Hay una diosa griega que vio una vez destellos sobre un muchacho soñador.
El chico de los destellos, incógnita de años breves.
Y aquel chico era yo.
Ahora este hombre, ve los colores de un prisma en el trayecto del sol, cuando mira, piensa y siente los ojos de esa diosa.
De muslos rellenos y labios atestados de carne inocente.
Terca nena, joven, serena, pero así una diosa.
Morena, afrodisíaca, diosa plena, caprichosa.
Su rostro un milagro. Su sonrisa un faro de luz intermitente.
Logra que sean reconsideradas las leyes de la luz cuando pasan los colores a través de sus ojos.
Y ese el inicio y el final.
La perdición y el camino: Sus ojos.
Evita la mirada y evita con sus ojos mirar otros ojos, que si no mira los míos me cohíbe el paraíso y me exenta de la gloria.
Pero son sus ojos… Ella y sus ojos.
O soy yo simplemente… Flechado por el filo, ese; el de sus ojos. Que ha herido mi alma en formas de placer.
Es mi imagen reflejada en cristal de esos ojos.
¿De qué color son sus ojos?
-Es que si se presenta ella por la tarde en el pensamiento, con sonrisas y sueños, vistiendo un ligero vestido primaveral, y yo pienso en sus ojos; sus ojos son del color más bello.
Vida en vida fuera explorar sin equipaje, cada relieve y cada llanura del forro de su cuerpo.
Deseos de lino en piel de seda.
Delirios y fiebre.
Cordura en exilio.
Diosa griega.
Diosa, insisto.
Y ahí están; sus ojos.
Perlas de contraste cristalino. Dos cráteres profundos y adormecidos, sus iris. Sus pupilas, volcanes apagados esperando estallar. No se yo que haya manera de ser el estímulo de su erupción. De esos ojos, de ella.
¿De qué color son sus ojos?
-Es que si viene ella al pensamiento y se posa al borde del colchón, con pijamas coloridas, en una oscura noche estrellada, entonces son sus ojos del color más bello.
Y es por esos ojos que el tiempo se esparce y me desintegro, grano a grano como un reloj de arena, que veo en su silueta, de espaldas hacia el fuego.
Ella es el punto de ebullición de la sangre que alcanza los extremos viriles.
Fiebre y delirios.
Maldad a cuentagotas.
Pero maldad la mía, que le transfiero en el aire, suspendida en el tiempo, si acaso se cruzara su mirada con la mía.
Mía. Y parece un ángel y su rostro; una fantasía.
¿De qué color son sus ojos?
-Y es que si viene ella a elegantes pasos sutiles en una temprana mañana de luz tenue, de las que crecen grado a grado, no pueden ser de otro color sus ojos, que del color más bello.
Porque es su mirada, dura y seria, cual si advirtiera «Si te mueves te mato». Y a mí, si me mataran esos ojos; ¡Menudo placer!
Yo la miro con mis ojos. No es sencilla a la vista.
Yo la veo incluso, en mis sueños despiertos; en el vuelo de las aves, en la orilla de la playa, en los cristales de las vitrinas de las tiendas.
Su presencia imponente congela las almas al llegar a cualquier lugar.
Asemeja una leona o una tigresa.
Feroz. Letal. Peligrosa.
Eso es ella, naturalmente.
Y todo eso lo quiero… Para mí.
2012 – 2019
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