UN RECURSO ENTRAÑABLE

Una vez más la sonoridad de las sirenas alertaron a Roger, e interrumpieron su descanso dominical.

Cubrió su cabeza con una frazada, de inmediato, como si fuera una tortuga hibernando. Se encogió como un bebé buscando refugio en el seno materno, y huyó a su mundo.

Un mundo donde todo era posible, un mundo donde los humanoides trabajaban sin descanso.

Él, Roger, era el único descendiente de aquella generación de pieles aceitunadas, largos cabellos negros y profundos ojos café; eso lo signaba, lo obligaba a cumplir con el resto de los humanoides; que en forma automática iban y venían golpeando, ensamblando, acarreando grandes estructuras metálicas que eran sometidas a tribulación durante largo tiempo.

Claro de allí luego salían piezas en las que veían sus rostros reflejados y eso les producía una leve mueca que no llegaba a ser una sonrisa.

Roger estaba habituado a ello, no hablaban, solo emitían sonidos guturales que él no entendía, a la vez que destellos de luces acompañaban su accionar.

Su trabajo era en el primer tramo, someter el tubo de hierro acerado a tribulación intensa tal como lo indicaba la estrafalaria máquina que tenía enfrente.

Terminada esa etapa lo pasaba a un humanoide muy alto y flaco que manejaba hábilmente la totalidad de los tubos.

No podía pensar, no podía hablar, el tiempo parecía haberse suspendido a pesar que allí dentro había actividad y por momentos muy intensa.

Nunca tuvo hambre, tampoco sed, perdió la noción. Un robot le trajo varias piezas metálicas y telepáticamente le ordenó lo que debía hacer. Raudamente fue hasta el final de ese largo y luminoso túnel ensambló partes y quitó otras.

Los humanoides emitían sonidos cada vez más intensos, la cabeza de Roger iba a estallar si permanecía allí.

¿Pero cual era su escapatoria?

Si no sabía como había llegado hasta ahí.

La luz lo enceguecía, su cuerpo parecía de goma, pegajoso, oloriento, comenzó a forcejear, intentaba gritar, su voz era nula y estando en el punto culmine de su desesperación una cabeza lanuda, unos groseros lengüetazos y la dulce voz de la abuela lo despertaron para comunicarle, que estaban llegando los bomberos para celebrar porque esa mañana inaugurarían frente a su casa la nueva red de agua potable tan esperada por todo el barrio.

AVE FENIX

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