Atonatiuh, el primero de los dioses. Las Tribus. (capítulo 12)

Atonatiuh, el primero de los dioses. Las Tribus. (capítulo 12)

Rogu Jaruoka

02/11/2019

CAPÍTULO XII

LAS TRIBUS

Habían pasado ya dos semanas desde que Diego, Farid, Dara y Carlos fueron transportados a otro mundo. Eva, la madre de los gemelos, se encontraba muy pesimista por lo que pudiera pasar y no se encontraba con ánimos de nada. Ahora todo era peor para ella después de que Antonio y Canek habían partido también. Se sentía peor sabiendo que los padres de Carlos y los de Dara seguían buscando desesperados en hospitales, delegaciones, y la misma calle sin descanso alguno. Ella e Isaac muchas veces tuvieron que hacer lo mismo solo para tapar las apariencias. No podían decirles la verdad, no les creerían; y en el hipotético caso de que lo hicieran, confesarles que en ese mundo estaban destinados a destruirse, no era mucho más alentador.

Claudia siempre aconsejaba decir la verdad, que era mejor saberla, aunque no fuera alentador, que ignorar que era posible jamás volver a verlos. Isaac respondía que, ignorantes de todo, podían tener esperanza de que sus hijos volvieran.

-Si eso es cierto- susurró Eva-, significa que nosotros ya no tenemos esperanza de verles jamás- el silencio que siguió a esa declaración fue más pesado y revelador de lo que ninguno admitiría jamás. El canal de noticias estaba en la pantalla del televisor, temblores, incendios, huracanes, todo se repetía en el mundo.

***

Ahora que los cuatro chicos tenían sus emblemas cada uno se dirigía hacia su Tribu, aquella armadura legendaria capaz de proteger todo un pueblo o destruirlo. Ya nada podría hacerlos desistir, cada uno de ellos creía saber lo que buscaba o necesitaba, pero incluso era algo más, la Tribu les llamaba, el emblema que estaba en su posesión había despertado en ellos un instinto más primario, uno conectado con su elemento. Tenían la necesidad de seguir adelante.

Farid, después de tener una larga conversación con Anom, Ixchel y Nemantini había partido al mar del norte. Justo a la entrada del Mar de los Espejos. Si bien era cierto que había aclarado algunos puntos con Anom y este último había expresado su arrepentimiento al tratar a Balam terriblemente, aseguró que no tuvo nada que ver con su muerte. Farid le creyó, aunque más por la palabra de Goh y Vhan que la del mismo gobernante de Ahavil Sasil. Convencido de que era necesaria la Tribu para llegar a la tierra más allá del Mar de los Espejos siguió sus instintos y decidió despertarla.

Diego estaba atravesando la selva al sur de la isla. Giraba el anillo, con el emblema del agua grabado, sobre su dedo. La Tribu Ha’ era tan necesaria y poderosa que habían intentado matarlo para robarle ese poder. Se tuvo que defender, eso era un hecho, pero no estaba seguro de si había defendido su vida o su nuevo poder. El respeto y el temor que despertaban las Tribus no era nada despreciable, y si él, Farid, Carlos y Santos eran los únicos que podían tener una quería decir que todos los demás estaban por debajo de ellos. Incluido Anom, el gobernante del reino más poderoso de este lugar, podía temerle.

Dara intentaba no matar a Neico por sus terribles ocurrencias, pero mientras caminaban entre ruinas en el este, ella sospechó, por lo que había sabido de Ahuitz, que aquí habían estado las Montañas que Nunca Duermen, y ahora que Carlos había obtenido el emblema de la tierra, el lugar había quedado sin vida. Estaba preocupada por los acontecimientos que pronto vendrían, no estaba segura de que la historia no se repitiera, al final venía de un mundo donde era normal que fueran siempre las mismas guerras, los mismos hombres, las mismas fechas, todo se repetía, nunca aprendían. Este lugar podría no ser diferente e, inevitablemente, la historia quedaría exactamente igual. Por lo menos, en esta travesía, encontrar a un amigo que la distrajera de todos los problemas había sido esperanzador.

Carlos cruzaba el río en el oeste, pudo sentir que el lugar donde caminaba ahora hubo, en algún momento, un reverente poder. Seguramente un emblema. La tierra estaba suelta y lisa, nada había crecido ahí en mucho tiempo, no estaba quemado el lugar, tampoco había rastros de agua, así que supuso que el emblema del viento estuvo ahí hace poco. No se había equivocado al percibir que los otros también aumentaban su poder. Bien, si ellos podían hacerlo él no se quedaría atrás. No le daría la satisfacción a nadie de verlo inferior, incapaz, o no digno de algo. Él lo demostraría, demostraría a todos, su valor.

***

-Lo que tenga que suceder sucederá pronto- comentó Antonio a las afueras de la Torre Obscura. Notó cómo las estatuas de los cuatro hijos de Atonatiuh, los guardianes de resguardar la entrada, ahora carecían de magia y vida.

-Es verdad, los elementos se están agitando, están muy cerca-contestó Canek-. Falta muy poco. Pronto sabremos lo que sucederá, es mejor que estemos preparados para todo lo que pueda venir.

-¿Exactamente qué misión te encargó Balam a ti, Canek?- Cuestionó Antonio- Sospecho que no es la misma que me dio a mí y eso no lo consiento.

-Si él hubiera querido que supieras te habría dicho, excelso padre- la burla no pasó desapercibida por Antonio-. Sin embargo, te diré que tu misión complementa la mía. Todos estamos del mismo lado.

-¿Y tú sabes cuál es?- cuestionó el hombre retando al hijo. Canek sonrió.

***

En Ahavil Sasil la discusión entre Anom, Nematini e Ixchelse extendió hasta el atardecer. El temor se apoderaba poco a poco de ellos aunque lo disimulaban muy bien. Anom estaba agradecido de tener a sus hijos a su lado en estos momentos de angustia. Una vez despiertas las Tribus nada las hará dormir hasta que el portador muera. Así que, si ellos resultaban enemigos, no serían capaces de protegerse frente a tanto poder.

Ixchel, en un arrebato un tanto infantil para la hija del jefe, abrazó a su padre de forma tierna. Él sonrió sujetando la mano de su hija y mirando a Nemantini. La fuerte mujer esperaba que su padre viviera mucho más, pero desde pequeña había sido instruida para gobernar cuando él faltara y, en su interior, sospechaba con gran desagrado, que ese momento se estaba acercando.

-Ya verás que superaremos esto- susurró Ixchel conteniendo las lágrimas.

***

Entre tanto, Farid llegó a la del Templo de Fuego, era una cueva, era tan grande y tan profunda que ningún rayo de luz lograba entrar en ella. Caminó cautelosamente unos metros asegurándose de sentir la Tribu Kaak en el interior. Aquí lo había traído su emblema, aquí sentía el poder de su elemento con más fuerza. Encendió un poco de fuego y avanzó entre caminos angostos y abismos profundos. No era un camino especialmente peligroso, pero entre más profundo el oxígeno era menor, era obvio que necesitaba mayor energía para mantener el fuego encendido. Solamente el guardián del fuego podía llegar al final. Finalmente llegó a una pared que no le permitía seguir, alumbró todo el lugar pero solo pudo ver un pequeño orificio en el centro. Era del tamaño perfecto para que encajara su emblema.

Farid tomó lo tomó de su muñeca, lo zafó de la pulsera que Goh le había entregado y jugó con él un momento entre sus dedos. Era hora, una vez colocado el emblema despertaría un poder que jamás soñó. Debía estar seguro de tomar la decisión correcta. Respiró profundo y estirando la mano permitió que el emblema se elevara para incrustarse en la pared. Se fusionaron ante sus ojos, de tal manera que Farid perdió el rastro de en dónde había estado el emblema antes. Nada pasó durante un momento y el joven creyó que debía hacer otra cosa o ir a otro lado, sin embargo, poco a poco un brillo dorado comenzó a iluminar toda la cueva. Primero eran delgadas líneas que salieron desde el sello y caminaron por las paredes de la cueva, era como si oro fundido pasara por los canales de la caverna y dejaba ver lo que había en su interior; luego se iluminaron unos símbolos que Farid no pudo saber a qué idioma pertenecía, pero sí podía leerlos a la perfección. Era el nombre de la Tribu.

Cuando él pronunció las palabras, en un lenguaje extraño, detrás de la pared se pudo escuchar un ruido, era como si una cerradura muy grande se abriera. Los canales de la cueva comenzaron a apagarse lentamente oscureciendo el lugar nuevamente. De forma inesperada, debajo de Farid, con una luz intensa, apareció el emblema de fuego, el guardián se hizo a un lado para verlo mejor y el sello comenzó a girar rápidamente a la vez reducía su área, finalmente solo quedó un punto rojo brillante en el piso. Cuando Farid se acercó para ver qué era repentinamente el círculo se volvió a abrir con un remolino de fuego y dejó al descubierto el emblema.

Farid frunció el ceño, ¿eso era todo? ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? Había imaginado un armadura como los soldados en la edad media, o incluso los romanos o por lo menos un arma que pudiera sostener, pero lo único que había recibido de vuelta había sido su emblema. Tal vez al final no era digno de portar la Tribu, así que, decepcionado, con los hombros caídos, tomó nuevamente el objeto en sus manos. Estaba caliente, pero no quemaba, era como si estuviera vivo, como si tuviera un calor corporal.

-Estás viva- susurró Farid y de inmediato un remolino muy delgado de fuego comenzó a rodearle el brazo y siguió avanzando hasta cubrir su cuerpo entero. Él sintió que si no tenía control el fuego lo consumiría, las llamas entonces se elevaron con gran violencia y se tiñeron de rojo, azul y morado hasta que finalmente terminaron apagándose.

Parado, en medio de la cueva, Farid vestía la legendaria Tribu Kaak. Parecía estar hecha de piel de jaguar, pero él notó que era un material aún más resistente. Su cara sobresalía de las fauces abiertas del jaguar, la piel gruesa y manchada, cubría su espalda, costados y brazos hasta los codos, era una sola pieza, no había en ella ninguna unión. Sobre los hombres, a cada lado, había unas uñas de garras que parecían salir de debajo del traje, también llevaba un collar que tenía cuatro garras. El pecho no estaba cubierto por piel si no que lo recubría hueso de color negro entretejido, Farid notó que era flexible, pero muy resistente. No tenía ni idea de cómo funcionaba en realidad. Llevaba también un par de muñequeras y de ellas salían dos garras largas. Tenía puestos unos pantaloncillos que llegaban a la rodilla, también estaban hechos de piel, pero a los costados tenían el hueso de color negro entretejido. Estaba descalzo, pero si era totalmente honesto no sentía ninguna molestia en las plantas de sus pies. Podía sentir cómo la Tribu le animaba a llamar más poder y, de forma natural, extendió la mano y una llamarada de fuego se formó frente a él formando en ella su arma. Era muy parecida a un bate de críquet, estaba hecho de madera, pero el centro era de ónice y zircón rojo. En el costado de la madera tenía incrustado decenas de pequeñas piedras talladas como su fueran dientes. Estaban sumamente filosas. Sobre la empuñadura tenía escrito el nombre de la Tribu.

Finalmente tenía esta legendaria armadura, se sentía más poderoso que nunca. Podía apreciar cada mínimo detalle de ella y cómo, al vestirla, sus sentidos se habían expandido. Se sentía más ligero y fuerte, más despierto y en contacto con su elemento. Tomó su arma y la puso frente a él, el reflejo sobre la piedra de ónice le dio una interesante vista, sus ojos eran los de un jaguar, eso explicaba que pudiera notar más detalles de pronto.

Relajó su cuerpo y pensó en como quitársela, en ese justo momento ésta desapareció volviéndose una pequeña bola de fuego la cual se guardó en el emblema que tenía en la muñeca. Farid reflexionó que la Tribu podía sentir sus deseos. ¿Eso la hacía más o menos segura?

En el oeste, en un profundo abismo, se encontraba Carlos intentado buscar la entrada el Templo de la Tierra, a pesar de que estaba completamente oscuro él sabía perfectamente hacia donde se dirigía ya que sentía donde se encontraban cada una de las rocas. Cada vez se adentraba más y más. Hace ya un rato que no veía la entrada del abismo, y en este punto le daba exactamente lo mismo tener los ojos abiertos o cerrados a raíz de que ni un solo rayo de luz podía llegar ahí, además no se escuchaba ni un sonido; aquí solo eran él, la oscuridad, y toneladas de rocas.

Mientras caminaba, bajo sus pies, sintió un muy pequeño temblor, cuando se dio cuenta el suelo del camino por el cual había andado se desmoronó, no podía verlo, pero sí sentir cómo ese espacio ya no estaba. Siguió avanzando adentrándose aún más, su mano izquierda la colocó en el muro a su lado permitiéndole sentir cada diminuta piedra con mayor precisión. Era como leer un mapa del lugar con su sentido del tacto, fue cuando lo sintió, había, sobre el muro, una roca diferente. No se sentía como las otras, no estaba seguro si se veía igual que las demás o no, pero sin duda alguna estaba cerca de su Tribu. Cuando se colocó frente a ella comenzó a brillar una figura, una imagen que el ya conocía, la forma de su emblema. Se sintió emocionado de que por fin después de tanto esfuerzo y de una cruel pérdida estaba a punto de tener lo que buscaba.

La luz que emanaba de ahí le permitió ver un pequeño orificio, era del tamaño y forma preciso de su arete. Se lo quitó y mirándolo de nuevo pensó que tan necesario era hacer esto, despertar la poderosa Tribu. Una perturbación en el ambiente lo alertó, pudo sentirlo, alguien había tomado su armadura. Una de las cuatro había sido despertada. Gruñó apretando el arete con fuerza en su mano, ahora no había vuelta atrás. Tomó su emblema, lo colocó sobre la roca y embonó perfectamente, pudo observar por el brillo que se desprendía que se fusionaban en una sola. El emblema fue penetrándose poco a poco en la roca hasta desaparecer, Carlos se quedó quieto esperando que más pudiera suceder, pensó que tal vez tenía que ir a otro lado, incluso pensó decepcionado, que quizá solo era quien debía despertarla mas no poseerla. Pensando en esto, al fijarse donde había colocado el arete, apareció su insignia dibujada en la pared con un color dorado, primero era del tamaño de su palma, pero rápidamente fue creciendo hasta casi ser de su tamaño. Del emblema, justo de en medio, pequeñas piedras comenzaron a salir, parecía agua brotando de un orificio, pero eran piedrecillas que se desbordaban como si se tratara de una fuente, y la grieta de donde salían se hacía más grande a cada segundo.

Carlos permaneció en su sitio, la luz del emblema le permitía ver lo que sucedía, pero sus habilidades lo instaban a sentir cómo era posible que esto pasara. Tocó la pared buscando la fuente de las piedras y no pareció encontrar el origen, parecía salir del mismo emblema. Fue cuando se dio cuenta, el emblema estaba formando la Tribu Luúm con las piedras, eso tenía sentido para él. Realmente se alegró mucho cuando de aquella grieta comenzó a emerger una figura, pero su sonrisa cayó cuando se dio cuenta que lo que había salido era el mismo arete que él había metido momentos antes. Frunció el ceño enojado, alguien ya había despertado a su Tribu ¿y él no podía aun estando prácticamente frente a ella?

Tomó el emblema dispuesto a arrojarlo, pero en cuanto su mano lo envolvió sintió una calidez inmensa envolver sus sentidos. El arete, antes frío, ahora despedía cierto abrigo que calentaba al joven guerrero. A Carlos le pareció sentir que el emblema tenía vida, algo absurdo, si lo pensaba lógicamente, pero estaba seguro de lo que sentía.

Se colocó el arete nuevamente sintiendo la conexión y la calidez, golpeó el suelo con su pie y al momento brotaron cuatro grandes placas de roca que lo encerraron. Al chocar una contra la otra con semejante fuerza se rompieron y permitieron ver lo que había sucedido. Carlos llevaba puesta la Tribu Luúm. Era intimidante para cualquiera que lo viera, en su cabeza había un pequeño cráneo de un venado y de él grandes y poderosas astas se erguían orgullosas, el cabello de Carlos, ya largo, creció aún más. Una gruesa capa de piel de ciervo cubría sus hombros, sus costados y brazos. Era una sola pieza y no había costura en ella. Un pequeño pantalón hecho con la misma piel cubría sus muslos, sin embargo, el pecho desnudo estaba cubierto por el gigantesco cráneo de un venado, era tan grande que cubría todo el pecho, estaba sujeto con unas bandas negras a la piel de ciervo y hacía ver a Carlos más grande y fuerte de lo que realmente era.

Sonrió entendiendo lo que su Tribu quería mostrarle, al parecer era igual de orgullosa que él, así que, extendiendo las manos, brillantes luces golpearon la tierra y emergieron dos hachas gemelas de ella. Eran largas y pesadas, sus hojas filosas eran damasquinas y sus empuñaduras estaban parcialmente cubiertas con piel curtida. En la parte baja, para ganar un poco de contrapeso, tenían anillos gruesos hechos con esmeraldas, y tallado en la madera, el nombre de la Tribu.

Sus pies descalzos se plantaron firmemente sobre la tierra, sus sentidos se habían agudizado, podía trazar un mapa mental de cada piedra a metros y metros a la redonda. Cada vibración en el suelo llegaba a él, nada podía compararse con esto. Tomó las hachas y mirándose unos ojos negros lo recibieron. Sonrió, se veía aterrador. Aunque le gustaba la sensación de tener la armadura con él también notó que requería, por el momento, mucho esfuerzo, su cuerpo debía acostumbrarse. Necesitaba quitársela. Giró las hachas y las arrojó al suelo incrustando el filo en la tierra,en ese momento la armadura comenzó a volverse arena rodeando rápidamente la mano izquierda de Carlos, cuando la arena se solidificó quedó en su lugar el arete. Ahí quedó dormido, momentáneamente, el poder de la tierra.

Saliendo del bosque, en el sur, Diego pensaba que él era el único que sabía que sus padres esperaban todo lo que ahora estaba pasando. Balam, su padre, sabía de este lugar y esperaba que sus hijos pelearan entre sí. Apretó los puños enojado al recordar que tuvo que acabar con la vida de dos personas para salvar su nuevo poder, para salvar su vida. Hizo una mueca al reconocer el orden de sus pensamientos.

Se repetía una y otra vez que lo más importante era obtener la Tribu Ha’, ahora que había sentido el despertar de dos de las cuatro armaduras, estaba convencido de que si quería mantener su ventaja debía ser más fuerte que los demás. No permitiría que su padre o una tonta profecía lo guiara, no obstante, no podía quitarse de la cabeza que él había recibido un don y cada vez estaba más convencido de que estaba en todo su derecho de reclamarlo.

Se hallaba en un risco observando el mar frente a él. Finalmente había llegado, podía sentirlo. El emblema en su dedo lo había traído hasta aquí. La duda llegó a su cabeza, si tomaba aquel poder podría ser el inicio de la guerra entre él y su hermano como su padre había dicho, pero si no lo tomaba no podría hacer nada para evitarlo tampoco. Además él era uno de los cuatro elegidos, aquellos guardianes de los elementos. Eso debía significar algo.

La brisa marina acarició su cuerpo llenándolo de vida nuevamente, era la hora, lo que tenía que venir, vendría sin problema alguno. Él siempre se sentía capaz de salir adelante sin importar las dificultades, se sentía seguro consigo mismo y confiaba en sus habilidades. Su hermano y Santos siempre creyeron que él era arrogante por su dinero, y en parte era así, pero no era ciego, sabía que los chicos de la escuela no eran sus amigos, no obstante, buscaban un líder a quien seguir como ovejas y él estaba encantado de dirigirlos a su conveniencia. Este mundo gritaba lo mismo, pero esta vez lo organizaría de tal manera que no tuviera que pelear contra Farid.

Así que sin más contratiempos Diego se acercó a la orilla del risco y se arrojó a las profundidades marinas, el agua era muy cálida, o por lo menos lo era para él. Incluso era amigable, Diego sentía mucha satisfacción de estar ahí. Llegó al lecho marino, puesto que no era tan profundo donde se había sumergido y ahí vio, justo bajo sus pies, un pequeño y abandonado arrecife. Múltiples colores adornaban sus puntas y en medio de él una figura parecida al anillo que Diego llevaba.

Él sacó su emblema y con cuidado lo colocó en el orificio. Encajó perfectamente y el arrecife envolvió el objeto uniéndose con él. El aire se escapaba rápidamente de los pulmones de Diego que, impaciente porque nada parecía suceder, quiso salir a flote, sin embargo, el agua marina pronto comenzó a agitarse y arremolinarse a su alrededor.

En un abrir y cerrar de ojos el agua cálida se enfrió como si hubiese un témpano de hielo cerca. Diego quiso salir nuevamente y al dirigirse hacia la superficie, justo arriba de él, se hallaba la imagen de su emblema pintado de un azul intenso y brillante. Se detuvo para ver lo que sucedería después, sin embargo, frustrado, solo fue capaz de ver cómo el emblema desaparecía entre las olas y el anillo era soltado nuevamente por el arrecife que, de forma increíble, era absorbido por el objeto. Diego ya no aguantó más la respiración y, tomando el emblema, salió a la superficie. Respiró agitadamente asegurándose de recibir todo el oxígeno que su cuerpo necesitaba y luego golpeó el agua con violencia. Era claro que era el lugar correcto, ¿por qué no tenía la Tribu todavía?

Cuando se calmó recordó que el emblema todavía estaba en su mano. Lo colocó en su dedo y al instante supo que había obtenido lo que había venido a buscar. Un pequeño remolino de agua comenzó a formarse haciéndose cada vez más ancho hasta que dejó de crecer hasta rodearlo. En un instante el remolino lo rodeó y la violencia del movimiento lo llevó a la orilla.

Diego emergió de la espuma marina con la Tribu Ha’ ceñida a su cuerpo. Sin duda no era lo que esperaba, ¡era todavía mejor de lo que jamás soñó! Pudo notar como su fuerza y energía aumentaban considerablemente. Caminó hasta la playa orgulloso de sus pasos y admirándose. La Tribu Ha’ estaba representada por la tortuga, así que su armadura, desde la cabeza, estaba formada por gruesas y grandes escamas que cubrían su pecho, espalda y brazos hasta los codos. El pecho era de color ámbar y relucía contra los tonos azules y verdosos de toda la armadura. Los pantaloncillos, también formados por escamas, terminaban en punta sobre las rodillas y sobre los antebrazos, como medida protectora, tenía una pequeña protuberancia con picos.

Su instinto se fusionó con el de la Tribu y Diego sintió que le animaba a conocer todo de ella, así que él formó una esfera de agua frente a él y con ella formó un disco poco mayor a medio metro de diámetro, lo hizo girar cristalizándolo en hielo y cuando se rompió quedó frente a él un escudo, el arma de la Tribu Ha’. Estaba adornado con formas y figuras marinas, era de cuero, metal y lapislázuli y sobre él, tallado, el nombre de la Tribu. Diego colocó el escudo en su espalda y realmente le gustó la sensación de portarla. Con facilidad podía entender el flujo y movimiento del mar y hasta percibir el flujo del rio que se encontraba no muy cerca de ahí. Él quería llegar con la armadura puesta a Ahavil Sasil, marcar una diferencia, sin embargo, la armadura le instó a no hacerlo. Requería mucha energía mantenerla activa y, por ahora, no tenía ni el control ni la fuerza suficientes para logarlo.

Él, entonces, expulsó la armadura de su cuerpo y, cuando la tuvo enfrente fue absorbida por el anillo en el dedo de Diego. Ahora solo quedaba que el último guerrero despertara su poder y así comenzaría el principio del fin.

En el este, justo en medio de una tierra desierta, se encontraban Dara y Neico. Ella le comentó que tres Tribus habían sido despertadas, él, asombrado, le preguntó si estaba preocupada y sonriendo, ella respondió que solo podía ser responsable de sus acciones, no de los demás. Así que se enfrentaría a una cosa a la vez.

-Me alegra que me hallas acompañado, no me gusta estar sola- confesó Dara.

-Es obvio que te sientes bien conmigo- respondió Neico serio y luego sonrió-. ¡Solo mírame! Soy un encanto.

Ella estaba dispuesta a responderle, seguramente con alguna amenaza, cuando un poderoso viento los sorprendió y un fuerte sonido siguió después. Parecía un quejido triste y fúnebre. Dara se dio cuenta, el emblema la había traído al Tempo del Aire y éste anunciaba su lugar. Dara instó a Neico que se quedara ahí mientras ella iba por su Tribu. Cuando no recibió respuesta ella giró el rostro buscando a su amigo y lo encontró a varios metros de distancia, sentado tranquilamente y levantando su pulgar para animarla. Ella rodó los ojos, debió adivinarlo.

Con temor avanzó por las dunas cuando volvió a soplar el viento y el sonido resonó más cerca. Aun sin el lamento ella podía saber con exactitud dónde estaba la entrada al Templo del Aire, un instinto muy primario, guiado por el emblema, la llevaba sin dudas al lugar. Entre las dunas encontró una enorme cúpula de piedra en donde al pasar el viento surgía aquel terrible sonido. Dara se acercó un poco más para ver aquel lugar, ella estaba tranquila, serena y segura de sí misma. Era una sensación de satisfacción, sabía que estaba hecha para aquel poder y la decisión que había tomado le instaba a seguir.

Sintió que el viento se acercaba violentamente así que se mantuvo firme y, estirando la mano contra él, lo detuvo. Caminó nuevamente hacia la cúpula, al entrar vio ahí, en una placa incrustada en la pared, el lugar donde debía ir el relicario. Dara lo tenía colgando del cuello, sin más ceremonias lo tomó y, abriéndolo, lo colocó en la ranura, ésta comenzó a hundirse lentamente hasta que quedó fusionada con la placa. Dara aguardó un momento, pero nada pasó, no obstante sentía cierta tensión en el ambiente.

Finalmente se escuchó un pequeño sonido metálico y el relicario volvió a salir, Dara tomó el emblema nuevamente y lo miró confundida. Había esperado algo más que esto; se colocó el relicario en el cuello y cuando cerró el seguro, de ambos extremos de la cúpula, llegaron corrientes de aire, una fría y la otra cálida haciendo un torbellino justo frente a Dara. Ella entonces lo sintió, la Tribu Ik le llamaba. Estiró la mano hacia el torbellino y éste, en cuanto la sintió, envolvió su cuerpo violentamente. En un instante sus ropas fueron reemplazadas por la legendaria armadura del aire.

Dara salió caminando de la cúpula buscando a Neico que esperaba recostado mirando el cielo. Probablemente sintió que algo había cambiado porque se sentó sin previo aviso y miró en dirección a la chica. En su rostro se veía la sorpresa y la admiración, puesto que lo que vio no era poca cosa.

La Tribu Ik cubría el cuerpo de Dara. El rostro de la joven estaba enmarcado por el tocado de un ave, los hombros, el pecho, la espalda y los brazos estaban cubiertos por una capa de plumas multicolores. Parecían ser de quetzal, había verde, amarillo, rojo y azul. El pantaloncillo que cubría hasta sus rodillas estaba hecho del mismo brillante plumaje, pero sin duda lo que realzaba la imagen era que todo su cabello había sido reemplazado por plumas de color azul, rojo y violeta, plumas tan brillantes y largas que cubrían toda su espalda y llegaban más allá de sus muslos. Neico, osadamente, extendió la mano para tocar dichas plumas, y ambos confirmaron que su cabellera larga no había sido oculta, si no reemplazada. El marino expresó su fascinación con un silbido simple.

Él cuestionó si la Tribu no debería tener un arma, ella asintió. Le dijo que la armadura se comunicaba con ella o por lo menos eso era lo que sentía, pues algo dentro de ella le instaba a conocer todo de la legendaria Tribu. Dara entonces sopló un poco de viento sobre la palma de su mano derecha y de ahí surgió un arco hecho, al parecer, de madera flexible adornado con anillos de piedra aguamarina, la pala inferior era delgada y angosta, pero la superior era gruesa y curva, seguro para tener un ataque cuerpo a cuerpo de ser necesario. Dara, al haber utilizado un arco antes en casa de Ahuitz se dio cuenta que el arco no tenía empuñadura y tampoco cuerda. Ella lo sostuvo en sus manos y se dio cuenta de lo ligero del arma, sintió cómo la Tribu le instaba a disparar, a conocer más de su poder. Así que con firmeza extendió el brazo izquierdo con el arco en ella, no obstante, la palma jamás tocó el arma, era como si flotara con la guía de la mano; finalmente, con la mano derecha, fingió tensar la cuerda del arco, el viento se arremolinó entre sus dedos y Dara liberó la energía. Neico miró asombrado cómo la arena y el polvo se abrieron paso y se dispersaron al momento en que una flecha de viento atravesó el lugar.

Dara sonrió, no había duda que el poder de las Tribus era impresionante, no obstante estaba segura que eso implicaba mayor cuidado y advertencia. Era fácil herir y destruir, pero mantener a salvo a todos sería un reto mayor.

Suspiró y en la exhalación la Tribu y el arma se guardaron en el relicario. Pudo notar la gran diferencia en su cuerpo, antes se había sentido con mayor fuerza y agilidad. No obstante también se sintió un poco cansada, lo suficiente como para comprender que para mantener la Tribu activa se necesitaba mucha energía. Tendría que aprender a ser más fuerte para lograr sus metas.

-Ahora, chica pájaro, ¿a dónde vamos?- preguntó Neico en burla.

-Ahavil Sasil es nuestra mejor opción- respondió ella con una ceja alzada-, y si sigues molestando te mandaré a volar, de nuevo.

Carlos estaba corriendo por los senderos que había encontrado en la selva. Estaba seguro que había humanos en algún lugar, pero también sociedades de bestias, bestias inteligentes y parlantes. Aun se cuestionaba si eso les daba el mismo valor que un humano y si debía buscarles para pedir ayuda o dirección. A decir verdad no tenía ni idea hacia dónde tenía que ir. Escuchó un rio cerca y fue cuando notó lo sediento que estaba, así que se desvió para beber algo de agua.

Después saciar su sed, alzó la mirada y del otro lado del rio se encontraba Diego mirándolo fijamente. Ambos solo se analizaron por varios minutos, a cada lado del rio que no era lo único que los separaba. Finalmente Carlos fue quien formó un puente de roca y piedras para que cruzara Diego, éste último sonrió y caminó seguro sobre la nueva construcción. Al llegar frente a Carlos el puente cayó sin dejar evidencia de su existencia.

-Has despertado a tu Tribu- inició Diego sin ningún otro tipo de saludo.

-También tú- respondió. Ambos sintieron el momento exacto en que la Tribu Ik despertó-. Esa fue Santos.

-¿Por qué estás tan seguro?- cuestionó el gemelo.

-No lo sé- Diego más tiempo a Carlos, luego, finalmente, le dijo que lo mejor era permanecer juntos hasta saber qué era exactamente lo que estaba pasando. Todos necesitaban respuestas. Se pusieron al tanto en su travesía en medio de la selva, ambos confesaron hasta donde fueron orillados con tal de sobrevivir-. Este mundo es horrible. Nos ha obligado a matar- la ira invadió los ojos de Carlos y las piedras a su alrededor vibraron-. Sé que no soy ningún santo, créeme, pero jamás imaginé que yo…

-Estoy de acuerdo contigo- confesó Diego-. Mi padre sabía de este lugar y esperaba que Farid y yo viniéramos y que nos matáramos entre nosotros.

-Me enteré que Anom, el gobernante de Ahavil Sasil mandó a matar a su propio hermano, un tal Balam- Diego frunció el ceño al escuchar las palabras de Carlos-. Lo hizo para quedarse con el poder, así que tal vez venga de familia.

-No solo somos especiales, comparados con ellos, también tengo derecho sobre el trono- Carlos sonrió al entender lo que Diego había dicho. Bueno, no era sorprendente, siempre fue arrogante y prepotente en la escuela-. ¿Qué tanto quieres vengarte de este lugar?- Diego extendió la mano para estrechar la de Carlos en común acuerdo. El guardián de la tierra sonrió con suficiencia, si esa era la forma de callar sus demonios internos, por supuesto que la tomaría.

***

-¿Estás totalmente segura que Carlos es tu hermano?- cuestionó Farid a Dara. Se habían encontrado en medio de la selva cuando ambos se dirigían a Ahavil Sasil y ambos se pudieron al corriente. Farid confesó que su padre había sido hijo del gobernante de aquella ciudad y Dara también comentó su linaje unido a Wayak’-. Él es un imbécil y es obvio que tú no.

-Estoy segura que Ahuitz me dijo la verdad- Dara respondió con sencillez-, pude verlo en sus ojos.

Mientras ambos jóvenes tenían esta conversación, Neico había ido a buscar algo de comer. Él conocía mejor el lugar que los otros dos, así que en un sorprendente despliegue de madurez, dejó a Dara y Farid tener una conversación íntima. Ellos lo agradecieron mucho pues tenían varias cosas que contarse. Poco después llegó el marino con gran variedad de frutos, semillas y flores para comer.

-Esta fruta de aquí- dijo Neico mostrando algo muy parecido a una ciruela, pero de color verde- es realmente deliciosa y te proporciona energía rápido- la miró más de cerca- o es venenosa y te matará lentamente. Honestamente no me acuerdo- Farid y Dara de inmediato desecharon la fruta.

Mientras caminaban Farid no pudo evitar reírse por lo que Dara había pasado en el barco de Lot. Ella a regañadientes admitió que, en retrospectiva, la situación pudo ser graciosa, sin embargo le hizo ver que si no fuera por su poder, probablemente ella estaría casada obligadamente. Esta afirmación hizo callar a los tres un momento, el tiempo suficiente para reflexionar.

-Lo siento- Neico se disculpó sorpresivamente-. Honestamente no me había percatado de eso. Yo… ¡casi te obligamos a casarte!- Dara pareció conmovida por el arrepentimiento del marino, golpeó su brazo juguetonamente y avanzó sin añadir más. Todo había sido dicho- Aunque para ser honesto creo que fue mi hermano quien esquivó la bala- susurró el marino a Farid que hizo un lamentable intento por no reír. La mirada amenazante de Dara los hizo callar.

Neico tuvo que cuestionar a Farid sobre perdonar a Anom, según la ley de Wayak’ él y Diego tenían derecho a vengarse y reconocer su dominio sobre el trono. El guardián del fuego confesó que quedarse en el pasado no resolvería nada. Anom parecía realmente arrepentido y juró que no tuvo nada que ver con la muerte de Balam, cosa que creyó más por la palabra de Goh, si era completamente honesto. Además añadió que él y su hermano serían terribles gobernando, en primer lugar no podían ni siquiera gobernarse a sí mismos, en segundo lugar no conocían a la gente de Ahavil Sasil, sus necesidades y su cosmovisión, tampoco cómo se manejaba su sociedad. Tenían nulo conocimiento sobre Wayak’, sus criaturas, sus culturas. Y por último, quería regresar a casa y Wayak’ definitivamente no era su hogar.

-La chica pájaro puede estar de acuerdo contigo, antorcha, pero ¿el gemelo malvado y el hermano perdido lo estarán?- Neico preguntó mientras veían la cúspide de la pirámide mayor de Ahavil Sasil- Dara me habló de la profecía, eso no suena bien.

-Es por eso que hay que ir más allá del Mar de los Espejos- respondió Farid y Neico se atragantó con su propia saliva. El guardián del fuego quiso ayudarlo, pero Dara lo detuvo afirmándole que estaba activado su modo drama. Al ver que nadie lo ayudaba, el marino tosió levemente, y se incorporó-. Realmente eres un idiota.

-Lo siento, era para darle énfasis a la locura que acabas de mencionar- el marino se cruzó de brazos-. Ir más allá del Mar de los Espejos es demencial. Nadie jamás ha vuelto de esa travesía- Neico de pronto tomó los hombros de Farid lleno de miedo-. ¡Mi tío me dijo que había criaturas horribles que devoraban hombres y la tierra más allá era fétida y llena de terrores!

-¿Cómo lo sabría tu tío si nadie ha vuelto jamás de esos lugares?- cuestionó Dara. Neico la miró de vuelta. Todos guardaron silencio.

-Diablos, el infeliz me engañó- murmuró el marino-. Pero el punto es que todo el mundo sabe que ir más allá es la muerte.

-Goh me dijo lo mismo. Pero si queremos entender la profecía, realmente entenderla, es necesario ir- otro temblor sacudió la tierra y un viento gélido los goleó. La temperatura había vuelto a descender. Neico se abrazó a Farid con fuerza- ¿Qué diablos estás haciendo?

-Tengo frío- respondió Neico con obviedad-. Caliéntame- Farid gruñó y elevó la temperatura de su cuerpo hasta el punto de quemar al marino. Éste último se alejó con un grito, muy poco masculino- Bien. La chica pájaro puede calentarme con sus plumas.

-Primero muerta.

-Eso puede arreglarse, Santos- la voz de Diego resonó detrás de ellos.

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