Tarde fría de Noviembre, mi hermano y yo nos preparábamos para asistir al concierto semanal de unos amigos, teníamos la esperanza de encontrar un poco de diversión, sin embargo, ya conocíamos a los asistentes así que nuestras opciones disminuían. Camino al evento, nos sucedió un poco de todo, vimos caer un poco de lluvia, desaparecer el sol radiante para darle entrada a la oscuridad de la noche. Hoy, la luna parecía distinta, brillaba de un tono rojizo, un poco tétrico.

Llegamos al lugar a las 9 en punto, las personas se empezaban a aglomerar a las orillas del recinto, estaban esperando ansiosas escuchar las primeras notas del grupo para saltar al centro. Yo me coloqué en una esquina, y al observar el piso limpio decidí sentarme para descansar un poco. Mi hermano, se fue a platicar con un grupo de personas que él llamaba «los dementes», aunque nunca me explicó la razón.

Mientras revisaba mi correo electrónico desde mi celular un par de chicas se acercaban a donde estaba sentado, levanté la mirada y les hice un saludo con la mano, ellas devolvieron el gesto y sonrieron. Gilma de cabello cobrizo, piel blanca, hermosos ojos café y figura voluminosa acompañaba a Gris, una joven alta de cabello negro y lacio, ojos negros penetrantes y facciones serias. Ambas eran amigas desde la primaria y asistían cotidianamente a los conciertos.

Me incorporé y me acerqué a ellas, no cabía dudas que me sentía nervioso de estar cerca, me gustaban, y no perdía la esperanza de besarlas. Hablamos de todo un poco, escuché los problemas que tenían en sus hogares, de cómo se escaparon para asistir y de lo complicado que era trabajar y estudiar, tenían razón la vida es una mierda. Caminamos hacia la entrada del recinto y les pregunté si querían algo de beber, me pidieron cerveza, por lo que compré dos medias de cerveza oscura y un litro de agua para mi. Mientras caminábamos hacia el centro del lugar, escuchamos cómo la batería empezaba a sonar y de la nada, mi hermano salta tras de mí y escucho como empieza a gritar de emoción.

Las luces se apagan y la música empieza a sonar con un estridente acorde de ska. Volteo a mis lados y veo como Gilma y Gris desaparecen entre la multitud que se aglomera a mi alrededor con sus inusuales pasos de baile. La música es tan fuerte que prefiero irme hacia atrás para escuchar mejor la voz del vocalista, así como los acordes de la guitarra. Después de diez canciones mi voz se cansa de realizar los coros y veo un espacio al fondo para descansar.

Me siento y sonrio al ver a mi hermano divertirse junto con la audiencia, tenía meses sin verlo feliz y eso me hacía bien, de repente, escucho que alguien se acerca a mi lado derecho, volteo y veo a un joven musculoso de tez morena y cabello corto tipo militar. Me saluda y se sienta a mi lado mientras observo a la banda tocar, parecían jóvenes veinteañeros a pesar de sobrepasar los treinta.

Luego de estar platicando con el joven de mi lado, lo recuerdo de antes, él me vendió la cerveza para mis amigas y el agua en la entrada. Su nombre es Antonio y forma parte del grupo de jóvenes a los que mi hermano llama «los dementes». Aún sin entender el porqué de ese nombre en la confianza de la plática decido preguntarle si conocía el nombre que mi hermano le había puesto a su grupo de amigos. Él sin inmutarse voltea hacia la audiencia que coreaba los mejores éxitos de la banda, y me contesta que sí, que conoce a todos y a cada uno de las personas del lugar, y que el sobrenombre «dementes» nació por las aficiones de cada uno de sus amigos.

Al escuchar su respuesta, me quedo atónito, qué tipo de aficiones podrían tener las personas para que les denominen «dementes». Seguí sentado observando los bailes estrepitosos de las personas y pude distinguir a mi hermano entre la audiencia, a mi izquierda observé como Gris y Gilma me miraban y sonreían, levantaron sus botellas en señal brindis, levanté mi botella de agua y bebimos al mismo tiempo.

Adentrada la noche, la plática con antonio se empezó a tornarse turbia y tenebrosa, me contó alguna de las cosas a las que se dedicaba, los lugares donde había trabajado y los estudios que había empezado, pero que no terminó. Nunca habia conocido a una persona que trabajara en la semefo, mucho menos a alguien que preparaba los cuerpos inertes en una funeraria, me daba miedo su presencia y sobre todo su tono frío al comentarme que su mayor pasión eran los órganos, sobre todo los riñones, tenían algo en ellos que le fascinaban, desde extirparlos hasta tenerlos en sus manos. Reía mientras me contaba las veces que había sacado los órganos de los cuerpos en la semefo y cuando trabajaba en la funeraria, para mi era tenebroso, él era peligroso. Intenté cambiar de platica pero fue inútil, seguía con sus historias y se regocijaba al ver mi semblante de miedo. Al intentar levantarme mis piernas perdían la fuerza, era como si tuviera pesas dentro de mis tenis, volteaba a mi alrededor en busca de mi hermano, pero se perdió entre la multitud mientras la música crecía en volumen. Cuando conseguí levantarme de mi lugar, observé que antonio se encontraba a mi lado, tomándome del hombro, haciéndome presa de su fuerza, empecé a marearme, a sentirme adormecido, volteo una vez más a todos lados y la audiencia sigue bailando a distintos ritmos, empiezo a desfallecer mientras que antonio me mira fijamente, lo último que observo es su sarcástica sonrisa.

Cuando al fin logro despertarme, me siento un poco mareado, cansado y con un fuerte dolor abdominal, intento pararme pero no logro hacerlo. Después de estar algunos minutos mirando a la nada intentando recordar lo que pasó ayer, solo regresan a mí recuerdos de lo que parecían sucesos de algunos días atrás. Me incorporo después de varios intentos y camino hacia el primer espejo, me contemplo y observo detenidamente mis facciones: ojeras profundas en mis ojos, barba desaliñada y una cicatriz punzante en mi abdomen de donde proviene ese incesante dolor.

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