Y ya planté un árbol, escribí mi libro, y tuve varios hijos.
También cuidé a mi perro, trabajé hasta el hartazgo
Libré mil batallas, sudé en lo profundo, perdidas, ganadas…
Instruí mis sesos, rasgué mis nudillos, una cruz pesada.
Y sigo vacío, angustia en el alma, con sabor a nada.

Y amé con pasión, entregué mi alma, regalé mis versos
reí a carcajadas, tomé del buen vino, gocé de lo incierto.
Lloré con ternura, amé con locura, besé sin aliento;
Y aún sigo vacío, angustia en el alma, con olor a entierro.

Y doné a los pobres, aplaudí a los ricos, ayudé al enfermo
y rompí los muros, abriendo camino para los más lentos
Canté a las mañanas, recé por las noches, corrí por los huertos;
Y aún sigo vacío, angustia en el alma, temor a lo incierto.

Veo en el espejo, arrugas marcadas, el paso del tiempo,
Siento en mi quijada el gusto al no gusto, sabor a añoranza.
Y en la mesa el reloj, me indica que el tiempo en sigilo se acaba.
Y sigo vacío, angustia en el alma, con sabor a nada.

¡Ay de mí! ahora sí, que entiendo la esencia, que siento la falta.
Que miro adelante ¡mi Dios! ¡Sé que estás! Pero no veo nada…
¡Solo hay escalones, muy altos Señor! Y el tiempo se acaba.
Y sé que, a lo lejos, allá en esa cima, donde todos cantan
Están victoriosas, llamándome a gritos, mis ansiadas alas.

Sin quejas, sin llanto, sin pausa, con garra
¡Romperé los muros! Subiré la escala.

¡Que así sea!

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