Un amanecer gélido en la aldea las mujeres despertaron con el sonido del cuerno del vigía en la playa. Bajaron deprisa la colina, cubriéndose con las mantas encima de los largos faldones y las marañas de largas melenas sin peinar. No importaba que los guerreros les vieran recién despiertas, con sobresalto y el acumulado desasosiego de la espera en sus cuerpos.
Nerea la más joven y ágil de las esposas llegó la primera a la orilla. Corrió salpicándose con el agua, hasta que alcanzó y besó agradecida las manos del vigía. El batido movimiento de olas anunciaba, antes de poder ver de entre la espesa calima, que volvía el barco tras un largo viaje de batallas y aventuras.
Tras meses sin saber nada, la aldea cobraba otra vida al regreso de los guerreros y ante la pérdida y el duelo por los que no volvieron.
Con un ruido de remos y bodegas huecas, los tripulantes desembarcaron tirando unos de otros. Algunos cayeron al agua y la arena. Las mujeres corrieron a su encuentro sumergiéndose con temor a la muerte y las heridas al mar, a sus aguas oscuras y a sus monstruos. Aturdidas entre emoción, frío y humedad, apenas podían sostener a tantos heridos. Nerea buscó y preguntó sin respuesta hasta chocar con Arsen, uno de los hombres más fuertes y poderosos. Su mirada atormentada por la guerra retuvo gélidamente la mirada de la joven, no llegando a pronunciar palabra cuando Nerea comprendió la muerte de Timeus . Cayó a los pies de Arsen derrotada de tristeza.
Unas mujeres recogieron a otras en la orilla de sal y lágrimas. El rastro de sangre dibujó un sendero de la playa a la aldea. La muerte continuó durante días con sus raptos.
Nerea perdió a Timeus y a la vida de sus entrañas. Se sumió en el más oscuro aislamiento de la sin razón. No comía ni bebía, vomitó sangre, lodos y culebras de odio y venganza. Su rostro quedó surcado y su cabellos se volvieron foscos y canos. Le crecieron garras en manos y pies. Tuvieron que atarle entre varios hombres porque llegó a revolverse y escupir conjuros contra toda persona que se le acercara. Hirió hasta su propia madre mientras le cuidaba. Sufrió tanto hasta consumirse en el fuego del odio, quedando su cuerpo atrapado en las sombras de la noche en la que al final sólo quedó un rastro de ceniza bajo los grilletes que le sujetaban.
Desde entonces y cada vez que el vigía de la costa anuncia con el sonido del cuerno el regreso de los barcos de guerra, el espíritu de Nerea pasea en el amanecer de las derrotas junto a la muerte y roba el alma de los guerreros.
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