Hebras de azafrán (continuación)

Hebras de azafrán (continuación)

A Olivia Becher

12/11/2019

Elvira hizo acopio de todo su coraje y con la cabeza alta y el rostro embargado por la incertudumbre bajó a la cocina donde su familia se disponía a desayunar.

– Buen día a todos. Madre, ¿puedo hablar con usted?

Amparo asintió e inmediatamente se aproximó a su hija.

– Dime querida – dijo cariñosa, como siempre.

Elvira no sabía como empezar, ¿Quién podría estar seguro de qué palabras son las adecuadas para decir algo así a una madre?

Ante la evidente duda y temor de su hija, Amparo le acarició la mejilla y mirándola a los ojos la animó a que hablara sin miedo.

– Verá madre, ¿se acuerda de la oferta de empleo que me hizo el primo de Antonio? El que vive en la ciudad, en Madrid.

– Sí, claro, te invitó a trabajar para ellos en la casa grande – contestó Amparo, que empezaba a entender de donde provenían las dudas de su hija.

– Pues he estado pensado largo y tendido sobre ello – continuó Elvira – y creo que la voy a aceptar. Sé que ustedes aquí me necesitan, pero madre, es mi única oportunidad de salir del pueblo y buscarme un porvenir lejos de estas añejas tierras. Lo he meditado con calma, y verdaderamente es esto lo que deseo.

– Hija…

– Madre – la interrumpió Elvira – me marcharé con todo el dolor de mi corazón, ustedes y mis hermanos son toda mi vida, y siempre podrán contar conmigo, vendré con frecuencia a visitarles, pero necesito..

Amparo le puso un dedo sobre los labios instándola a dejar de hablar.

– Disculpe – dijo Elvira agachando la cabeza.

– Hija mía, no habrá corazón más roto con tu partida que el mío, pero yo, que llevo toda mi vida en estas tierras, y que he crecido con ellas, sufrido con ellas, entiendo mejor que nadie tu deseo, pues en su día yo también lo tuve, solo que a mi no me permitieron llevarlo a cabo. No cometeré el mismo error.

A Elvira se le iluminaron los ojos ante la ahora veraz posibilidad de lo nuevo, pero pronto las dudas ensombrecieron su rostro.

– ¿Qué ocurre hija?

– Padre no me dejará marchar.

– Yo hablaré con él, no sufras. Tu padre es un hombre rígido, pero bondadoso, y sabrá ver, aunque le duela, que esto es lo mejor para ti.

Madre e hija se sonrieron cómplices y se fundieron en un largo abrazo.

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