-Ay Lucia tenés que ir, no sabés lo que es ese lugar. Divino! Te dije no?, que es la segunda vez que vamos? Pero esta vez sin los chicos porque al final no disfrutamos nada, no es de yegua pero viste como son, no paran ni un segundo, tenés que estar encima todo el tiempo y no te dejan hacer nada. Ah cierto, vos no tenés hijos. Cuantos años tenias? 45? El otro día hablábamos con Facundo justo de eso, mujeres grandes, sin hijos, que triste deb…

-Terminé. Dijo casi gritando Lucía.

La mujer se sobresaltó pero eso no le impidió continuar hablando, que el día agitado que tenía, que el clima, que el viaje, que su familia, que nunca la cambiaría por nadie.

-Vos te dejás de dedicar a la depilación y olvídate de que me vuelva a depilar, un cactus voy a parecer pero a vos no te cambio por nadie. Lo decía siempre mientras se despedía con una gran sonrisa

Ni aún así lograba Lucía soportarla. Viajar a donde? Cuándo? Con qué plata? No, no solo no la soportaba, la detestaba, su tono de voz, su forma de vestir, sus zapatos, sus historias de viajes, amigos y fiestas, su familia perfecta, su sonrisa burlona. A propósito le decía que viajara, si sabía que con lo que ganaba como depiladora no le alcanzaba para nada, apenas si pagaba el alquiler de su pequeño y triste departamento interno donde no entraba ni un rayo de sol y las plantas se marchitaban. A veces las miraba un rato largo, – las entiendo, decía en voz alta, – de verdad las entiendo.

La puerta de la habitación de descanso se abrió de golpe y una de sus compañeras le avisó que tenía un tiempo libre porque habían cancelado. Sintió un alivio inmenso, hacía rato que sentía un intenso rechazo hacia casi todo, la gente que atendía, su trabajo aburrido, sus compañeras, familia. Amigos no tenía, antes eso la hacía sufrir hoy era una carga menos. Viajar, si claro. Como si fuera tan fácil, como si pudiera, eso era para jóvenes, cuando tenés toda una vida por delante y un cuerpo y mente para disfrutar. Ella pudo haberlo hecho, claro que si, hasta había armado una hermosa carpeta con fotos de los lugares que visitaría en sus viajes como mochilera, viajaría por el mundo, conocería y disfrutaría todo lo que pudiera antes de empezar la universidad y estudiar Medicina, seria una excelente cardióloga, de las mejores y se casaría con un neurocirujano y tendrían hermosos hijos, y sería feliz. Pero bueno, hay que ser realistas, si no se puede, no se puede y ella tuvo que cambiar sus planes, sino quien cuidaría de sus padres enfermos? Eso era importante, no unos tonto viajes por el mundo o un estúpido título colgado en la pared o un esposo que inventara excusas para engañarla con otras, o una casa donde entrara el sol y las plantas no se murieran. Su vida había sido importante, si, claro que si, significativa y repleta de amor, porque sus padres la amaron hasta el último momento y ella los amó incondicionalmente. Claro que tuvo que hacer sacrificios, pero es normal, todos los hacen, y no se arrepiente, claro que no, lo volvería a hacer. Varios le habían dicho que se arrepentiría, que no debía abandonarse del todo para cuidar a los demás, y después estaban los que hablaban por detrás “la solterona” “la que nunca tuvo novio y vivió siempre con sus padres” “ la que no tiene personalidad” la que nunca tuvo vida”, palabras de gente envidiosa que nunca conoció el amor verdadero, Ella estaba bien como estaba, no cambiaría nada, no se arrepentía de nada.

De pronto recordó algo que le sucedió cuando cumplió los 45. Sus compañeros de trabajo le festejaron su cumpleaños. – 45 no son nada Lucita, sos joven, viví como si tuvieras 20 que la edad se lleva en el alma. Instantáneamente sintió un nudo en la garganta y un ataque de angustia que la hizo ir a esconderse en el baño. No podía respirar. Se miró al espejo y por un segundo la invadió un pensamiento de esos que se le colaban a veces e intentaba esconderlos con todas sus fuerzas – hoy cumplís 45 pero tu alma ya está vieja, estás marchita. Cerró los ojos, esperó hasta que pudo tranquilizarse y volvió. Porqué recordaba esto ahora? Se tocó el rostro y se dio cuenta de que estaba llorando a mares. La puerta se abrió de golpe y alguien gritó .

-llegó la de las nueve! – . Debía continuar con la rutina. Otra clienta, más historias, menos ganas de escucharlas, volver a casa, comer sola, regar las platas casi muertas, intentar combatir el insomnio, y así.como todos los días.

Se secó las lágrimas, respiró profundo y cuando entró la clienta dibujó en su rostro una amplia sonrisa.

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