A la chica del columpio

Escribo, no escribo nada,
pero escribo. Espero que las palabras,
egoístas y celosas, fluyan libres
por mi mente, por mis nervios,
por mi mano,
¡que desfoguen en la tinta!
y existan, eternas, en el papel.

Pienso algo de pronto;
en el mismo instante en que estalla la idea,
cual guirnaldas, se iluminan
mis traidores ojos y mi sonrisa,
amplia como el mar de tiempo que nos separa,
delatan a los ojos comunes,
el nombre que mi felicidad porta.

Miro -como siempre-, por la ventana
hacia la profundidad de la noche;
me interroga. Me conjura, severa,
a revelar el nombre que mi alma incendia.

Me mira profunda y arranca de mis labios
un trémulo suspiro,
que deseoso de tu oído,
sube al aire enrarecido y enuncia,
tímido y alegre, tu nombre que inmortalizo.

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