Atonatiuh, el primero de los dioses. Las Tribus. (Capítulo 10)

Atonatiuh, el primero de los dioses. Las Tribus. (Capítulo 10)

Rogu Jaruoka

20/10/2019

CAPÍTULO X

DESPERTANDO DEL HECHIZO

El atardecer había desaparecido, la noche se asomaba sobre la isla y las estrellas titilaban indómitas a lo lejos. Una silueta caminaba entre la bruma de la selva, sus pasos eran muy torpes, parecía estar muy lastimado y también confundido, tanto que se tropezaba con todo lo que encontraba a su paso, aun así, parecía que no sentía nada. Los golpes que recibía de los árboles, los rasguños de las hiedras o caídas al chocar con piedras no lo detenían, simplemente se volvía a levantar, sin mirar atrás, sin quejarse. Siguió caminando, se escuchaba el sonido de los animales nocturnos, criaturas extrañas que pasaban a su lado a gran velocidad, pero por una razón no le atacaban. Su murmullo aterrador daba a entender que había un enemigo cerca, uno muy peligroso, pero a esa silueta parecía no importarle todo lo que pasaba a su alrededor. Quitaba piedras y plantas de su camino hasta atravesar la espesa selva, cuando llegó al final vio un poco de luz, a lo lejos en la penumbra se encontraban Las Montañas que Nunca Duermen.

Se trataba de un gran grupo de formas rocosas que salían y se hundían como geiser, las rocas saltaban volando de un lado a otro, chocaban entre ellas violentamente haciendo gran daño y caían nuevamente. Cualquiera que fuera golpeado por esas roca no sobreviviría para contarlo. La oscuridad invadía el lugar, la luna menguante apenas y permitía ver las gigantescas siluetas de aquellas torres moviéndose de un extremo a otro como lava ardiente. Más allá, en medio de toda esa oscuridad, se encontraba un conjunto de gigantescas rocas apiladas formando una torre alta e impresionante. No se movía como lo hacía lo demás a su alrededor, que claramente la protegían, sino que de su estructura salían piedras en forma de espinas, tan grandes que podían atravesar un auto completo.

Aquel joven no pareció inmutarse ante aquel peligro o ante la falta de preparación para aquel terrible recorrido, de hecho sonrió. Parecía divertirle tanta osadía o quizá ya no pensaba claramente y todo se había convertido en algo irrelevante para él. Avanzó, envenenado por aquella Icantrix de nombre Hidra, idiotizado por su cruel hechizo de muerte. Siguió, ante él, los gigantes de piedra que podrían aplastarlo; su objetivo, la torre más alta que será su mayor reto; su miedo, ninguno. Una roca salió disparada y fue directamente hacia él. La miró y la roca explotó en el aire haciéndose pedazos.

Fue saltando de piedra en piedrahasta llegar a las formas rocosas que se movían sin cesar. Parecían ríos violentos de tierra, yendo de un lado a otro como olas de mar, capaces de destruir todo lo que se encontraba a su paso. Cuando llegó a una buena extensión de tierra se inclinó y tocó con las palmas de sus manos, al instante un círculo dorado apareció alrededor de él y una porción de tierra se levantó. Él, encima de ella, se movió entre las rocas, los estruendos y los golpes, los impetuosos ríos y los temblores.

De pronto los ríos de tierra y piedra comenzaron a salir como fuentes sin control alguna, sin aparente dirección y en un segundo fueron contra Carlos. Atacaron a diestra y siniestra, fue tan repentino que su cuerpo, ya lastimado, fue golpeado varias veces hasta caer, incluso en el aire seguía siendo atacado por aquellas descomunales rocas. Lentamente pudo abrir los ojos y dio una vuelta en el aire para caer sobre una roca flotante. Aun en su mente nebulosa la situación le parecía interesante y divertida.

Extendió sus brazos al frente haciendo gran esfuerzo. Poco a poco, en la intimidad de la noche, se escuchó un murmullo lejano, suavemente, pero de forma constante el sonido se convirtió en estruendo y cada vez se acercaba más. Los gritos y chillidos de las bestias aterrorizadas rompieron la tranquilidad de la noche, agitados por una ola gigantesca de piedras, tierra, hierba y maleza. Carlos arrojó todo ese poder contra las rocas vivientes y móviles; abrió el suelo y destrozó el lugar. El choque provocó que el polvo se levantara bruscamente y quedó suspendido en el aire impidiendo la visibilidad durante varios segundos. Con un movimiento de sus manos el polvo cayó al suelo dejando libre el camino.

El lugar estaba irreconocible, algunas rocas sobresalían apenas y todo había quedado destruido, no parecía que hace tan solo un momento había una hermosa selva alrededor, ahora se había convertido en un mundo deshabitado y destruido, gobernado solo por aquella torre intacta en medio del campo. Carlos gruñó cuando se dio cuenta que, pese a la violencia de su ataque, no hizo ningún daño a la estructura.Avanzó tranquilamente, ahora solo tenía que subir y tomar lo que había venido a buscar. Simple. Repentinamente escuchó un crujir, se detuvo para percibir algo, nada se movía a su alrededor. Parte de su cerebro quería estar en alerta, pero su mente nublada no quiso prestar real atención. Inició otra vez su andar y súbitamente, por debajo de sus pies, salió una enorme mano de piedra y hierba que lo atrapó. Carlos miró hacia abajo y observó cómo surgía una criatura de toda aquella destrucción.

Medía unos quince metros de alto, tenía la cabeza de un tosca y gruesa, su cuerpo era deforme, salían de él árboles y troncos destruidos, rocas filosas y puntiagudas que, sin duda, podían atravesarlo. Tenía tres brazos, en uno de ellos no había mano sino una de lanza hecha de roca y árboles. Carlos notó que no tenía piernas, sino que se encontraba fusionado con el suelo y se movía a través de él.

-No me detendrás-dijo Carlos con un gran esfuerzo-. Yo… te… venceré.

La criatura arrojó a Carlos haciendo que chocara contra el suelo, levantó el brazo con la lanza para atravesarlo y lo atacó, pero Carlos logró poner una pared de piedra para protegerse. Corrió, era la primera vez que sentía miedo después de ser hechizado. La criatura lo seguía por donde fuera, no había escapatoria y no se podía esconder en ningún lugar, todo lo había destruido él mismo. Aquella bestia se sumergía en el suelo y podía salir por donde quisiera, eso, sin duda alguna, no favorecía en nada a Carlos.

El monstruo comenzó a moverse en forma extraña como si tuviese un extremo dolor de cabeza, Carlos hincado de cansancio, solo pudo observar. Decenas de rocas afiladas como espadas salían del cuerpo de la criatura, en un movimiento repentino, el monstruo dio un estruendo aterrador y todas aquellas piedras salieron disparadas en contra de Carlos. El movimiento fue demasiado rápido, así que a Carlos le costó trabajo reaccionar. Saltó de un lugar a otro y desvió con sus habilidades varías de las piedras. Su velocidad era cada vez más lenta y las piedrasmás rápidas, no estaba preparado para esto, algunas alcanzaron su pierna izquierda y su hombro derecho, pero eso solo logró que Carlos despertara su fuerza y en una extensión de sus brazos mandó todo a volar.

Sin embargo, la mano de aquella criatura lo logró golpear directamente, él salió volando y cayó muy cerca de un precipicio, probablemente hecho por él mismo en su primer ataque, la mitad de su cuerpo yacía en el aire y poco a poco resbalaba más. La bestia se acercó amenazadoramente, Carlos seguía sin moverse, parecía desmayado. El monstruo lo tomó con sus deformes manos y lo oprimió. Eso despertó al joven guerrero, sus aterradores gritos de dolor se podían escuchar por todo el lugar, incluso algunos animales y aves que quedaron después de aquella avalancha de tierra, salieron huyendo. Se escuchó el crujir de sus huesos, todavía no se rompían pero estaban al límite de la resistencia humana; el dolor era totalmente insoportable, tanto que un par de veces quedó desmayado para luego, al ser presionado, despertar gritando.

En su desesperación, la nebulosa mente de Carlos le dio una salida obvia. Esta bestia estaba hecha de tierra. Él era capaz de controlar todo lo que venga y esté hecho de tierra y aquella bestia no sería la excepción. Abrió sus ojos y miró los de la bestia, ésta, a su vez, regresó la mirada. Lentamente fue abriendo sus manos, al segundo siguiente las cerraba violentamente, parecía que no quería obedecer, quería realmente eliminarlo. Pero Carlos no se dio por vencido, esta era su última oportunidad para liberarse, así que se concentró lo más que pudo, hubiera sido más fácil si tuviera todos sus sentidos intactos, pero logró que la bestia lo liberara. Cayó al suelo sin poder siquiera amortiguar su caída, toda su fuerza la había utilizado en aquel último intento de salvación.

La criatura reaccionó después de un momento, se sujetó la cabeza, parecía que despertaba de un sueño. Miró a su alrededor, se sumergía entre la tierra y salía por otro lado completamente opuesto, buscaba algo. Finalmente vio un pequeño cuerpo tirado boca arriba, inmóvil, herido, se dirigió amenazadoramente a Carlos que se encontraba completamente desmayado, incapaz de salvarse. De la nada se escuchó el sonido de una flauta, era un sonido muy hermoso y a la vez lleno de tristeza. Carlos despertó y pudo escuchar las últimas notas de aquella melodía que hizo que la criatura se desvaneciera entre los escombros para no salir jamás. Carlos no pudo soportar más el cansancio, el dolor y las heridas y finalmente perdió el sentido.

Cuando despertó ya era de día, el sol alumbraba con todo su esplendorquemándole el rostro. Débilmente se incorporó sentándose en el suelo. Se golpeó la cara quedamente para despertar totalmente y se levantó. Miró a su alrededor parecía no conocer el lugar en donde se hallaba, luego, como un torbellino de recuerdos, todo llegó a su mente. Frice, Hidra, lo que había hecho por ella y todo lo que sucedió la noche anterior. Se miró y estaba vendado, sus heridas habían sido sanadas, pero ¿quién lo había hecho? Buscó por todas partes, pero no había rastro de nadie, aun así, era obvio que alguien lo había ayudado. Si no hubiera sido por esa persona, él estaría muerto, porque estaba seguro que fue la misma que tocó esa melodía con la flauta. Debía ser alguien sumamente poderoso, pues solo con unas cuantas notas, logró deshacerse de la terrible criatura. Carlos miró a sus pies y vio que había una cantimplora y un par de frutas, por un momento dudó en comer y beber pues no sabía si podía confiar o no. El rugido de su estómago y la lógica de su mente lo convencieron de comer, puesto que, si lo hubieran querido muerto, jamás lo habrían ayudado.

Recordó a Frice, se sentía devastado. Sabía que él no era la mejor persona del mundo y que constantemente tocaba la línea de lo legal y lo ilegal, pero la criatura había sido alguien bueno y gentil con él, paciente y cuidadoso y aunque fue solo por el hechizo de la Icantrix no dejaba de culparse. No era como matar un humano, ¿o en ese lugar sí lo era? Se llevó las manos a la cabeza desesperado. ¿Qué era este lugar? Aunque, por otro lado, esa melodía, esa hermosa y triste melodía, que le había salvado la vida, ya la había escuchado alguna vez. No podía recordar dónde, pero aun así estaba muy agradecido porque gracias a ella se salvó de una muerte segura. Esos dos pensamientos no dejaban la cabeza de Carlos, pero, a pesar del dolor, hubo un pensamiento más que dominó su mente. El emblema. Hidra le había perdonado la vida con tal de llevarle el emblema de vuelta, también Frice mencionó que era sumamente importante. Carlos miró la torre, sus grandes rocas filosas no habían dejado de moverse. Él seguía herido y confundido, pero algo era seguro, nadie lo utilizaba como títere y se salía con la suya.

Con todo lo que pasó anoche no le quedaba muchas ganas de volver a arriesgar su vida, pero si deseaba vengarse de Hidra tenía que conseguir el emblema. Además tenía el presentimiento de que si conseguía, no solo el emblema, sino también la Tribu, lograría encontrar a la persona que le ayudó y obtendría respuestas de qué era este lugar. Se preguntó por un momento si los demás estaban en esa misma situación. Él creía que sí, bajo el hechizo de la Icantrix pudo sentir alteraciones a su alrededor. No podía describirlo, pero era como si los elementos estuvieran conectados y se hablaran entre ellos.

Terminó de beber y con el agua que sobró lavó su rostro. Observó desde todos los ángulos la torre,cada lado parecía peor que el anterior, imposible de traspasar. Se dio cuenta de que lo único malo de haber despertado del hechizo era que ya tenía miedo de fallar. ¿Qué harían los demás?, ¿se arriesgarían? Por desgracia Carlos sabía perfectamente la respuesta que los otros- incluso Dara- darían y él no se quería quedar atrás. Los cuatro eran terriblemente tercos. ¿Esa habría sido una razón para ser trasladados a ese lugar?

Le dolía la cabeza, su cuerpo estaba herido y definitivamente no estaba seguro de lo que estaba haciendo, pero si era cierto lo que sentía, que los demás tenían sus emblemas, entonces él debía adquirir el suyo. Una razón debía existir para que todos se arriesgaran así. Por tanto él no descansaría hasta tomar lo que, al parecer, le pertenecía por derecho. Aun no sabiendo como lograría llegar a la cima, se encaminó a la base de la torre, era impresionante su tamaño, más alta que la bestia de la noche anterior. Respiró profundamente y se concentró para detener aquellas espinas, pero no pudo. No importaba cuanta fuerza utilizara para ello, simplemente no podía detenerlas. Se detuvo a pensar por un momento, si no podía detener las espinas y escalar, entonces, lo más factible, era utilizar una roca para subir en ella y elevarse hasta la cima y así lo hizo, se elevó unos cuantos metros cuando, inesperadamente, la roca se detuvo.

-Vamos, ¿qué pasa?, ¿por qué te detienes?- inquirió Carlos molesto haciendo un gran esfuerzo para seguir subiendo, pero la roca sencillamente no se movió- Bien, quédate aquí, no me importa- bajó de un salto y tomó otra roca para subir, al igual que la anterior se detuvo a medio camino y no quiso seguir más- .No puede ser, ¡¿pero qué diablos está pasando?!- Dolorosamente se dio cuenta de que no tendría otra opción más que escalar la torre. Colocó sus manos sobre la pared y comenzó a subir muy lentamente sintiendo, a través de las yemas de sus dedos, el movimiento de las piedras para poder evitarlas. Estaba lastimado de un hombro y de una pierna y eso complicaba mucho las maniobras para subir. Si no prestaba atención a lo que hacía y donde pisaba, podría terminar muerto.

El ascenso fue bastante pesado, no era fácil escalar una torre de más de veinte metros de alto con heridas profundas. Llevaba menos de diez metros cuando una piedra se soltó haciéndolo resbalar, con mucho esfuerzo logró sostenerse con sus manos, pero éstas terminaron bastante dañadas. Se animaba a sí mismo para seguir adelante, siempre fue así, buscaba un reto que vencer y nadie le ganaría jamás. Si los otros tres habían obtenido sus emblemas él obtendría el suyo para estar a la par que los demás. Nadie lo haría menos nunca más. Carlos se enfocó en llegar a la cima, esta vez con más cautela, para no volver a resbalarse. En una abrir y cerrar de ojos la velocidad de las rocas afiladas aumentó considerablemente tanto que le fue imposible saber dónde saldrían nuevamente. Respiraba con fatiga, estaba cansado, la herida del hombro se había abierto y estaba seguro que una de las afiladas piedras lo atravesaría en cualquier momento. Cerró los ojos brevemente, cualquier otra persona, en su sano juicio, se hubiera retirado, pero no soportaba la idea de no estar a la par que sus compañeros. No le daría la oportunidad a nadie de verlo inferior. Ahora no solo estaba a prueba su resistencia física y mental, sino su valía.

Carlos sintió en la palma de sus manos el momento justo en que una de esas piedras letales y filosas saldría frente a su pecho, fue cuestión de microsegundos cuando la adrenalina invadió sus sentidos y su cuerpo reaccionó instintivamente. Presionó sus manos contra la superficie rocosa de la torre con tal violencia que sus brazos se hundieron hasta los codos. De abajo hacia arriba las rocas comenzaron a explotar una tras otra dejando al descubierto un pequeño templo. Carlos cayó con fuerza sobre sus pies frente a la entrada de aquel lugar y entró en él. El lugar era muy pequeño; en medio de todo, iluminado por un tenue destello de sol, una pequeña mesa de piedra y sobre ella, un arete dorado con el adorno de una pluma azul, era el emblema. El poder de la tierra estaba más a su alcance, había logrado demostrar que estaba a la altura de la situación, fuera cual fuese.

Carlos estiró el brazo para tomarlo, sin embargo se detuvo a unos centímetros antes de tomarlo. Hidra y Frice dijeron que el emblema era sumamente importante. Frice le comentó que con él lograría despertar la Tribu Lúum, pero nunca le explicó qué lograría con eso. Él, Carlos, simplemente fue arrojado a este lugar y de pronto estaba arriesgando su vida en cada esquina; otros le decían qué hacer y había cosas ocultas. Sonrió con ironía, era como estar en casa. Tenía tantas dudas que llenaban su mente y conocía solo una forma de responderlas, por la fuerza. Tomó el emblema y un terremoto azotó la zona destruyendo el templo, el joven guerrero logró reaccionar con velocidad y salir ileso. A lo lejos vio la gigantesca montaña Itzamara resquebrajarse, pero aún sostenerse en pie. Seguramente toda la isla sintió el temblor anunciando a toda criatura que el emblema de la tierra había sido tomado.

Carlos se colocó el emblema en la oreja izquierda. Su cabello largo, sus ojos oscuros y el brillo del arete le dieron una apariencia amenazante puesto que sus facciones gritaban una sola cosa, vengarse de Hidra. Nadie, absolutamente nadie, iba a engañarlo y usarlo otra vez.

Entre los arbustos que quedaron a la orilla de aquel lugar destruido se vislumbraba una silueta que veía al Hijo de la tierra partir en dirección a su venganza. Guardó su flauta en la funda de su cinturón y se giró para ver al hombre que lo acompañaba.

-Llegaste justo a tiempo- comentó el hombre.

-Que sorpresa encontrarte aquí, Antonio- respondió el otro mirando los árboles caídos-. Creí que estarías con la señora Eva hasta el tiempo acordado.

-Es mi deber estar aquí- contestó el profesor secamente-, y apreciaría más respeto de tu parte- el aludido apretó los labios tan fuertemente que se volvieron blancos, obviamente luchando con la idea de decir o no algo.

-No esperaba que obtuvieran tan pronto su emblema- si a Antonio le molestó el cambio de tema no lo demostró jamás-. Creo que son más fuertes de lo que pensábamos, o más tercos. Realmente la línea es muy delgada con ellos.

-Pronto irán por sus Tribus- Antonio afirmó con voz tensa- y en ese momento todo se convertirá en tormento.

-Creí que ya lo era. Esto ya es un jodido infierno.

-Cuida tu lenguaje, Canek- respondió fríamente Antonio-. Has sido educado mejor que eso.

-No por ti, padre- le recordó el joven mientras se retiraba sin añadir más a la conversación. Antonio lo vio irse y luego dirigió su mirada a donde Carlos había desaparecido. Si debía ser honesto consigo mismo le preocupaba la rapidez con que todos obtuvieron sus emblemas, habían subestimado sus capacidades para dominar su elemento. Un fragmento más grande de la montaña se derrumbó al momento que los vientos se volvieron más salvajes. Augurio de que Wayak’ peligraba cada vez más.

Carlos siguió avanzando a toda velocidad, esquivaba todo lo que se encontraba en su camino; su determinación le dio la voluntad para seguir adelante. Además ahora que había obtenido el emblema sentía su cuerpo con mayor fuerza, un nuevo poder lo recorría. Hidra era alguien muy poderosa, pero no tanto como ahora era el deseo de venganza de Carlos. Recordaba perfectamente el sitio en donde se encontraba ella, además tenía cierta ventaja, Hidra lo esperaba como un esclavo, no como su enemigo, ella tendría la guardia baja y eso lo aprovecharía él para atacarla. Si en algún momento dudó en matarla, desvió esas dudas recordando cómo lo usó para matar a Frice.

Llegó a la zona donde, tan solo unas horas atrás, tuvo varias conversaciones con Frice; se detuvo, tenía que aparentar que aún estaba hechizado, debía ser torpe en sus movimientos, con una mirada perdida y fingiendo no sentir dolor. Así se aventuró a la guarida de aquella Icantrix. Frente a ella llegaría el momento oportuno para emerger como guerrero de la tierra, hasta entonces, solo era su sirviente.

Continuó avanzando hasta llegar a un grupo de árboles muertos que formaban un círculo, en medio de ellos estaba una pequeña cueva en la cual estaba ella. Carlos avanzó despacio, en cualquier momento podría salir esa mujer. Se detuvo a escasos metros de la entrada y se inclinó. Ante él, dentro de la cueva, apareció una mujer muy hermosa, Hidra. Ella sonrió complacida al ver a Carlos que le hacía reverencia. Pero estaba aún más feliz al pensar que le daría el emblema.

-Esclavo mío- dijo ella-, ¿has traído lo que te he pedido?, ¿me has traído el emblema?

-Sí, amada- contestó Carlos sin levantar la cabeza-. Lo traigo conmigo. Si me permite acercarme se lo entregaré.

Hidra le concedió el permiso y, levantándose, caminó torpemente hacia ella. Él fingió tomar su emblema, cuando las puntas de sus dedos acariciaron el arete Carlos levantó la mirada clavándose en las pupilas de ella y la miró con odio. Hidra dio un paso hacia atrás, temerosa de la intensa mirada del joven, sus instintos se pusieron en alerta, pero ya era tarde, Carlos la había tomado por el cuello con su mano derecha, mientras que con la izquierda se preparaba para atacar.

-¿Acaso creías que siempre me tendrías cautivo? No, Hidra, te equivocaste, la criatura que maté por culpa tuya era noble y buena. No merecía la muerte y la única culpable de eso eres tú- Carlos prácticamente había escupido esas palabras en el rostro de la hermosa criatura-.Además, no intentes hechizarme de nuevo, desde que el emblema de la tierra se encuentra en mis manos soy más poderoso y ese truco no funcionará de nuevo conmigo.

-Hijo de la tierra, ese no es el único truco que tengo bajo mi poder- confesó sonriente Hidra-. Lo que utilicé contigo no es nada a comparación de lo que te haré después- cuando dijo esto una ramas salieron por las mangas de su vestido sujetando a Carlos del cuello, brazos y piernas.

-No seas tonta Hidra- respondió Carlos-, yo domino este elemento.

-Tú podrás dominar todo el bosque si lo deseas- cantó ella burlona con su melodiosa voz-, pero las ramas que te sujetan no existen, están en tu imaginación, tu propia culpa por matar a Frice. ¿Mi pecado dices?- ella se burló- No te resististe ni siquiera cuando te rogó- confesó-. Lo que acabará matándote es tu propia mente- respondió sosteniendo la cabeza de Carlos-. Ahora, que yo recuerde, te di dos besos de muerte; te quité dos terceras partes de tu alma, me falta una.

Carlos deseó atacarla, pero entre más esfuerzo ponía para liberarse las ramas se tensaban más a su alrededor. Hidra tomó cariñosamente su rostro y se acercó lentamente a los labios de Carlos, este no podía moverse en lo más mínimo y la Icantrix sonrió victoriosa. Una pequeña esfera luminosa había salido ya del cuerpo de Carlos, la última porción de su alma. Lo besó, y un aire frío enredó los dos cuerpos, las enredaderas soltaron a Carlos y éste se apresuró a abrazarla posesivo. Cuando Carlos dejó de besarla, ella parecía más débil que nunca; a pesar de su color blanco en la piel, parecía más pálida de lo habitual, era como si le hubiesen robado la vida. Se arrodilló ante Carlos que seguía sin moverse, solo mirando al frente. Ella se abrazó a sí misma y con un llanto desgarrador miró derrotada al Hijo de la tierra.

-Maldito humano, ¡maldito humano!, ¿cómo fuiste capaz de sobrevivir?- su vestido, antes inmaculado, iba deshaciéndose lentamente en polvo y jirones.

-Hidra, te lo dije, soy más poderoso ahora- la tomó de la mandíbula y la levantó-. Dejé que me besaras para poder recuperar las porciones de mi alma.

-Tú, maldito seas, ¡te destruiré!- Hidra se abalanzó en contra de Carlos,pero las raíces de los árboles muertos la atravesaron antes. Con las ráfagas de viento, el vestido de Hidra desaparecía como pedazos de tela podrida. Ella se miró a sí misma. La expresión de su rostro era de terror- No, no mi poder, mi belleza, ¡todo! ¡Regresa por favor, regresa!

Cuando el vestido y el cuerpo se desvanecieron, solo quedó un pequeño y retorcido árbol, sin hojas, sin vida. Sus raíces ya se encontraban muertas y sus ramas secas. Eso era todo lo que quedaba de aquella hechicera Hidra. Carlos aplastó las raíces con sus pesadas botas y miró con desprecio el lugar. Dos vidas, llevaba dos vidas tomadas en el poco tiempo que había estado en ese lugar. Aún quedaba algo por hacer y sin pensar más por el momento se adentró en la parte más oscura del bosque, en donde sabía que se encontraba Frice cubierto de piedra y roca y, efectivamente, se hallaba donde él lo había recordado, justo como lo dejó. Comenzó a quitar todo, pero no con su poder, sino con sus manos, era lo menos que podía hacer. Enterrarlo como un verdadero guerrero y no como un cobarde. No supo en que tardó más, si quitarle todas las rocas o hacer un agujero profundo. Y, aunque estuvo casi todo el día en ese lugar, no se arrepintió ni se quejó de estar perdiendo el tiempo, ya había saboreado lo que es perder a un aliado ¿Estaría preparado para hacer las tumbas de los demás y la de él mismo? A estas alturas se dio cuenta de algo importante, este lugar no los libraría tan fácilmente, si es que podían escapar de él.

Cuando terminó de cubrir la tumba de Frice puso unas pequeñas piedras en pirámide para que nadie perturbara aquel lugar, luego miró una vez más y se fue. Durante el camino recordó lo que Frice le había contado con respecto a Anom y Balam. Sentía algo sumamente extraño al respecto, pero no sabía muy bien de que se trataba. Hermanos que peleaban entre sí. Sonrió con pesadez, los humanos tendían a repetir, una y otra vez, sus mismos errores.

Emprendió el rumbo hacia el lugar en donde supuestamente estaba su Tribu Lúum, si bien era cierto que él no tenía un interés particular en encontrarla, al sentir que los otros tomaron sus emblemas, se dio cuenta de que necesitaba estar a la par que ellos. Su cuerpo lo guiaba y no sabiendo exactamente que encontraría, deseaba llegar pronto. Quizás hallaría respuestas acerca de tantas cosas que ya habitaban su cabeza. Más aún la identidad de aquel que le salvó la vida. Cuanto más tiempo pasaba, más recordaba esa melodía, cómo deseaba tanto recordar dónde la había escuchado, pero su mente se nublaba a pasos agigantados. Y la verdad era que el tiempo no era su mejor aliado, ya que cada minuto que él perdía, su salvador podría estar más lejos y en realidad nunca había estado tan equivocado. Aquella persona que lo salvó siempre estaría cerca, siempre estuvo cerca.

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