaneceres. Vive, pero quiere morir…Entre mugre y recuerdos, adornos, cajas repletas de papeles, libros, cosas diversas y un antiguo maniquí japonés tocado de negro, arrastra la bruja sus kilos trayendo coca cola de la heladera para poder seguir leyendo las cartas. Es buena en lo suyo, los padeceres aún no logran soltar amarras, Irene persiste, no claudica, pero está agotada. El maligno le está llamando, estúpidamente acabará por hacerle caso y, creyéndole escuchar, ha de dirigirse, tarde o temprano, a su encuentro. Al encuentro de la nada, no hay mal ni bien, todo está en nosotros, no hay diablos ni dioses. Tal vez una enorme fuerza nos gobierne, tal vez…

Ella se equivocó, todos erramos…una moneda en la boca de los muertos, Caronte y la laguna Estigia, flores de tanaceto, los arcanos, bolsas de vidrios y tierra de cementerios… Calor, olor a valeriana, la corrupción y el olvido…El calor era persistente, caminé la calle Yrigoyen para mirar la casa Calise, blancos cortinados me saludaron desde las ventanas del primer piso, aberturas art nouveau parecían cobijarles con temor, continué caminando y me detuve a acariciar un sillón tapizado en pana dorada, dos grandes arañas repletas de bronces y de cristales mostraron una tímida sonrisa al través de las vidrieras polvorientas, un gran florero de cristal colorado dormía aguardando despertar en manos profanas. Aquella hechicera había hablado, la falta de rumbo, un incierto norte, el retiro y el triunfo, continué caminando, la coca cola estaba haciendo efecto y eran enormes mis ganas de orinar, como de costumbre, una perra marcha colonizaba las puertas del Congreso, Colón no hubiese dudado en liquidarles, yo tampoco, el olor a porro se dejaba sentir con fuerza, gritos erráticos de una América indígena…El aroma de la valeriana, los concentrados de tanaceto, la marihuana fumada por aquellos vagos y la humedad porteña de una tarde primaveral convocaban mi ser al descanso. Llegué y me tiré a dormir la siesta…

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