Miro las gárgolas nocturnas. Brota una lágrima,
tu sombra se extravía bajo mi agonía,
tu rictus sarcástico desnuda mis dudas.
Te ignoro, escucho tu voz palpitante.
Se eriza mi desazón, corro, observo, duermo.
Te expulso de mi mente a fuerza
de pensamientos ambiguos, me inclino
en la ventana, no existes.
Nunca te quise.
Nunca estuve en tus pasos,
sólo en un amasijo de coincidencias
en las que parecías conocer más de mí que mi espejo.
La tormenta se inició,
todo tembló en tres gotas de agua turbia
y risas a granel, como complemento para la confianza.
Ahora, cruzo el puente descalza,
miro, hacia el naciente tiempo.
Mi época de creer, quedó colgada en tus promesas.
Yaneth Hernández
Venezuela
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