¿No pensáis que la vida sin pepitas es mejor?
No tienes que llevar cuidado al comer fruta, ni corres el riesgo de partirte un diente, no tienes que oír la frase «no te preocupes, ya saldrán por otro lado».
Recuerdo que de pequeña, mi abuela me quitaba las pepitas de la fruta, las espinas del pescado, los huesos de la comida; también me quitaba las penas, los enredos del pelo y las lágrimas que me caían por la mejilla, me quitaba los problemas de la cabeza y los dolores con un «cura sana» y los caprichos.
Mi Pepita (se llamaba Josefa, pero no le gustaba demasiado) me dejó hace ya 15 años, los mismos que pasé con ella, creciendo y aprendiendo cómo vivir y cómo no vivir, porque te equivocaste abuela, mucho, no hiciste las cosas como debías, aunque tampoco tenías porqué. Ay, abuelita, fuiste ejemplo, amiga, madre y abuela; fuiste oídos, brazos y corazón; fuiste discusiones, risas y amor.
Gracias por cada todo que me regalaste, pero abuela, en algo no tenías razón, y es que la vida sin pepitas, sin mi Pepita, no es para nada mejor.
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